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18 Agosto 2003

Universidad de Chile

Odontología: tras la pista de su historia

La historia de la odontología en Chile está ligada a un origen laborioso y a una anécdota que hasta nuestros días sigue pareciendo increíble.

En nuestro país, los primeros que se acercaron al tema dental en forma sistemática fueron los barberos. Ellos se dedicaban principalmente a realizar extracciones de piezas dentarias, tarea que a la mayoría de los médicos del siglo XVIII no les atraía, pues en general solían delegar aquellas labores en las que hubiese “sangramiento”.

Los barberos conformaban entonces un gremio distinto al de los médicos. Por largos años las barberías usaron como símbolo un cilindro con líneas blancas, azules y rojas. Este objeto nació inspirado en las trastiendas, donde los barberos colgaban sus vendas blancas (con poco uso), azules (que ya estaban sucias y muy desgastadas) y rojas (manchadas por la sangre de sus clientes).

A mediados del siglo XIX, a los barberos que se ocupaban de las extracciones dentales y a todos quienes practicaran "sangrados" a sus clientes, se les comenzó a llamar flebótomos. Para entonces no existía en Chile la intención oficial de realizar cursos docentes de odontología. La primera iniciativa surgió en 1853 cuando el administrador del hospital San Juan de Dios, Antonio de Torres e Irarrázabal, le sugirió al Presidente Manuel Montt, la necesidad de dictar cursos de flebotomía, idea que se materializó un año más tarde.

Para ser admitido en este curso se requería saber leer, escribir y tener nociones de aritmética; acreditar buena conducta y tener, por lo menos, 16 años de edad. Las clases duraban un año, pero los alumnos debían trabajar durante 12 meses más prestando servicios en el hospital, para ejercitar sus conocimientos. En 1865 el curso estaba a cargo del doctor Pablo Zorrilla y en 1877 pasó a manos del doctor Miguel Semir. A partir de entonces, la odontología comenzó a adquirir mayor reconocimiento, lo que se tradujo en grandes y variados avances teóricos y prácticos.

Así nació la idea de crear una Escuela Dental, proyecto que se materializó en el año 1888, cuando se constituyó en forma anexa al hospital San Vicente de Paul. En un principio, la carrera duraba sólo dos años, era dictada por médicos y dependía de la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile.


El crimen de Beckert

A fines del siglo XIX, el director de la Escuela de Dentística era el doctor Germán Valenzuela Basterrica, quien luego de estudiar medicina había sido enviado por el gobierno a especializarse como odontólogo a París.

Guillermo Beckert

En forma paralela, el país era estremecido por un serio problema diplomático: el crimen de Beckert. La tarde del viernes 5 de febrero de 1909, un voraz incendio afectó la sede diplomática de Alemania, ubicada en la calle Nataniel Cox esquina de Alonso Ovalle. Entre los escombros se encontró un cuerpo carbonizado que portaba la argolla de matrimonio, colleras y reloj del canciller de dicha Legación, Guillermo Beckert Trambauer. En vista de tales evidencias, los médicos alemanes Westenhoffer y Aichell, certificaron su muerte.

La culpa del siniestro recayó sobre el portero de la Legación, el chileno Exequiel Tapia, quien tras el incidente desapareció junto con la cantidad de 25.000 mil pesos de la época, que el representante del gobierno alemán, Von Bodman, había depositado el día anterior en la caja de seguridad de la Cancillería.

El emisario Von Bodman sostenía que el canciller había sido asesinado por el portero Tapia, no sólo impulsado por el móvil del robo, sino además, argumentó que Beckert había recibido varios anónimos con amenazas de muerte.

El joyero Otto Izacovich, quien conocía a Beckert, se presentó ante el juez Bianchi al día siguiente del incendio asegurando haber visto al canciller la madrugada del sábado en el Portal Edwards. Sin embargo, el magistrado no le creyó y le pidió que no complicara más las cosas, pues el cadáver carbonizado ya había sido reconocido oficialmente como el de Guillermo Beckert, canciller de la Legación de Alemania en Santiago.

