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11 Junio 2012

La inmunología triunfa en Asturias

Tal como ocurrió en la última entrega de los premios Nobel, la inmunología vuelve a situarse en la primera línea en el desarrollo de la medicina. Esta vez, el patólogo Richard Lerner y el biólogo Gregory Winter recibirán el próximo mes de octubre el Premio Príncipe de Asturias, en la categoría Investigación Científica y Técnica, debido a su enorme contribución a la salud con la creación de los anticuerpos monoclonales humanizados, terapia clave en el tratamiento del cáncer y otras enfermedades inmunes.

El patólogo estadounidense Richard Lerner (1938) es considerado el padre de los anticuerpos catalíticos, caracterizados no solamente por su capacidad de identificar una molécula concreta del organismo y unirse a ella, sino que además generar una reacción química capaz de destruirla. Fue durante 25 años presidente del Instituto Scripps de Investigación, uno de los organismos científicos más prestigiosos del mundo, y es miembro, entre otras instituciones, de la Academia de Ciencias de su país. Durante su exitosa carrera ha recibido cerca de 30 distinciones y cuenta con más de 400 investigaciones publicadas, entre ellas las primeras que alertaron de los riesgos de la reducción de la capa de ozono para la salud.

El biólogo británico Gregory Winter (1951) es director del laboratorio de Biología Molecular de la Universidad de Cambridge y logró por primera vez, en 1988, humanizar un anticuerpo para poder emplearlo en forma de medicamento. Fue fundador, cofundador y creador de diversas compañías ligadas a la biotecnología y, en 2004, fue nombrado caballero en el Reino Unido por su contribución a la ciencia.

Ambos son considerados por la comunidad científica internacional como pioneros en la investigación y el trabajo con anticuerpos monoclonales, unos compuestos creados en laboratorio, utilizados ampliamente en el tratamiento de enfermedades como el cáncer o la artritis, y que están diseñados para unirse a una sustancia del organismo, por ejemplo, una célula tumoral. Juntos participaron en el desarrollo de un revolucionario fármaco para tratar la artritis reumatoide: adalimumab. También es utilizado para el tratamiento de otras patologías autoinmunes como la enfermedad de Crohn y la colitis ulcerosa.

Gracias a los aportes de estos científicos se sortearon dos importantes barreras en la utilización de esta terapia en el ser humano: la posibilidad de modificar anticuerpos animales para su empleo en la fabricación de anticuerpos humanos y la dotación de capacidad catalítica a estas moléculas, lo que les confiere la capacidad de romper o transformar la molécula patogénica en componentes inocuos que el organismo puede eliminar fácilmente.

Sus méritos en este campo son aplaudidos en el mundo entero y han sigo argumentos más que suficientes para hacerse acreedores del Premio Príncipe de Asturias de Investigación Científica y Técnica 2012. Para el jurado, presidido por el físico Pedro Miguel Echenique, como consecuencia de las investigaciones de Lerner y Winter, “ya es posible tratar enfermedades degenerativas y tumorales con anticuerpos diseñados específicamente, abriendo nuevas vías para la medicina personalizada, para la medicina preventiva y otras aplicaciones como la catálisis química”.


Ataque dirigido

Cuando el ser humano enferma se inicia una verdadera ofensiva microscópica contra los organismos externos que producen la afección. El sistema inmunológico entra en estado de alerta y segrega los anticuerpos específicos para combatir y eliminar las bacterias, parásitos o virus que provocan el malestar. También conocidos como inmunoglobulinas, los anticuerpos son glucoproteínas que circulan por la sangre en busca y captura de los antígenos que dañan el organismo. Una vez producidos, los anticuerpos, únicos y específicos para cada antígeno, permanecen circulando por la sangre durante meses, lo que genera la inmunidad durante largos periodos de tiempo. El conocimiento del mecanismo de respuesta del cuerpo humano frente a los antígenos que causan las patologías dio lugar a las vacunas, las que logran que el cuerpo se adelante a un posible contagio haciéndolo inmune.

Los primeros anticuerpos que se diseñaron en laboratorio eran de origen murino, vale decir, se intervenía genéticamente un roedor para producir anticuerpos contra una proteína de un tumor humano inyectada previamente. A partir de 1988, estos fármacos comenzaron a mostrar todo su potencial, luego que Winter los “humanizara”, eliminando los genes de ratón que contenían y reemplazándolos por ADN humano. Todo un acierto para el desarrollo de la medicina. A Lerner, por su parte, se le reconoce la “creación de bibliotecas de anticuerpos que han permitido la construcción de repertorios inmunológicos muy superiores a los que produce el sistema inmunitario humano”.

Todo comenzó cuando algunos investigadores se propusieron atacar el cáncer y otras enfermedades, replicando la estrategia del sistema inmunológico. Como éste no ataca de manera natural, ya que las células tumorales tienen su origen en nuestro propio organismo, se inició la experimentación con roedores, programando los anticuerpos de los animales para que reconociesen ciertas proteínas típicas del cáncer y, posteriormente, inyectando estos anticuerpos de ratón en el ser humano. Sin embargo, para tener éxito y llegar al uso masivo farmacológico hubo que salvar varios inconvenientes.


Hibridoma

Como los antígenos de las células tumorales también están presentes en muchas de las células sanas del organismo, el primer paso fue transformar los anticuerpos policlonales en monoclonales, vale decir, dirigidos contra una proteína específica e inofensivos para el resto.

Los anticuerpos monoclonales son un tipo de moléculas que provienen de la hibridación de linfocitos B, originarios de una única línea celular (clones), con una célula plasmática tumoral. Como resultado de este proceso se consigue una producción de anticuerpos idénticos y altamente específicos, que pueden ser utilizados para diversas aplicaciones terapéuticas, siendo la más importante el tratamiento del cáncer o de enfermedades autoinmunes, al reconocer con una gran especificidad los factores desencadenantes de la enfermedad o las propias células tumorales.

La forma de producirlos consiste en extraer células B de un roedor expuesto al antígeno concreto. Posteriormente, una línea procedente de una de estas células con su memoria inmune es hibridada con células tumorales de mieloma. De esta forma se consigue un tipo de célula, el hibridoma, capaz de sintetizar gran cantidad de anticuerpos (por su componente linfocítico) y que se multiplica rápida e indefinidamente por su componente tumoral. Además, estos anticuerpos resultan altamente específicos e invariantes, dado que provienen de una única célula madre.

Ya con el hibridoma (desarrollada en 1975 por Georges Köhler, César Milstein y Niels Kaj Jerne, quienes ganaron el premio Nobel por esto), comenzó la producción industrial, sin embargo, el primer medicamento basado en esta tecnología, pese mostrarse eficaz en un comienzo, finalmente fracasó, debido a su origen murino. Es aquí donde Lerner y Winter dan el impulso final y más importante a esta terapia, con la aparición de los anticuerpos monoclonales humanizados. El premio que recibirán, consistente en 50 mil euros y una escultura original de Joan Miró, será entregado por los príncipes de Asturias, en una ceremonia que se desarrollará en octubre, en la ciudad de Oviedo, España.



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