Ernestina Pérez: precursora del ejercicio femenino de la medicina en Chile
Dentro de las grandes revoluciones suscitadas en el siglo XX, la irrupción de la mujer dentro de la vida pública marcó el inicio de una nueva tendencia. Durante el siglo XIX los protagonistas de la historia eran sólo hombres. Mientras ellos disfrutaban del mundo, ellas se manejaban dentro de las esferas de lo privado y lo doméstico.
Hasta esa época se mantuvo el ideal femenino que había sido impuesto por la religión y la tradición donde la pureza, sumisión y rígida obediencia a las normas eran los preceptos establecidos. Ya a fines del siglo XIX la mujer había comenzado a despertar de su estado de postergación exigiendo cada vez, y con mayor fuerza, su derecho a educación y trabajo, ámbito que hasta 1870 estaba sólo reservado para los varones.
Durante los primeros años de este siglo, las chilenas comenzaron a salir a la calle sin la compañía masculina. Se reunían para conversar de temas literarios y para organizar centros culturales, de beneficencia o sindicatos.
En 1877, bajo el gobierno del Presidente Aníbal Pinto, el Ministro de Educación, don Miguel Luis Amunátegui, impulsó un trascendental decreto que, visionariamente, permitió a las mujeres acceder a la educación universitaria. Esta nueva disposición consideraba que ellas debían ser “admitidas a rendir exámenes válidos para obtener títulos profesionales, con tal que se sometan, para ello, a las mismas disposiciones a que están sujetos los hombres”.
La medida buscaba estimularlas a realizar estudios serios y sólidos, ya que podían ejercer algunas de las profesiones denominadas científicas, por lo que –a juicio de las autoridades de la época- había que facilitarles los medios para su propia subsistencia.
Hasta ese momento, Inglaterra y Estados Unidos eran los únicos países donde médicos mujeres ejercían la profesión. Nuestro país aparecía entonces como pionero en cuanto a la formación de mujeres profesionales. En 1886, el gobierno de Prusia dictaba órdenes para que no fueran admitidas mujeres estudiantes en las Universidades del Imperio; y en 1887, Francia acababa de admitir, con mucha dificultad, a dos jóvenes internas en el Hospital de Tenon, lo cual habla muy bien de los avances que se estaban dando en el Chile de entonces.

Ernestina Pérez Barahona nació en Valparaíso el 8 de agosto de 1865. Se educó bajo la tutela de su hermano Pablo Pérez quien se encargó de resguardar que la joven ingresara en 1880 al Liceo de doña Isabel Le Brun Pinochet, instituto en el que conoció a Eloísa Díaz.
Uno de los hechos que marcaron el futuro profesional de Ernestina fue el haber visto morir a su hermana mayor. Tuvo que luchar dentro de su medio provinciano para que le permitieran estudiar medicina.
Postuló a la Escuela de Medicina de la Universidad de Chile en 1881. Aunque se afanó en demostrar que era una excelente alumna, le costó mucho ganarse el respecto y aceptación de sus profesores y compañeros, quienes se encargaban de hacerle bromas de mal gusto durante las clases de anatomía.
Adquirió buena práctica quirúrgica en la cátedra del profesor Ventura Carvallo Elizalde, profesional que en 1896 realizó la primera apendicectomía en el país, y sintió una gran atracción por los estudios anatómicos y la disección.
Recibió su título de médico cirujano en enero de 1887, nueve días después de que lo hiciera Eloísa Díaz, tras aprobar su tesis de grado sobre “Higiene Popular”.
Se inició profesionalmente en Valparaíso, su ciudad natal, cuando una epidemia de cólera -infección intestinal aguda, grave, que se caracteriza por la aparición de evacuaciones diarreicas abundantes, con vómito y deshidratación- estaba en pleno apogeo. Su trabajo contribuyó a combatir esa grave emergencia sanitaria. El gobierno hizo pública su gratitud a esta mujer que dedicó su vida el ejercicio de la medicina.
Después de esta campaña, se propuso estudiar las enfermedades que afectaban específicamente a las mujeres. Su constante inquietud por este tipo de patologías, la llevó a postular a una beca en Alemania entre 19 postulantes varones y fue una de las tres aspirantes que ganó.
Permaneció en aquel país por tres años, tiempo que dedicó a estudiar ginecología en la Universidad Federico Guillermo, convirtiéndose en la primera mujer en cursar materias de medicina en ese país, lo que llamó la atención de sus colegas varones que estaban poco acostumbrados a la presencia femenina en las aulas de clases.
Gracias a las materias estudiadas durante su beca, escribió su libro “Lecciones de Ginecología”, manual que fue editado en Berlín en 1910 y prologado por su profesor Leopold Landau, profesor de medicina y ginecólogo de la familia real prusiana, que aseguró que “este libro será un buen compendio para alumnos y médicos de habla hispana”.
La doctora Pérez también estuvo en París estudiando los últimos avances en tocología, especialidad médica que se ocupa del embarazo, parto y puerperio, comprendiendo no sólo los aspectos técnicos, sino que también los psicológicos y sociales de la maternidad.
Cuando regresó a Chile en 1891, en plena época de agitación política, el Presidente José Manuel Balmaceda la nombró médico del Hospital San Borja y profesora de los cursos para matronas.
Trató de ejercer la medicina a pesar de los prejuicios y fue una luchadora de sus congéneres y en la prevención de sus enfermedades específicas. Durante el segundo Congreso Médico Latinoamericano, realizado en Buenos Aires en el año 1904, presentó varios trabajos como Distocia glucosúrica e Higiene del corsé, en esta última exposición analizaba los inconvenientes que esa popular prenda implicaba para la mujer.
Sus publicaciones reforzaban la constante preocupación que la doctora tenía por todos los aspectos de la salud femenina de la época. Fue una mujer eficiente y abnegada, de gran sentido del humor, con el que hacía reír a aquellos que criticaban su labor por considerarla poco apropiada para una mujer.
La doctora Ernestina Pérez Barahona tenía una tremenda fe en la condición femenina profesional del futuro. Siempre dijo que “pasado menos de un siglo, miles de chilenas seguirían sus pasos universitarios”. El tiempo le dio la razón, pues hoy el 49 por ciento de bancos universitarios son ocupados por ellas. Junto a la doctora Eloísa Díaz abrieron el camino para que muchas mujeres se decidieran a estudiar lo que, sin duda, engrandeció el papel de la mujer dentro de la sociedad chilena.
