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23 Mayo 2005

Vida y obra del Dr. Lucas Sierra Mendoza

Esta es la historia de un hombre que marcó la forma de ejercer la medicina en varias generaciones de médicos durante los albores del siglo XX, cuando muchas veces con precarias condiciones, los galenos debían luchar contra las enfermedades que afectaban a la salud de sus compatriotas.

La situación sanitaria de Chile a fines del siglo XIX era bastante compleja: existían en el país tres millones de habitantes, de los cuales un 58 por ciento correspondía a población rural. Para entonces la mortalidad infantil era cercana al 20 por ciento, mientras que la esperanza de vida al nacer no superaba los 30 años, producto de una alta prevalencia de tuberculosis, fiebre tifoidea, sífilis y disentería, entre otras enfermedades.

En ese escenario, en 1888, a los 22 años de edad, Lucas Sierra Mendoza recibió su título de médico en la Universidad de Chile, presentando una tesis sobre “Laparotomía exploradora”. Su marcado interés por la investigación, lo llevó a seguir trabajando junto al profesor Manuel Barros Borgoño -quién había sido su mentor en los años de estudio- primero como su ayudante y luego como su jefe de clínica.

Junto a los doctores Alejandro del Río, Gregorio Amunátegui, Aureliano Oyarzún y Carlos Ibas, en vista de su destacado desempeño, el doctor Sierra obtuvo una beca para estudiar cirugía en Europa durante cuatro años, ciclo formativo que lo llevó a perfeccionarse en importantes centros asistenciales de Francia, Alemania e Inglaterra, países en los que se maravilló por los constantes adelantos en el campo de la cirugía.

Asimismo, dado su interés por la historia de la medicina y los grandes maestros, uno de los hechos que más le llamó la atención en aquella época, fue la posibilidad de asistir a un gran homenaje realizado al francés Louis Pasteur en 1892, tres años antes de su muerte.

De ese modo su estadía en Europa coincidió con un período de gran efervescencia en el ámbito quirúrgico, por lo que mucho tiempo después seguía recordando con emoción aquellos años en que tuvo “la oportunidad de asistir a esa poderosa transformación, la más gloriosa de todos los tiempos que haya atravesado jamás la ciencia”, diría al celebrar sus bodas de plata en la cátedra de Clínica Quirúrgica, agregando: “... vi en acción a los más grandes profesores y, como la cosa más natural del mundo, he ansiado que mis conciudadanos participen de sus incalculables beneficios”.

A su regreso a Chie, el médico tuvo la oportunidad de formar parte de intervenciones históricas, como cuando en 1898 se encontraba reemplazando al doctor Raimundo Charlín en el cargo de cirujano del Hospital San Francisco de Borja y participó en la primera colecistectomía que se practicó en Chile. Asimismo, dos años más tarde, en el mismo establecimiento, realizó la primera coledocostomía del país. Posteriormente, desarrolló muchas intervenciones de ese tipo en condiciones bastante precarias, pese a lo cual sus pacientes tuvieron muy pocas complicaciones, en una época en que los problemas post operatorios eran bastante habituales.

Al completar 1.000 intervenciones en ese servicio, escribió: “En una sala estrecha y mal ventilada se habían acumulado alrededor de una vulgar mesa de madera –que servía como mesa de operaciones- una fuente donde se hervían algunos instrumentos, un lavatorio en que se colocaba agua caliente, que se preparaba en una gran tetera. Irrigadores de ácido fénico en profusión y unos cuantos paquetes de algodones impregnados en el mismo antiséptico complementaban aquella sala; así y todo constituía el orgullo del establecimiento. Para la cirugía abdominal se disponía de otra sala especial, que fuera de estar a unos cuantos metros de altura y permitir gozar de una hermosa vista a la cordillera, no presentaba mayores garantías. Dos salas en que podían permanecer los enfermos hasta siete días completaban, junto con una cuidadora, todo el lujo del Pabellón de Laparotomías, como enfáticamente se le designaba en el hospital”.

Su prestigio se incrementó rápidamente hasta ubicarse entre los más destacados cirujanos de Chile y Sudamérica. Participó en numerosas publicaciones nacionales y extranjeras sobre diversos temas médicos, al mismo tiempo que desarrolló escritos sobre historia de la medicina y el desarrollo de la profesión en Chile.