El funeral de Beckert, cuando se<br>creía que había sido asesinado

El funeral se llevó a cabo con grandes honores, propios de una persona de su rango, y contó con la presencia del Ministro de Relaciones Exteriores y de gran parte de los integrantes del cuerpo diplomático. El acto fue sumamente tenso, pues corrían rumores de que el gobierno alemán pediría a Chile una indemnización territorial: el Estrecho de Magallanes.

Algunas personas comenzaron a sospechar por la presencia de "cabos sueltos" en la muerte del canciller. Entre ellos se encontraba el odontólogo de más prestigio de Chile, el doctor Germán Valenzuela Basterrica.

El profesional, junto al periodista Vicente Donoso, obtuvieron permiso para exhumar el cráneo de Beckert y se dispusieron a llevar los restos al consultorio del dentista Juan Denis Lay, quien había atendido al canciller en varias oportunidades.

En su libro “Yo soy tú”, el dibujante Jorge Délano reproduce el relato de Donoso: “Envolví aquellos restos en un diario y le pedí a don Germán que nos dirigiéramos al consultorio de Denis Lay. Tomamos un carro Catedral y dejamos el macabro envoltorio sobre el asiento. Con tanto interés íbamos discutiendo los pormenores del crimen y sus proyecciones internacionales, nada favorables para nuestra patria, que seguimos viaje sin darnos cuenta que debíamos bajarnos. Descendimos sobreandando del tranvía; ¡pero habíamos olvidado la cabeza del muerto en el asiento! Es de imaginarse la carrera que emprendimos tras el carro. Al atildado odontólogo se le hacían cortas las piernas para correr. Tres cuadras corrimos en persecución del tranvía hasta darle alcance nuevamente. Jadeante me trepé a él y recuperé el paquete que sirvió para salvar el honor de Chile. ¡Imagínese, compañero, mi responsabilidad si hubiera perdido la cabeza de Beckert! ¿No era para perder la cabeza? Tal vez ya nos habrían quitado el Estrecho de Magallanes y sabe Dios si la historia del mundo hubiera variado”.

Las cuentas de Beckert, en el libro<br>de atenciones del Dr. Denis Lay

Al confrontar la dentadura del cráneo del supuesto Beckert con la información de la ficha que conservaba el doctor Denis Lay, pudo comprobarse que los restos no correspondían al canciller, pues los tratamientos que éste había recibido no estaban en las piezas dentales del cráneo calcinado. De hecho, el muerto tenía los dientes sanos y, según el archivo del profesional, a Beckert se le habían realizado extracciones, coronas de oro y obturaciones en platino.

Efectivamente, los restos eran de Exequiel Tapia, portero de la Legación, desaparecido desde el incendio, a quien el propio Beckert había primero asesinado, luego vestido con sus ropas, sin olvidar poner en su dedo su propia argolla matrimonial y luego prendido fuego a la sede diplomática.

Se comprobó así que el cadáver sepultado con tanta pompa no era el del canciller alemán, sino del portero Exequiel Tapia. Desde ese momento el proceso tomó un giro en 180 grados. Toda la policía se abocó a la búsqueda del asesino germano, que fue encontrado en Lonquimay dos días más tarde, mientras intentaba cruzar a territorio argentino. Se le condenó a muerte y fue fusilado el 4 de julio de 1910.

La recompensa

El doctor Germán Valenzuela Basterrica partió en 1897 a especializarse durante un año en la escuela Dental de París, donde recibió el tituló de dentista. A su regreso fue designado como director de la Escuela de Dentística de Chile. Este hecho es considerado como el primer paso de la odontología contemporánea en nuestro país.

La Escuela Dental en 1911

El profesional cumplió con la tarea encomendada por el Gobierno de actualizar la enseñanza odontológica, en conformidad con la educación que se impartía en las instituciones extranjeras. Desde entonces, se exigió que los alumnos hubieran cursado por lo menos el cuarto año de humanidades para ingresar a la Escuela de Dentística; se consideró en el estudio todos los ramos médicos fundamentales, y se dio mayor amplitud a las instalaciones físicas y a las clínicas dentales.

