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04 Marzo 2013

Los secretos del cerebro anónimo

Un historiador polaco descubrió la identidad de la persona cuyo cerebro resultó clave en los estudios del trastorno del lenguaje, investigación que fue publicada por el Journal of the History of Neurosciences.

Mathieu Joseph Orfila fue un destacado químico español de origen francés,  reconocido como el fundador de la toxicología. Vivió entre 1787 y 1853, y tras formarse en las universidades de Valencia y Barcelona fueron numerosos sus aportes al mundo de la ciencia y la medicina. Una de sus contribuciones más relevantes fue su participación en la construcción del Museo de Anatomía Patológica de la Facultad de Medicina de la Universidad de París, en 1835, obra que se levantó gracias al legado del Barón Guillaume Dupuytren, anatomista francés que asistió a Napoleón Bonaparte en su tratamiento de hemorroides y que también es famoso por su descripción en la revista The Lancet, en 1831, de una operación que realizó para corregir una fibromatosis palmar, trastorno hereditario del tejido conectivo de la mano que también se conoce como la contractura de Dupuytren.

El Museo de Anatomía Patológica o Musée Dupuytren reúne una gran cantidad de piezas anatómicas que ilustran distintas patologías y malformaciones, como también modelos en cera, libros, notas y fotografías, constituyéndose en un particular centro de interés turístico parisino. Además, claro está, es un lugar constantemente visitado por delegaciones universitarias de diferentes países de Europa compuestas por futuros hombres de la ciencia y medicina, atraídos por descubrir cómo era el quehacer médico principalmente durante el siglo XIX.

La colección incluye los cerebros de los pacientes afásicos, trastorno del lenguaje asociado a la formulación y comprensión del habla. Una de esas piezas, tal vez la más importante de todas, fue conservada por el célebre anatomista Paul Pierre Broca y recientemente volvió a despertar la atención de la comunidad científica.

El área de Broca

Con este nombre es llamada una pequeña región del cerebro ubicada en el lóbulo frontal inferior izquierdo de la corteza, área responsable del lenguaje articulado. En 1865 el neurólogo francés Pierre Paul Broca, un hombre preocupado de la salud pública y de ideas revolucionarias para la época, al punto de oponerse al control que ejercía la Iglesia Católica sobre la educación de las mujeres, descubrió el rol clave que cumplía esta parte del cerebro en el habla.

El hallazgo comenzó a gestarse cuatro años antes, cuando el científico presentó ante la Sociedad de Antropología de París el cerebro de uno de sus pacientes, fallecido en el Hospital Bicêtre, recinto ubicado en los suburbios de la capital francesa y que fue construido en 1634 para asistir a militares, pero que finalmente abrió sus puertas como orfanato para luego convertirse en una cárcel, un manicomio y un hospital general. El tema expuesto por Broca entregó detalles de la autopsia que se le practicó al individuo, quien había perdido el habla a los 30 años de edad tras sufrir un ataque de epilepsia, enfermedad que lo aquejaba desde la infancia, sentando así las bases sobre el estudio del área cerebral que controla el lenguaje.

Por su trascendencia científica, el órgano en cuestión pasó a convertirse en uno de los cerebros más famosos en la historia de la medicina, lo que despertó la curiosidad de varios investigadores por descubrir la identidad del paciente cuyo cerebro posibilitó el análisis de este trastorno de la capacidad comunicativa. Hasta hace muy poco se conocía sólo el apellido de esta persona: Leborgne. Sin embargo, un historiador polaco resolvió el misterio y sus conclusiones se publicaron en la revista Journal of the History of Neurosciences.

Cezary Domanski, especialista del Instituto de Psicología de la Universidad de Lublin, Polonia, indagó en archivos documentales del siglo XIX, encontrando el certificado de defunción del individuo, develando la incógnita que el propio Broca, por razones que se desconocen, ayudó a construir al no identificar con el nombre completo a su paciente, como se acostumbraba en ese entonces. Se trata de Louis Victor Leborgne, artesano y reparador de zapatos de origen francés nacido en 1777 en Moret-sur-Loing, una pequeña y pintoresca ciudad del norte del país, localidad que se convirtió en fuente de inspiración de artistas impresionistas como Claude Monet, Pierre-Auguste Renoir y Alfred Sisley. Así, Leborgne salió del anonimato donde estuvo por casi 150 años.

Derribando mitos

Durante su relato Domanski rompe con una serie de mitos levantados en torno a la figura de Leborgne, quien, al contrario de lo que se creía, no era un analfabeto. Es más, era hijo de dos maestros. 

Tras perder el habla Leborgne fue internado en el Hospital Bicêtre, donde pasó los siguientes 21 años de su vida. Una década después de su ingreso al recinto asistencial fue trasladado al área quirúrgica debido a una gangrena causada por una postración obligatoria, luego de sufrir la parálisis de sus extremidades derechas. Es ahí donde conoce al doctor Broca, médico que ya había presentado algunas hipótesis sobre la localización anatómica del lenguaje en el cerebro en el lóbulo frontal, teorías que se confirmaron tras la recordada necropsia. “La presentación de Broca en la Sociedad Antropológica de París con la autopsia de Leborgne es considerado el momento clave en el estudio de la afasiología”, afirma el estudio.

Desde los descubrimientos de Broca hasta 2009 no fueron muchos los avances científicos en la comprensión del mecanismo neuronal responsable de esta capacidad. Incluso los expertos en este campo de la medicina creían que el área de Broca sólo podía desempeñar la función de la expresión hablada. Sin embargo, una investigación publicada ese año en la revista Science reveló que esa zona del cerebro tiene la capacidad de realizar simultáneamente las tres tareas fundamentales vinculadas al lenguaje: la identificación de la palabra, la elección de la forma gramatical correcta y la organización de los sonidos para expresarla. Todo en apenas 600 milisegundos. Fue un avance importante, ya que para la neurociencia el estudio del lenguaje se constituye en todo un desafío debido a que, a diferencia de las sensaciones, la memoria o a las funciones motoras, no existen modelos animales para profundizar en la expresión hablada porque el ser humano es el único animal con esta capacidad desarrollada de forma integral y en todas sus dimensiones. Fue un paso concreto, y aunque la asociación resulte lejana, también se fundamenta en las primeras investigaciones en el área de Broca, realizadas en un cerebro que ahora tiene nombre y apellido: Louis Victor Leborgne.

Por Óscar Ferrari Gutiérrez

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