En 1913 renunció a la cátedra de Clínica Quirúrgica, para viajar a España donde planeba escribir un libro de cirugía. Cuando acababa de revalidar su título en ese país comenzó la Primera Guerra Mundial, hecho que lo impulsó a partir a Francia para ofrecer sus servicios profesionales. Allí fue nombrado cirujano en el servicio del connotado médico francés Jean Louis Fauré donde se descacó, motivo por el cual, al término de la guerra, fue condecorado como caballero de la Legión de Honor. A partir de esa experiencia, publicó un folleto titulado “Algunas enseñanzas de la guerra”, donde insiste en la gran importancia de la medicina preventiva.

Tras su regreso a Chile en 1916, es designado nuevamente profesor de la Cátedra de Clínica Quirúrgica y jefe del Servicio de Cirugía del Hospital San Francisco de Borja , cargo dejó con posterioridad para desempeñarse como jefe de la Sección de Cirugía del Hospital del Salvador. De esa época son sus trabajos “Las apendicitis y sus complicaciones”, “La infección biliar” y “La revolución de la cirugía y la medicina en el siglo XIX”.

El doctor Lucas Sierra fue un constante colaborador de la Sociedad Médica, entidad de la cual fue presidente. Mientras ocupaba ese cargo, en 1917 escribió un folleto titulado “La medicina y la superstición”, donde manifiesta su respeto por la fuerza curativa que en algunos casos tenía la fe religiosa, demostrando un criterio amplio y liberal.

En su afán por difundir los nuevos conocimientos, en 1922 se unió con otros colegas para formar la Sociedad de Cirugía de Chile, organismo del cual fue también su primer presidente. Años más tarde, la misma entidad lo nombró con el título de Maestro de la Cirugía. Asimismo, gracias al interés demostrado y las publicaciones hechas sobre problemas de higiene y medicina preventiva, en 1925 fue designado como la máxima autoridad de la Dirección General de Sanidad. De esa época son los escritos “Cuatro palabras sobre la fiebre tifoidea”, “Agua, aire, alimento”, “La reforma sanitaria”, “Las vitaminas” y “Prevención del cáncer”.

Además de su amor por la cirugía, el doctor Sierra sentía un afecto especial por la historia de la medicina. De hecho, se esforzó porque se creara esa asignatura, iniciativa que fue aceptada por la Facultad de Medicina. El curso se hizo en el auditorio de su cátedra y el encargado de efectuarlo fue uno de sus discípulos, el doctor Juan Marín.

Como un aspecto característico de su personalidad, quienes lo conocieron contaban que el facultativo tenía una manera muy peculiar de entregar la enseñanza , en especial para fijar conceptos que permitían sitetizar en frases cortas ideas fundamentales. Eso era lo que los estudiantes de la época llamaban El Catecismo de don Lucas Sierra. Algunos ejemplos son sentencias tales como “Apendicitis diagnosticada, apendicitis operada” y “En el caso de una hernia estrangulada la operación debe ser inmediata. Si es de día, antes de que se ponga el sol y, si es de noche, antes de que salga el sol.”

El facultativo sostenía que el mejor homenaje que se le podía hacer a los médicos que se habían distinguido en el ejercicio profesional y docente, era recordando sus nombres en las salas de los hopitales. Pensamiento que llevó a la realidad cuando fue decano interino de la Facultad de Medicina, época en la que una de sus primeras determinaciones fue reemplazar los nombres de santos que tenían las salas del Hospital San Vicente de Paul, por nombres de médicos. Así, estos lugares pasaron a llamarse “Germán Schneider”, “Guillermo Blest”, “Alfonso Thevenot”, “Diego San Cristóbal” y “Lorenzo Sazié”, entre otros. Siguiendo con su tradición, actualmente el auditorio principal del Campus Norte de la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile lleva su propio nombre: Auditorio Dr. Lucas Sierra.

Además, el profesor era partidario de que la especialización se realizara después de 3 ó 4 años de formación como cirujano general o internista, tras lo cual creía necesario que los jóvenes médicos conocieran bien la realidad sanitaria de Chile, antes de pensar en especializarse en el extranjero, para así tener la posibilidad de comparar y no pensar que eran novedades muchas cosas que ya existían en el país.

Así, este cirujano que formó discípulos e introdujo nuevas ideas y técnicas, fue recordado por quienes lo conocieron como un hombre con gran vocación por la medicina, la enseñanza y el trabajo incansable, espíritu que aún vive en muchos médicos.

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