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04 Noviembre 2013

Dr. Fernando Meyer Meyer:

Pionero de la educación oftalmológica porteña

Nieto de farmacéutico e hijo de un reconocido médico porteño, el doctor Meyer se transformó en la tercera generación familiar ligada al ámbito de la salud, algo que cuenta con orgullo a la hora de repasar su vida y aportes a una de sus grandes pasiones: la oftalmología y su docencia, la que dejó después de 30 años a cargo de la cátedra en la Universidad de Valparaíso.

La Independencia de Chile significó para el país la apertura comercial y su inserción en la economía capitalista. Este proceso benefició particularmente a Valparaíso que, a partir de 1830, se convirtió en el emporio comercial del Pacífico, debido a que los barcos mercantes –que debían atravesar el Estrecho de Magallanes- encontraban en este puerto el lugar más seguro para almacenar y redistribuir sus mercancias. 

Asimismo, la estabilidad política del país presentaba condiciones favorables que facilitaron la instalación y actividad comercial de los extranjeros. Atraídos por estos factores se acentaron cientos de inmigrantes que ayudaron al desenvolvimiento decimonónico chileno a través del pequeño comercio, la importación y exportación, la creación de talleres e industrias, la introducción de nuevas técnicas, la prestación de servicios artesanales y profesionales y el manejo de las grandes casas comerciales y bancarias.

Alemanes, franceses, italianos y, principlamnete, ingleses fueron quienes hicieron de Valparaíso su patria en América. Construyeron iglesias, hospitales, colegios y un sinfín de instituciones que heredaría la ciudad. Se esmeraron en mantener las costumbres y la lengua, pero siempre respetando la cultura que los había acogido. Eran verdaderos caballeros europeos en el fin del mundo.

La primera oleada de inmigrantes alemanes se produjo a partir de 1811, gracias a la política de apertura del comercio entre Chile y las potencias extranjeras. Este momento histórico calzaba con la época de la Confederación Alemana, cuando la unificación política de sus territorios todavía era lejana. Viendo una oportunidad para dejar las miserias, el entusiasmo de los germanos por migrar a estas tierras fue inmediato, tanto que ya en 1822 se había fundado la primera casa comercial de origen teutón: Schutte, Post & Co. Luego vendrían empresas productoras como la cervecería Plagemann y Co., la confitería Federico Hucke, las imprentas Germania y Stahr & Mex, Universo, entre muchas otras. Así, este pueblo fue echando raíces que nunca más erradicaría.

En este contexto, en 1888, llegó el señor Adolfo Meyer para trabajar como farmacéutico, primero en Concepción y luego en Valparaíso. Aparentemente, había visitado Chile en 1885 y quedó encantado con su paisaje y tranquilidad. Volvió a terminar sus estudios de farmacia en la Universidad de Lübeck, ubicada al norte de Alemania en la Región de Schleswig-Holstein y decidió cambiar el pequeño pueblo de Gross Wesenberg por la ciudad puerto de Valpaíso, donde conoció a Paulina Klare con quien contrajo matrimonio y tuvo nueve hijos. 

El octavo hijo de Adolfo Meyer, Fernando, contrajo matrimonio con Teresa meyer, hija de su hermano Adolfo, el segundo hijo del farmaceútico, quien al igual que su padre estudió química y farmacia en la Universidad de Chile. Una vez recibido se instaló junto a su padre en Playa Ancha, pero luego se trasladó a la Plaza Echaurren de Valparaíso. 

La Farmacia Meyer era conocida en la ciudad puerto. La casa esquina de arquitectuta típicamente europea, se encontraba situada en un punto neurálgico de la ciudad: un lugar de encuentro de trabajadores y paso obligado de los estibadores del puerto al retornar a sus casas en el Cerro Cordillera. 

En el primer piso se desarrollaba toda la vida comercial de los Meyer. En la farmacia no sólo se distribuían productos farmacéuticos, sino que también se prestaba atención a las dudas y consultas de los parroquianos. En la planta alta se desarrollaba la vida familiar.

