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16 Noviembre 2020

La última secuela del coronavirus

Pacientes recuperados de COVID-19 presentan una condición descrita como niebla mental, secuela asociada a neuroinflamación y estrés postraumático.

En diciembre de 2019, un virus perteneciente a la familia de los coronavirus irrumpió en la ciudad china de Wuhan provocando un síndrome respiratorio agudo severo (SARS) de alta letalidad. 

Al causante de la enfermedad COVID-19, la OMS le dio el nombre de SARS-CoV-2 por su similitud virológica y expresión clínica con el SARS-CoV-1, responsable de un cuadro con similares características originado también en los mercados de animales de China en 2003 [1].

Los coronavirus que afectan a los seres humanos (HCoVs) se clasifican por su capacidad patogénica en baja (coronavirus α) y alta (coronavirus β), estos últimos se han convertido en un problema de salud pública debido a su infectividad. 

Durante la epidemia de 2002-2003, el SARS-CoV (responsable del brote de SARS) infectó a aproximadamente 8.400 personas, con una tasa de mortalidad del 9,6%; mientras que el MERS-CoV, que produjo el síndrome respiratorio de Oriente Medio en 2012, contagió a 1.936 individuos, dejando 690 decesos, lo que equivale a un 36%.

En el caso del SARS-CoV-2, aunque existen sujetos prácticamente asintomáticos, en grupos de riesgo puede progresar a síndromes severos con alta letalidad, cuyas principales manifestaciones clínicas se producen a nivel respiratorio con una neumonía atípica bilateral con importante afectación de la función respiratoria por daño alveolar difuso, lo que constituye su marca patogénica. 

Sin embargo, la evidencia muestra que también afecta otros órganos y tipos celulares durante el curso de la enfermedad, incluyendo las células mucosas del intestino, del sistema linfoide y retículo endotelial, las tubulares del riñón y del sistema nervioso.

En aquellos que desarrollan la patología, la expresión clínica de la infección por SARS-CoV tiene tres fases. La inicial se caracteriza por gran replicación viral con fiebre, tos y quebrantamiento general que se prolonga por varios días. La segunda se asocia con hipoxemia y progresión de la sintomatología respiratoria hasta una neumonía bilateral. 

En la tercera, aproximadamente 20% de los pacientes progresan a un SARS que, con frecuencia, tiene desenlace fatal. Como durante esta fase se da un paulatino declive de carga viral, se cree que la patogenia de esta crisis se debe a la “tormenta de citoquinas”, una exacerbada respuesta inflamatoria por parte del hospedero que, al generar daño alveolar difuso y un estado de deficiencia de oxígeno en sangre grave, facilita la manifestación de sepsis secundarias letales.

La repercusión que este escenario puede tener en la puesta en marcha y evolución de enfermedades neurodegenerativas y neuropsiquiátricas con base neuroinflamatoria es lo que se está investigando actualmente a raíz del reporte de casos de fatiga cerebral severa a menudo descrita como “niebla mental” o “lentitud” en pacientes recuperados de COVID-19.

Un reciente estudio realizado por el equipo del Imperial College de Londres [2] confirmó que en determinados casos de infección grave, las personas sufren daño neurológico y déficit cognitivo importante.

Surgen síntomas como ansiedad, fatiga, pérdida de la memoria, dificultad para concentrarse y comprender palabras habituales, confusión, falta de sueño y mareos, reportada por los individuos como una sensación de “neblina”, “obnubilación” o “estancamiento mental”, que afecta y limita la funcionalidad cotidiana.

Lo más trascendental de la investigación fue la relelación de que algunos individuos tras su proceso de recuperación exhibieron una disminución de 8,5 puntos promedio en su coeficiente intelectual, como si el cerebro hubiese envejecido súbitamente varios años.

Este efecto también se ha observado en otros HCoVs, como SARS y MERS, y se atribuye a un trastorno de estrés postraumático (TEPT) reseña un estudio de la Escuela de Medicina David Geffen de la Universidad de California en Los Ángeles y de la Universidad de Medicina y Ciencia Rosalind Franklin de Chicago publicado en The Clinical Neuropsychologist [3].

Según sus autores, los síntomas de este TEPT se desarrollan como una respuesta a las medidas invasivas de intubación y ventilación del tratamiento de la COVID, que suponen un trauma en algunos pacientes. Además, el delirio también puede provocar alucinaciones y el recuerdo de esta sensación continúa, incluso, después de la recuperación.

Los enfermos "temen que la infección dañe permanentemente sus cerebros, sin embargo solo es fruto de una TEPT. Cuando los síntomas persisten durante meses o años, es probable que se deba a la presencia de un trastorno psiquiátrico”, señala la doctora Erin Kaseda, una de las autoras de la investigación. 

“Con los datos disponibles hasta el momento, es muy difícil aventurar qué porcentaje real de pacientes va a sufrir alteraciones de la capacidad cognitiva por efecto directo del SARS-CoV-2, intervención médica o problemas psicológicos”.

Para los investigadores no solo los pacientes hospitalizados padecen estas complicaciones, los profesionales de la salud que han trabajado arduamente durante la pandemia pueden verse afectados de manera similar, debido al estrés constante y al miedo que enfrentan en su quehacer diario. Incluso, para algunas personas, la ansiedad de estar viviendo con una “amenaza invisible” y con distanciamiento físico provoca alteraciones en las habilidades de pensamiento y memoria.

Cuando la niebla en el camino no se disipa, es primordial mantener un estado de alerta. Para la doctora Kaseda “los médicos y prestadores de salud tienen que mantenerse al día con la literatura que se publica para contar con herramientas e información necesarias y así abordar a pacientes con estas complicaciones neuropsicológicas, porque todavía es un escenario en evolución mientras seguimos a la espera de una vacuna”.

Los científicos recalcan que se hace necesario realizar un estrecho seguimiento de los supervivientes de COVID-19 para detectar a aquellos que van a desarrollar TEPT, pues podría ser el germen de una “pandemia demorada” con gran impacto para la salud pública.

Referencias
[1] Serrano-Castro PJ, Estivill-Torrús G, Cabezudo-García P, et al. Impact of SARS-CoV-2 infection on neurodegenerative and neuropsychiatric diseases: a delayed pandemic? Neurología. 2020;35(4):245-251.
[2] Hampshire A, Trender W, Chamberlain SR, et al. Cognitive Deficits in People Who Have Recovered from COVID-19 Relative to Controls An N=84285 Online Study. DOI.org/10.1101/2020.10.20.20215863
[3] Kaseda ET, Levine AJ. Post-traumatic stress disorder: A differential diagnostic consideration for COVID-19 survivors. Clin Neuropsychol. 2020;34(7-8):1498-1514.

Por Carolina Faraldo Portus

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