Farmacovigilancia
RAM: cuando un medicamento empeora la salud
Las reacciones adversas a los medicamentos son comunes. Van desde una simple irritación o efectos secundarios leves, hasta una anafilaxia potencialmente mortal. Uno de los casos más emblemáticos en la industria fue el de la talidomida, causante del nacimiento de más de tres mil niños con anomalías congénitas en la década del 50’.
Antes del lanzamiento oficial de un nuevo fármaco al mercado y de su comercialización, éste debe pasar por una serie de estudios clínicos y preclínicos, desde el descubrimiento del compuesto candidato hasta las pruebas finales en humanos.
Durante las primeras etapas de este extenso proceso, los científicos utilizan modelos computarizados y pruebas de laboratorio para valorar la seguridad del candidato. Estos ensayos determinan hasta qué punto es bien absorbido el medicamento, hacia dónde se dirige dentro del organismo, cómo se elimina o metaboliza y con qué rapidez y de qué manera es eliminado del sistema.
Luego de finalizada esta fase, se comienza a probar la droga en animales –preferentemente cerdos- en los cuales se realizan también pruebas farmacológicas, farmacocinéticas como también mediciones sobre efectos adversos tóxicos.
Una vez recolectada la información, el laboratorio la envía a la autoridad sanitaria competente y ésta evalúa si pueden seguir avanzando en el desarrollo o si deben chequearse algunos factores vinculados a la investigación, porque la autorización para su comercialización sólo se garantizará siempre y cuando los datos prueben la calidad, eficacia e inocuidad del principio activo.
A pesar de que esta cadena de investigación y experimentación es muy rigurosa, algunas reacciones adversas pueden no detectarse hasta que sea mayor el número de pacientes que lo hayan utilizado. Esto suele ocurrir una vez que el fármaco se encuentra en el mercado, donde el personal sanitario pertinente es el responsable de detectar y reportar las sospechas de reacciones adversas mediante sistemas de notificación espontánea. Sin embargo, algunos casos emblemáticos de la historia de la medicina han demostrado que éstas pueden ser detectadas demasiado tarde, cuando millones de pacientes ya han estado expuestos al medicamento en cuestión.
Las reacciones adversas medicamentosas (RAM) pueden afectar gravemente la salud de las personas que consumen fármacos con fines terapéuticos, diagnósticos o profilácticos. Tanto es así, que la farmacovigilancia se ha convertido en una de las disciplinas más difundidas en el mundo y existen centros en más de 60 países para el reporte, vigilancia y seguimiento de dichas reacciones, los que están a cargo de la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Algunos estudios señalan que entre un 1,73 y un 21,7 por ciento de las atenciones en servicios de urgencias de hospitales pueden deberse a efectos indeseables y que, entre los enfermos hospitalizados, un 10 a 20 por ciento padecería alguna reacción adversa. Además, el promedio de estancia hospitalaria se prolonga unos dos días con respecto a los pacientes de morbilidad general y se pueden incrementar los costos en promedio a 2.600 dólares por paciente según un análisis hecho en Estados Unidos (Pharmacoepidemiology and drug safety 2003; 12:653-662).
Sólo en el país del norte, las RAM se han transformado en la cuarta causa de muerte en todo el país y cuestan al estado cerca de 177 mil millones de euros anuales.
La talidomida: el primer paso de la regulación farmacológica
Las primeras luces de la regulación farmacológica se dieron a partir de la catástrofe de la talidomida, un medicamento comercializado como la “droga milagrosa” a partir de 1957 por su efecto sedante, tranquilizante y antiemético. La publicidad aseguraba su inocuidad y su uso se extendió rápidamente por Europa, África, América, Australia y Canadá, donde se la utilizó –principalmente- para tratar las molestias iniciales de la gestación. A finales de la década, se había transformado en el tercer fármaco más vendido en el mundo.
La talidomida nunca fue aprobada en Estados Unidos por la aprehensiones que siempre tuvo la doctora Frances Oldhan Kelsey, una funcionaria que se había incorporado a la Food and Drug Administration (FDA) y que no obtuvo pruebas convincentes de la seguridad del medicamento en embriones humanos. Mientras los abogados trataban de revertir en tribunales el rechazo a la aprobación del medicamento, la compañía farmacéutica que lo distribuía entregó 2,5 millones de comprimidos como muestra médica a especialistas para ser entregados a sus pacientes. Sólo se reportaron 17 casos de malformaciones por talidomida, cifra extremadamente menor si se compara con los reportes europeos.