Fernado Meyer era médico y había estudiado en la Universidad de Chile. Al igual que su padre, se había instalado en la Plaza Echaurren con su consulta médica al frente de la Farmacia familiar y tenía como pacientes a los mismos clientes de su padre. Era un apasionado de la medicina. Le gustaba hacer visitas a domicilio. Era conocido en los cerros y fue un personaje muy querido de la ciudad. Tuvo dos hijos: Fernando y Teresa.

Fernando nació en 1937 en Viña del Mar. Estudió la enseñanza primaria en el Colegio Alemán de la ciudad y las humanidades en el Colegio Alemán de Valparaíso. Miraflores fue el barrio de su infancia y el fútbol marcó su niñez. Junto a sus vecinos de la época formó el equipo “Atlas”, que se batió a duelo con varias ligas de la región. Pero desde muy joven fue hincha evertoriano. 

 

Sus inicios como médico

En 1954 terminó sus humanidades, siendo un alumno aplicado y muy destacado. Al igual que su padre y sus abuelos, Fernando se inclinó por el mundo de las ciencias y en 1955 entró a estudiar medicina en la Universidad Católica de Chile. “Yo me presenté a Universidad de Chile y a la Universidad Católica. Mi padre quería que estudiara en la Chile y me dijo ‘tú no vas a quedar en la Católica, porque es para gallos buenos’. Cuando fui a ver la lista y mi nombre figuraba en ella dije ‘aquí me quedo’”. 

En la Escuela de Medicina, donde siempre mantuvo un férreo compromiso académico, destacó por su responsabilidad y amplia tolerancia en lo social, religioso y político. Fue compañero de doctores como Jaime Court, Federico Leighton y Sergio Iacobelli, considerado uno de los referentes más importantes en Chile y Latinoamérica en el área de la reumatología.

“La mayoría de los profesores de mi tiempo influyeron, de una u otra manera, en lo que soy hoy. Algunos de ellos, como el doctor Héctor Croxato o el doctor Joaquín Luco, tenían una manera especial de hacer docencia. Tuve grandes maestros como el doctor Ramón Ortuzar, que era profesor de medicina, o como el doctor Cristóbal Espíldora, que fue uno de mis profesores de oftalmología en pregrado”. 

En 1962 egresó de la carrera y regresó a Valparaíso, donde se casó con Helga Oppenheim. Por ofrecimiento de su padre, se instaló a trabajar junto a él como médico general por dos años y, al mismo tiempo, ingresó como médico internista al Hospital Carlos van Buren de Valparaíso. 

“En ese tiempo la medicina estaba pobremente desarrollada en Valparaíso. Había un contraste muy grande con lo que se estaba haciendo en Santiago. Me gustaba mucho la medicina interna, pero veía muy pocos resultados en los pacientes. No me sentía atraído por una medicina que era poco gratificante. Quería ayudar, de alguna manera, a mejorar la salud. Fue ahí cuando empecé a pensar en buscar una especialidad en la cual pudiese obtener resultados. En eso influyó mucho la doctora Patricia MacDonald, la señora del doctor Luis Armas Merino. Ella era oftalmóloga y había venido a hacer su postbeca. Compartí mucho durante sus dos años de permanencia y durante ese tiempo me llamó la atención lo que hacía, entonces decidí ser oftalmólogo”, recuerda el doctor Meyer.

En 1964 se dio la coincidencia que el Gobierno de Chile llamó a concurso a becas de oftalmología, “porque en ese entonces era una especialidad en falencia”. El doctor Meyer se adjudicó una y estudió junto al profesor Alberto Gormaz en el Hospital del Salvador en Santiago. Ahí comenzó a llamarle la atención los niños que llegaban afectados por estrabismo. “Era todo un misterio en esa época. Por eso empezamos a investigar y a profundizar conocimientos en esa materia. Yo conocí más de esta patología gracias a los doctores Alfredo Villaseca y Gastón Lanas”. 