El esclarecimiento del crimen de Beckert en 1909, fue el primer peritaje dental de la historia de Chile, demostrando el valor de la odontología en las investigaciones de carácter legal. Asimismo, el Presidente Pedro Montt, en agradecimiento por la labor desarrollada por Valenzuela Basterrica -pues había permitido reposicionar el nombre de la Nación en el ámbito internacional-, le ofreció al odontólogo una recompensa a su elección.

Con la sencillez que lo caracterizaba el profesional no solicitó ningún bien para sí mismo, sino que, en un acto que forma parte de la historia, le pidió al Primer Mandatario comprometer los fondos para construir un edificio propio para la Escuela de Dentística, de modo que la institución tuviera un edificio independiente al de la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile.

Docentes de la escuela en 1911

Con modernas instalaciones clínicas para la época, el nuevo establecimiento fue inaugurado el 10 de septiembre de 1911 en la Avenida Santa María. Igualmente se impulsó un gran desarrollo de sus programas de estudios y del personal docente, aspectos que elevaron su categoría hasta convertirla en la primera escuela dental de Sudamérica.

En cuanto a los requerimientos para estudiar allí, desde 1917 se exigió el bachillerato en humanidades. Ese mismo año el título de dentista pasó a ser universitario y al poco tiempo, mediante una Ley especial, la odontología fue reconocida entre las profesiones liberales. En 1945, gracias a la preocupación y trabajo conjunto de profesores, médicos y odontólogos, la Escuela Dental de la Facultad de Biología y Ciencias Médicas de la Universidad de Chile se constituyó como una facultad independiente y, dos años más tarde, comenzó a entregar a los profesionales el título de cirujano-dentista.

El primer decano de la facultad fue el doctor Alfonso Leng, quien además de odontólogo fue un destacado compositor, obteniendo en 1957 el Premio Nacional de Arte, mención música. Una de sus obras clásicas es “La muerte de Alsino”, pieza que es interpretada cada año por músicos de la casa de estudios.

Alumnos de la escuela en 1920

La facultad que se construyó gracias al esclarecimiento del crimen de Bekert, aún sigue en pie y funcionando, pese a que más de un terremoto ha afectado seriamente su estructura. Sin embargo, el edificio tiene los días contados.

Muchas clases aún se desarrollan en este antiguo establecimiento ubicado en Avenida Santa María 571, pero una nueva Facultad ya ha abierto sus puertas a los futuros odontólogos. El complejo ubicado en la calle Olivos, constará de tres edificios, dos de los cuales ya fueron terminados.

El objetivo de largo plazo es aprovechar las ventajas que trae consigo el hecho de contar con un solo gran campus, pues se podrían unir las facultades de química, farmacia y odontología. Asimismo, al estar tan cerca del hospital Clínico de la Universidad de Chile, se facilitará el intercambio científico y docente entre los distintos establecimientos, en lo que se piensa será un importante polo de desarrollo para las carreras del área de la salud.

En pleno funcionamiento está el Edificio Docente Administrativo, que cuenta con cuatro auditorios, salas de clases, salas de reuniones y oficinas. En la segunda construcción funcionará una academia cultural que lleva el nombre del profesor Leng, la oficina de extensión, el centro de alumnos, el Museo Odontológico (donde está el cráneo de Exequiel Tapia) y algunos laboratorios de investigación científica que poseen tecnología de punta.

Con la construcción del tercer edificio, dispuesta para el año 2005, los directivos de la facultad esperan el término del proyecto. En estas dependencias se emplazarán pabellones quirúrgicos y más salas de clases, para lo cual deberán trasladarse los elementos clínicos y los sillones dentales que aún permanecen en la vieja escuela. Esta etapa será financiada con la venta del antiguo establecimiento. Así, gracias a la recompensa que recibió el doctor Valenzuela Basterrica, la Facultad de odontología continúa construyendo su futuro y su historia.

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