Para 1956 ya se conocían los primeros casos de nacimientos de niños con malformaciones por talidomida, sin sospecha alguna que recayera sobre el medicamento. En 1961, el doctor Widukind Lenz, pediatra del Hospital de la Universidad de Hamburgo, dio a conocer 14 casos de dismelia cuyo posible origen era la talidomida: las madres de los niños con esta malformación habían tomado el fármaco durante el primer trimestre de embarazo. Un año antes, en Australia, el doctor William McBride, detectó tres casos de focomelias entre sus pacientes, lo que le hizo sospechar de algún agente externo, porque ese tipo de malformación no se daba de manera espontánea y con esa frecuencia, lo que pudo comprobar luego de 12 meses de investigación.
En noviembre de 1961, y ante los variados reportes, la compañía retiró oficialmente el medicamento del mercado alemán; lo que ocurrió en Inglaterra dos meses más tarde; en marzo de 1962 pasó lo mismo en Canadá; y en España en enero de 1963.
Se estima que más de 20 mil recién nacidos de todo el mundo sufrieron las consecuencias durante los siete años de comercialización, de ellos cinco mil aproximadamente sobreviven y cerca de mil no superaron el primer año de vida. Se descubrió que además de las malformaciones, la talidomida producía alteraciones músculoesqueléticas en la cara, en los miembros superiores e inferiores, manos, pies y dedos; ausencia de aurículas cardíacas y otras cardiopatías congénitas; malformaciones oftálmicas; variedad de anomalías auditivas hasta sordera; y alteraciones multiorgánicas, sobre todo, renales y digestivas.
A partir de esta tragedia mundial y la firme oposición de la doctora Kelsey, la FDA fue confirmada como la primera autoridad mundial en seguridad de medicamentos. Es decir, se sentó la base de un sistema de farmacovigilancia para recoger, vigilar, investigar y evaluar la información sobre los efectos de los medicamentos, productos biológicos, plantas medicinales y medicinas tradicionales con el objetivo de identificar información de nuevas reacciones adversas, su frecuencia y poder así prevenir daños en los pacientes.
Alrededor del orbe, diversas naciones han conformado sus propios sistemas de farmacovigilancia que reportan sus casos al organismo central –en este caso la FDA- con la convicción de garantizar que cualquier producto con un nivel de riesgo inaceptable pueda ser retirado rápidamente.
La Agencia Nacional de Medicamentos (ANAMED) del Instituto de Salud Pública de Chile es el organismo encargado del control de los productos farmacéuticos, cosméticos y de los dispositivos médicos autorizados por ley que se fabrican localmente o se importan para ser comercializados en el país, garantizando su calidad, seguridad y eficacia. Al subdepartamento de farmacovigilancia le corresponde realizar las actividades de farmacovigilancia (FV), es decir, la detección, evaluación, comprensión y prevención de los efectos adversos asociados al uso de los medicamentos, a través de las notificaciones de sospechas de reacciones adversas a medicamentos (RAM) enviadas por los profesionales de la salud de todo el país.
Le corresponde, además, revisar y difundir la información relevante de seguridad de los medicamentos registrados en Chile para así conocer la realidad de las RAM en la población chilena; detectar aumentos en la frecuencia de ciertos efectos adversos; identificar y evaluar los factores de riesgo que determinan su aparición; prevenir que los pacientes sean afectados innecesariamente por fármacos potencialmente riesgosos; y, de esa manera, ayudar a la promoción del uso racional y seguro de los medicamentos.
Algunos avances
Para mejorar la detección precoz de los efectos secundarios, en 2008 la Fundación IMIM e investigadores de la Erasmus University Medical Center de Holanda, desarrollaron el proyecto ALERT (Pharmacoepidemiol Drug Saf. 2011 Jan; 20(1):1-11) que estudió las historias clínicas informatizadas de 30 millones de pacientes de diferentes países europeos.
Mediante la utilización de técnicas avanzadas de minería de texto, así como procesos epidemiológicos y computacionales, dichas historias clínicas fueron analizadas con el fin de detectar relaciones entre uno o varios acontecimientos adversos y los fármacos utilizados. Se puso especial énfasis en la detección de reacciones adversas en niños, porque era un área que había sido poco estudiada hasta ese momento.
Ese trabajo se complementó este año con otro encabezado por la misma casa de estudios holandesa (Drug Saf. 2013 Jan; 36(1):13-23) que propuso una estrategia para la construcción de un estándar de referencia para evaluar los métodos de detección de señales que utilizan registros electrónicos sanitarios.
Como el conocimiento sobre la seguridad de los medicamentos evoluciona a pasos agigantados, la informática biomédica será, a futuro, la disciplina encargada de promover dicha visión integrada de la gestión y explotación de la información biomédica, lo que permitirá a desarrollar estrategias, métodos y herramientas adecuadas para obtener una visión más completa de las enfermedades, su tratamiento farmacológico y, por supuesto, sus reacciones adversas, lo que ayudará enormemente a los profesionales de la salud a disminuir el problema de las RAM en la práctica médica diaria.