La oftalmología era una especialidad que le acomodaba. Él habia vivido cuando niño las ausencias de su padre. “Se iba a trabajar muy temprano en la mañana y volvía a casa cuando nosotros ya estábamos durmiendo. Yo no quería eso. No me quería perder momentos únicos. Esa fue otra de las razones por las cuales me incliné por esta especialidad”. 

Al terminar su beca, el doctor Meyer debía volver a Valparaíso, pero justo se estaba llamando a concurso a una beca que ofrecía la Johns Hopkins University a través del The Wilmer Eye Institute. “Había dos becas. Una para latinoamérica y otra para el resto del mundo. Yo me presenté. Los doctores Alberto Gormaz y Benjamin Voight me apoyaron salvajemente. Terminé ganándomela”, relata orgulloso. 

Junto a su señora y sus dos hijos se fue a Baltimore. En Estados Unidos, la especialidad estaba a otra altura. A juicio del doctor Meyer, el nivel académico de chilenos y estadounidenses era igualmente bueno, pero lo que hacía diferente la especialidad era la riqueza económica de los campos clínicos. “Uno entraba al Poli, donde tenía un box completamente equipado, cosa que en Chile era impensado. Acá teníamos que andar peleando por el instrumental”.

En The Wilmer Eye Institute estudió con Gunter von Noorden, uno de los líderes preeminentes de la oftalmología y la cirugía de estrabismo en los últimos 40 años y creador del Atlas de Estrabismo; con Frank B. Walsh, uno de los oftalmólogos más distinguidos del siglo XX, que publicó un texto histórico en 1947, luego de lo cual creó la especialidad clínica de neuro-oftalmología, que se centra en el diagnóstico y tratamiento de pacientes con trastornos del sistema nervioso que afectan los ojos o interfieren con la visión. Y con L. Harrell Pierce, un distinguido cirujano ocular, pionero en emplear nuevos métodos quirúrgicos para tratar el desprendimiento de retina en la década del 50’. “Llegué a un centro donde se hacía oftalmología de primer nivel y donde, como ellos mismos decían “we made only professors”. 

En 1968 volvió a Chile como cirujano oftalmólogo especialista en estrabismo y como el número siete de la Sociedad Científica de Valparaíso. Con el esfuerzo y tesón que lo caracterizan, comenzó a potenciar y desarrollar la estrabología en Chile y en la región. Gracias a él se introdujo el uso del oftalmoscopio indirecto en el Servicio de Oftalmología del Hospital Carlos van Buren. Lideró los cambios en la cirugía de la crioextracción de la catarata; revolucionó la atención personalizada de los pacientes en forma de box. Participó como co-fundador, junto con el doctor Alejandro Uribe, en los comienzos de la Cátedra de Oftalmología de la Universidad de Valparaíso (UV), cátedra que asumió en 1969 y dejó en 1987, después de casi 30 años. Fundó junto con el doctor Ronald Hoehmann el curso de formación de becados el año 1976 en la UV.

Inicialmente las actividades docentes y asistenciales se desarrollaron en el Hospital Carlos van Buren de Valparaíso. Allí se impartieron la enseñanza de la especialidad a nivel de pregrado y postgrado, donde el doctor Meyer formó a varias decenas de especialistas nacionales. 

Todos quienes tuvieron el privilegio de compartir con él, concuerdan en cómo el doctor Meyer, de manera desinteresada, compartía con ellos sus conocimientos sin recelo alguno. Sus cualidades son muy largas de detallar, pero muchos de sus ex alumnos reconocen en él a un profesor prudente, valorador de las personas, siempre disponible para lo académico como para lo humano, solidario, respetuoso tanto con el paciente como con el alumno, estricto, pero al mismo tiempo, generoso. Siempre se caracterizó por compartir lo que sabía y por investigar aquello que desconocía. Era una persona muy hábil en el diagnóstico, riguroso en los plantemientos y veraz. Siempre hizo participar a sus alumnos, los dejaba expresarse y respetaba las opiniones. Era un hombre comprensivo, consecuente y sobre todas las cosas: leal. 

