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06 Julio 2020

De la patología individual a la colectiva

Los albores de la medicina ocupacional se remontan al siglo XVIII cuando el médico italiano Bernardino Ramazzini comienza a describir enfermedades asociadas a diversos procesos productivos de la época. 

Desde sus orígenes, el ser humado ha tenido que convivir con hechos que ponen en riesgo su vida o salud. Ante la inherente necesidad de conservación y protección, tuvo que transformar y perfeccionar su mundo en muchos sentidos. Se cree que posiblemente los “primeros cuidados para el sistema musculoesquelético fueron gestos intuitivos: la inmovilidad, el calor junto fuego o la aplicación de piedras calientes para aliviar el dolor. Los primeros actos terapéuticos sobre heridas y traumatismos se basaban en una metodología adquirida, aceptada y asimilada, que reposa en su inconsciente [1]”.

El escritor romano Plinio el viejo (23-79 a. C.) en su obra Historia Natural, redactada en la segunda mitad del siglo I, hacía referencia a los peligros propios del manejo del zinc y azufre y sugirió lo que pudo ser el primer elemento de protección personal respiratorio, fabricado con vejigas de animales que se colocaban sobre la nariz y boca para impedir la inhalación de aquellas sustancias. 

Siglos más tarde, en pleno Renacimiento, Leonardo da Vinci recomendaría el uso de paños húmedos sobre los mismos órganos para evitar la inhalación de sustancias tóxicas en los trabajadores de las minas.

La observación del vínculo entre los riesgos laborales y la mala salud se remonta al 1700, cuando el médico y filósofo Bernardino Ramazzini (1633-1714) comenzó a esbozar los principios de la medicina del trabajo en la ciudad italiana de Módena con la publicación de la primera edición de su De Morbis Artificum Diatriba (Tratado sobre las enfermedades de los trabajadores), donde realiza una descripción sistémica de patologías de acuerdo con las causas ocupacionales del siglo XVIII.

Esta obra la comenzó en un momento donde la filosofía y la ciencia estaban marcadas por dos corrientes opuestas: el racionalismo y el empirismo, que a mitad de siglo se complementaron y dieron paso al neopositivismo.

La idea de escribir este tratado surge cuando observa cuán penosa era la labor de un trabajador dedicado al vaciamiento y limpieza de las cloacas y pozos sépticos. “Mientras hacían esta faena en casa, observé a uno de estos obreros que realizaba su tarea en aquel infierno y me fijé en que parecía muy aprensivo y tenía todos los nervios en tensión (…) le pregunté por qué se daba tanta prisa y por qué no lo hacía con más lentitud, con el objeto de evitar la fatiga (…). El pobre alzó los ojos desde la caverna, me miró y dijo: ‘Nadie que no lo haya hecho puede imaginarse lo que cuesta permanecer más de cuatro horas en este sitio; es lo mismo que quedarse ciego’. Más tarde, le examiné los ojos con cuidado y observé que los tenía muy irritados y oscuros (…) Después de esto, vi varios obreros a medio cegar o ya ciegos que pedían limosna en las calles de la ciudad [2]”.

El texto sistematiza y da orden a una gran cantidad de datos y observaciones sobre los numerosos oficios conocidos, con un método de verificación directa de ellas y de la crítica a las interpretaciones dogmáticas e irracionales de su época. Una prueba de aquello fue su exigencia fundamental de corroborar en los cadáveres la existencia de las alteraciones que su intuición clínica ya había reconocido en los órganos internos de los pacientes para remontarse a los hechos constatados por las leyes de la patología [3].

Sintetiza problemas de salud describiendo la enfermedad asociada a la ocupación, las condiciones de ella, tratamientos y consejos para el trabajador y su empleador. Lo hace en más de 50 ocupaciones, por ejemplo, intoxicaciones de los farmacéuticos por mercurio; efectos del uso de antimonio en quienes coloreaban vidrios; enfermedades que producía el plomo en los pintores; problemas no tóxicos pero sí causados por prolongadas posturas inadecuadas, por sedentarismo o por hacer movimientos desgastantes o con exceso de peso en las parteras; o molestias producidas por calor, frío, humedad y ruido.

Lo interesante es que comienza a hablar de la “enfermedad colectiva”, que ya no solo afecta a un individuo, sino que a un grupo en relación con el trabajo que desempeñan sus miembros y con el medio ambiente en el que lo desarrollan. También establece una relación de los oficios y patologías con las diferentes categorías sociales de la época, resaltando que la pobreza era un indicador de precariedad laboral. 

El médico italiano estaba convencido de que los trastornos de los trabajadores tenían un impacto socioeconómico importante y que la única manera de ayudar al progreso era previniendo riesgos y accidentes a causa o con ocasión de las distintas faenas. 

Ramazzini diagnosticó trastornos de salud con observaciones clínicas magistrales y sugirió medidas para protegerla. Entre ellas propuso que los médicos incorporaran una pregunta clave y sencilla durante la anamnesis: “usted, ¿en qué trabaja?”, con la que se podría asociar la dolencia a una enfermedad profesional, interpelación que se mantiene hasta hoy en la entrevista con un profesional sanitario. 

Su obra que tuvo, inclusive, repercusión social, ya que sirvió de base para leyes laborales europeas del siglo XVIII, ha sido traducida a varios idiomas y cuando se habla de medicina del trabajo o de salud medioambiental se suele resaltar la figura de Ramazzini como el padre de la salud ocupacional. 

Las enfermedades y lesiones profesionales son patologías prevenibles. La Organización Mundial de la Salud (OMS) estima que cada año se producen 217 y 250 millones de casos de enfermedades y lesiones, respectivamente, vinculadas a la actividad laboral y 330.000 muertes.

La medicina ocupacional como tal fue definida por la OMS en 1986 como “el conjunto de conocimientos científicos y de técnicas destinadas a promover, proteger y mantener la salud y el bienestar de la población laboral, a través de medidas dirigidas al trabajador, a las condiciones y ambiente profesional y a la comunidad, mediante la identificación, evaluación y control de las condiciones y factores que afectan la salud y el fomento de acciones que la favorezcan” [4]. 

Los historiadores afirman que De Morbis Artificum Diatriba es para la historia de las enfermedades profesionales lo que el libro de Vesalio es para la anatomía, Harvey para la fisiología y Morgagni para la patología. Tanto así que muchas sociedades científicas sobre higiene ocupacional llevan el nombre de Bernardino Ramazzini en varios países, donde sus contribuciones siguen tan vigentes como hace tres siglos. 

Referencias
[1] Arévalo N. y Molano J. (2013). De la salud ocupacional a la gestión de la seguridad y salud en el trabajo: más que semántica, una transformación del sistema general de riesgos laborales. Innovar, 23(48), p. 21. 
[2] Franco G. Ramazzini and workers' health. Lancet. 1999;354(9181):858-861.
[3] Araujo-Álvarez JM, Trujillo-Ferrara JG. De morbis artificum diatriba 1700-2000. Salud Publica Mex 2002;44, pp. 362-370.
[4] Gomero Cuadra Raúl, et al. Medicina del Trabajo, Medicina Ocupacional y del Medio Ambiente y Salud Ocupacional. Rev Med Hered. 2006, Vol.17, N.2, pp.105-108.

Por Carolina Faraldo Portus

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