Medicina moderna contra las superbacterias
Hace prácticamente un año la Organización Mundial de la Salud, OMS, manifestó su preocupación por la creciente resistencia a los antibióticos de diferentes microorganismos, cobrando miles de vidas por infecciones hospitalarias o nosocomiales en el mundo entero. Las seis bacterias resistentes a múltiples medicamentos más comunes, conocidas como “superbacterias”, son responsables de cerca de 400 mil infecciones anuales, provocan la muerte de alrededor de 25 mil personas al año y consumen 2,5 millones de días de hospitalización anuales en Europa.
Estas bacterias tienen la capacidad de transferir los genes de resistencia no sólo a sus herederos, sino también a otras bacterias, aunque sean de especies y géneros distintos. Es un problema serio, que requiere una estrategia global para ganar una verdadera guerra biológica, que suma varias batallas perdidas por la ciencia médica.
Durante el último verano en Sudamérica, investigadores de la Universidad de Uppsala de Suecia, tomaron distintas muestras de agua del mar antártico, en las cercanías de las estaciones de investigación científica de Chile, Bernardo O' Higgins, Arturo Prat y Bahía Fildes, descubriendo tras el análisis de laboratorio que una cuarta parte de éstas contenían la bacteria Escherichia coli, la que llevaba en sus genes una enzima capaz de acabar con la penicilina, cefalosporinas y antibióticos. El hallazgo demuestra, más allá de de sus implicancias, que las superbacterias no saben de fronteras ni latitudes.
La superbacterias son un problema creciente, sin pausa y cada vez mayor en los hospitales de todo el mundo. Se están volviendo resistentes a los antibióticos e inutilizando los fármacos, amenazando procedimientos como trasplantes de órganos, quimioterapia contra el cáncer y terapias intensiva y neonatal a los bebés prematuros, puesto que los antibióticos son necesarios en todos estos tratamientos para prevenir infecciones bacterianas.
El escenario es complejo, pero un grupo de científicos ha dado importantes pasos para encontrar una solución, mediante la utilización de tecnología de secuenciación genética para controlar un brote de la superbacteria Staphylococcus aureus o SARM (por sus siglas en inglés) en un estudio, lo que podría abrir las puertas a un tratamiento más rápido y efectivo para una serie de enfermedades.
Este trabajo se suma a una serie de investigaciones que buscan mejores técnicas para diagnosticar patologías de manera temprana, permitiendo incluso reducir los costos sanitarios. Estos avances se deben en gran parte a la secuenciación genómica completa, lo que permitió a los científicos identificar los marcadores genéticos de una serie de dolencias.
Mecanismo de control
En 1980, el bioquímico inglés Frederick Sanger obtuvo su segundo Premio Nobel de Química, en virtud del desarrollo, cinco años antes, del método de secuenciación de ADN, conocido también como Método de Sanger, técnica que empleó, sin ayuda de ningún automatismo, para secuenciar el genoma del bacteriófago A4, primer organismo cuyo genoma se secuenció por completo. Su trabajo se transformó en base fundamental para el Proyecto Genoma Humano.
Su aporte en este campo ha sido tan relevante que, en 1992, el Wellcome Trust y el Medical Research Council, fundaron en su honor el Instituto Sanger, centro especializado que también ha dejado profundas huellas en el progreso científico de la medicina.
Uno de los últimos trabajos que se han desarrollado en este lugar se propuso combatir a la superbacteria SARM, que provoca la muerte, sólo en Estados Unidos, de cerca de 19 mil personas anuales. Incluso, cuando la infección se logra tratar con éxito, las estadías promedio en un hospital se pueden duplicar, aumentando de manera considerable los costos de la atención médica.
Generalmente, cuando se detectan estos brotes en los recintos asistenciales, la bacteria puede generar el cierre de áreas completas, seguidas de largas investigaciones para descubrir su origen. El SARM se caracteriza por su resistencia a la medicación, agresividad, y se constituye en un importante problema de salud pública, que un equipo de científicos del Instituto Sanger, de la Universidad de Cambridge, ha comenzado a resolver.
Usando muestras de un brote de SARM de 2009 en una unidad de terapia intensiva neonatal, y en conjunto con la compañía de secuenciación genética Illumina Inc., los investigadores buscaron recrear y responder a la infección como si fuera en tiempo real, descubriendo, gracias a procedimientos tecnológicos de última generación, que la secuenciación genética produjo resultados en aproximadamente 24 horas, brindado información genética detallada.
El equipo logró identificar la cepa particular que causó el brote -y también las que no-, con la rapidez necesaria como para iniciar el tratamiento y frenar oportunamente la expansión de la infección. De paso demostraron que las técnicas actuales de evaluación clínica no son suficientemente efectivas para lidiar con un brote de esta naturaleza. Estos resultados, comentaron los autores del estudio, comprueban la validez del uso de la secuenciación genética completa en la salud pública, estrategia que otorga importancia similar tanto a la rapidez de control del brote sospechoso como al descarte de cepas no relacionadas con el “incidente”, evitando así cierres preventivos y otras medidas de contingencia, a la larga innecesarias y costosas.
El proceso, eso sí, presenta algunas dificultades que se buscan subsanar antes de poder implementarlo como un mecanismo de control en los hospitales. Paralelamente, se trabaja en desarrollar un software que interprete los datos para que los médicos puedan comprenderlos con facilidad y utilizarlos en un recinto asistencial.
De esta forma, este tipo de secuenciación genómica rápida podría finalmente integrar la base de un programa de control de infecciones intrahospitalarias diseñado para prevenir brotes de SARM, además de sus aplicaciones en la detección de infecciones como la Salmonella o la Escherichia coli.