Sus clases eran las que más gustaban. Tanto así que eran las que tenían más baja inasistencia de todas las cátedras. No eran clases exponenciales. Eran vivencias de él ordenadas en torno al conocimiento, lo que daba un acercamiento más real. “Nosotros estábamos acostumbrados a clases súper expositivas. Sólo materia de lo que se trataban las diferentes patologías, pero él lo hacía con una aplicación pensada en el paciente. Y eso era lo bueno y entretenido. La de oftalmología era de una las cátedras que nadie se perdía y eso se debía al profesor Meyer”, recuerda el doctor Kant Vargas, uno de sus alumnos. 

Dichas clases constituyeron, sin duda, un poderoso estímulo para que muchos de sus alumnos se sintieran de inmediato atraídos por la oftalmología. De su docencia la doctora Marcela Pérez señala que “hablar de él, es hablar de la docencia oftalmológica en la Región de Valparaíso. Él, junto con muchos otros, participó en la creación de la Escuela de Medicina y en la creación de los cursos de oftalmología en el pregrado y, posteriormente, en los programas de formación de postgrado que partieron en el Hospital Carlos van Buren en 1976. Todo su quehacer oftalmológico gravitó en torno a la docencia. Pudo demostar, tanto en sus clases como en la práctica de la oftalmología, su espíritu de trabajo y su necesidad de transmitir conocimiento. Formó a sus alumnos en el respeto al paciente y no sólo en el conocimiento científico. Lo que somos como profesionales y personas se lo debemos, en gran parte, a él”.

Otro de sus discípulos, el doctor René Sanhueza apunta que “él constituye un modelo y un ejemplo. Lo conocí cuando inicié el curso de oftalmolofía de la Facultad de Medicina de la UV. Simpre tuvo unas características muy especiales: una inteligencia diáfana, una claridad de conceptos y una comunicación con los alumnos y con los pacientes extraordinaria. Siempre fue alegre y optimista. Era un hombre muy solidario, sobre todo con quienes estábamos empezando a transitar por la especialidad. Mi vida profesional, en gran parte, ha sido motivada por el querido doctor Fernando Meyer”. 

El doctor Gonzalo Bustos, otro de sus becados, dice que cuando conoció al doctor Meyer él ya había dejado el Servicio de Estrabismo del Hospital van Buren. “Sin embargo, tuvo la paciencia y dedicación de enseñarme estrabismo. Quisás él no se acuerde, pero venía exclusivamente a trabajar conmigo, por al menos un año, y pacientemente me enseñó con su sapiencia todo lo que sabía de estrabismo, simplificando mucho las cosas y haciéndome entender que el estrabismo era una cosa que se podía aprender de manera sencilla. Hablábamos mucho de la vida y de fútbol, otra de sus pasiones. A él le estoy tremendamente agradecido por su dedicación”.

El oftalmologo Rodrigo Ortíz recuerda que el doctor Meyer se topó en su vida cuando cursaba su quinto año de medicina, en 1994, cuando le impartió clases de introducción a la oftalmología y donde usó métodos bastante docentes. “Él fue un profesor muy simpático, honesto y transparente, cualidades que me iluminaron el camino y me permitieron seguir la especialidad de manera integral. Agradezco siempre el haberlo tenido como maestro, porque ha sido un estímulo en el camino de esta especialidad tan hermosa”. 

El doctor Vargas rememora también que “para desarrollar la anamnesis hacía que el conocimiento fuera práctico y sencillo. En comparación a otros profesores, el doctor Meyer nos dejaba ser, nos invitaba a participar. Él siempre fue directo y espontáneo, algo que ansíabamos como alumnos. No queríamos maestros empaquetados”. 

Sobre sus clases, el doctor Meyer confidencia que eran “más bien espontáneas. Yo lo que pretendía hacer era que los alumnos conocieran bien la especialidad, que la quisieran y que, por sobre todas las cosas, se dedicaran más al paciente. Quería hacer una semiología lógica. Siempre he pensado que ser médico tiene su gracia, pero no tanto si uno no usa la cabeza en forma lógica. Para llegar al diagnóstico debemos resolver el algoritmo que nos brinda el paciente”, reconoce el doctor Meyer. 

Durante su trabajo en la Universidad de Valpraíso desarrolló trabajos de genética oftalmológica y en 1986 el doctor Morton Golberg del Johns Hopkins Hospital de Baltimore, que había sido su chief resident en el The Wilmer Eye Institute, le solicitó hacer un estudio sobre el desarrollo de la oftalmología en el país “trabajo que, en su momento, molestó muchísmo, porque era la visión de un salubrista sobre el tema. Me trajo más de algún intercambio de opiniones con colegas que no estaban de acuerdo con lo que ahí se expresaba. Pero no era nada más que la verdad de lo que se hacía en esa época”, confiesa el doctor Meyer. 

En 1997 cumplió 30 años de docencia cerrando un capítulo con la actual Universidad de Valparaíso, donde su forma de hacer clases es recordada hasta hoy por decenas de generaciones de oftalmólogos que deben a él su inclinación por la especialidad, a quienes asistió en el desarrollo de la estrabología medica y quirúrgica

 

Evolución de la Especialidad

Su pasión por la oftalmología lo llevó a concebir la idea, junto a otros colegas, de formar el primer Centro Privado Oftalmológico que se encontraba en los altos de la Galería Couve.

Paralelo a esto, vio cómo se fue desarrollando la especialidad por esos años. El hito más importante fue el cambio que se produjo en la cirugía del cristalino. “En 1967, Charles Kelman introdujo la facoemulsificación, técnica que utiliza ondas de ultrasonido para emulsionar el núcleo de la catarata y eliminarla mediante aspiración a través de una pequeña incisión, es decir, pulveriza la catarata por medio de ultrasonido al mismo tiempo que la absorbe. Yo tuve la suerte de participar en el Congreso Panamericano de Oftalmología en 1972 que se hizo en Houston donde presentaron, por primera vez, los resultados de la cirugía extracapsular con lente intraocular del doctor Kelmar y vi cómo los grandes maestros de la oftalmología de ese momento lo masacraban en Estados Unidos, porque encontraban que era lo peor. Incluso mi maestro, el doctor Momery, lo atacó. Ese fue un hito fundamental”, recuerda. 

Para el especialista, otro gran avance dentro de la oftalmología fue “la aparición de todos los tratamientos con láser y distintos tipos de fotocoagulación, que empezó en la década de los 70’. Antes de eso alcancé a vivir la instalación de la oftalmoscopia indirecta binocular. Nosotros teníamos uno en el van Buren que había llegado de Alemania Oriental en el 70’. Pero la evolución del láser ha sido realmente impresionante. En los últimos 10 años, la cirugía refractiva ha avanzado muchísimo para mejorar la miopía y el astigmatismo. Sin embargo, en estrabismo pasó poco. El boom se dio por la década del 60’, cuando se dedicaron a estudiar la patología e inventaron el sinoptóforo y otros aparatos más complejos”.

Sobre el rumbo que tomará la oftalmología en el futuro, el doctor Meyer estima que se “seguirán realizando aportes en el tema de la cirugía refractiva, que es el problema básico en oftalmología. Pero creo que es hora de buscar un buen tratamiento para la presbicia”.

Actualmente está casado con la señora Helga Oppenheim, su compañera de ruta por más de 50 años con quien tiene cuatro hijos: Fernando, Carolina, Cristian y Valeria, quienes han completado la familia con 16 nietos. 

El doctor Fernando Meyer, retirado de la docencia, sigue ejerciendo la oftalmología actual de manera vigente y solidaria. Ha sido una ejemplo de entrega como profesional y docente, pero sobre todo como persona y de la forma que lo caracteriza: sin esperar reconocimiento alguno. 

Por Carolina Faraldo Portus

Mundo Médico

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