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07 Mayo 2012

El ADN azul de un rey

Un equipo de científicos españoles localizó en una calabaza el ADN de Luis XVI, rey francés que fue ejecutado en la guillotina el 21 de enero de 1793, y cuyo análisis arrojó que sí tenía los ojos azules, como indican los cuadros de la época.

El final del siglo XVIII fue una época de trastornos en muchas partes de hemisferio occidental, trastornos que se pueden atribuir, directa o indirectamente, a la Ilustración. Estas ideas, reflejo de las necesidades y tensiones de una sociedad cambiante, se basaron en el nuevo conocimiento científico del siglo XVII, que engendró una nueva fe en la razón y en el progreso.

Por un lado, esto llevó a un rechazo de la autoridad y a una afirmación de los derechos del hombre, expresados en la famosa declaración de Rousseau de que el hombre nace libre, pero en todas partes está encadenado. Por otro, las nuevas ideas fueron una inspiración para los monarcas, que empezaron a concentrar el poder en sus propias manos y a gobernar mediante agentes burocráticos nombrados por ellos.

Estas actividades centralizadoras encontraron resistencia en todos aquellos que tenían intereses creados en el Antiguo Régimen: iglesias, gremios, corporaciones y, sobre todo, la aristocracia. Sus líderes recurrieron a las teorías de Montesquieu y Burke para demostrar que la sociedad era una forma orgánica y que sus agrupaciones tradicionales no sólo conferían derechos inalienables a sus miembros, sino que producían un equilibrio de poder que resguarda los individuos de la tiranía. Esto, junto al deseo de autonomía de las provincias, dio origen al descontento.

La Revolución Francesa fue el cambio político más importante que se produjo en Europa, a fines del siglo XVIII. No fue sólo importante para Francia, sino que sirvió de ejemplo para otros países, en donde se desataron conflictos sociales similares, en contra de un régimen anacrónico y opresor, como era la monarquía. Esta revolución significó el triunfo de un pueblo pobre, oprimido y cansado de las injusticias, sobre los privilegios de la nobleza feudal y del estado absolutista.

Uno de los costos de esta gran revolución fue el derrocamiento del rey Luis XVI, gobernante bien intencionado, pero de carácter débil, que gobernó entre los años 1774 y 1791. Fue soberano de Francia y Navarra, esposo de María Antonieta de Austria, una mujer codiciosa y lujuriosa que obtuvo el desprecio de su pueblo, con la que tuvo cuatro hijos: María Teresa, Luis José, Luis Carlos y María Sofía.

Ante la presión popular de la época, Luis XVI tuvo que convocar a los estados generales, ya que al intentar cobrar impuestos a la nobleza, para sanear el debilitado estado francés, este sector privilegiado, que nunca lo había abonado, opuso resistencia y exigió la reunión de ese organismo, con la esperanza que al votarse por estado, constituidos por la nobleza, el clero y el estado llano o tercer estado, los dos primeros se unirían para votar en contra de la imposición. Hasta ese momento sólo el tercer estado contribuía impositivamente.

El tercer estado se separó de los estados generales formando la Asamblea Nacional. Si bien el rey inicialmente se opuso a esta idea, fue forzado a reconocer la autoridad de la Asamblea, que el 9 de julio se autoproclamó Asamblea Nacional Constituyente, una institución cuyo propósito era crear una constitución para el país.

Los acontecimientos acaecidos en los días siguientes condujeron a la toma de la Bastilla el 14 de julio de 1789, y la Revolución Francesa comenzó a expandirse. El 21 de junio de 1791, la familia real emprendió la fuga hacia los Países Bajos austríacos, pero a pocos kilómetros de la frontera, cerca de la ciudad de Varennes en Argonne fueron reconocidos, detenidos y enviados a París.

El intento de fuga demolió por completo la ya muy mellada idea del carácter sagrado de la persona del rey. Se empezó a pensar que Luis XVI había traicionado a su propio país. Los reyes se trasladaron a Tullerías, donde estaban como prisioneros.

Los acontecimientos del 20 de junio de 1792, anticiparon lo que ocurriría el 10 de agosto, cuando las masas asaltaron el Palacio de las Tullerías para derrocar al gobierno municipal de la capital para instaurar una comuna rebelde y presionar a la desacreditada Asamblea Nacional para destronar al rey.

La tarde del 13 de agosto de ese año, el rey francés fue oficialmente detenido y hecho prisionero en el Temple, una torre parte de una propiedad del Estado y que perteneció a la Orden de los Templarios, transformada en prisión para la familia real.

El rey Luis XVI fue condenado a muerte en la guillotina por el gobierno revolucionario de la Convención el 21 de enero de 1793, declarado culpable de “conspiración contra la libertad pública y de atentado contra la seguridad nacional”.

Luis XVI fue ejecutado como un hombre ordinario, como Luis Capet, despojado de todo derecho divino heredado de la antigua monarquía. La ejecución del rey se mostró como el triunfo de los jacobinos en la convención y marcó el inicio del período más radical de la Revolución Francesa.

La ejecución

Charles-Henri Sanson, fue un verdugo de París que vio rodar más de 2.918 cabezas, entre ellas una ilustre: la de Luis XVI. El día de su ejecución, el rey fue llevado en carroza hasta el lugar en donde se alzaba la guillotina y se negó enérgicamente a dejarse atar las manos a la espalda no cediendo sino ante los ruegos de Abbé Edgeworth, que lo acompañó en aquel momento.

El verdugo le cortó los cabellos, que le caían sobre el cuello, y lo llevó hasta la guillotina, haciéndole marchar hacia atrás para que no viera el aparato. Sus últimas palabras fueron: “¡Pueblo, muero inocente!, deseo que mi sangre pueda cimentar la felicidad de los franceses”. Unos segundos después, a las 10:20 de la mañana, cayó el cuchillo ahogando el gran grito de la desventurada víctima.

Según las crónicas que se conservan de la época, fueron muchos los ciudadanos que subieron al cadalso a mojar sus pañuelos en la sangre del monarca para tener un recuerdo del histórico acontecimiento.

Más de 200 años después, un grupo de expertos del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) de España sometió a análisis restos de sangre que se hallaban en una pieza de colección de arte de una familia aristócrata de Bolonia, entre cuyos enseres se encontraba una calabaza, que hacía las veces de caja, con una sustancia marrón en ella y que había sido labrada con motivos y personajes de la Revolución Francesa.

En dicha familia, durante generaciones, se había comentado que en aquella calabaza se guardaba un pañuelo que había sido empapado con la sangre del rey guillotinado. Por ello, los propietarios decidieron comprobar si en aquella reliquia familiar de 23,7 centímetros había restos de ADN del rey.

En el estudio, Forensic Science International. 2011 Nov; 5 (5): 459-463, encabezado por Carles Lalueza-Fox, los investigadores recuperaron el ADN mitocondrial y del cromosoma Y del individuo y comprobaron que se trataba de un varón europeo, cuyos datos genéticos eran difíciles de encontrar en las bases de dato actuales.

El ADN mitocondrial correspondía a un raro linaje N1b, presente en sólo dos europeos de un total de 21 mil estudiados. El Y correspondía a un linaje G2a no descrito entre cerca de 22 mil europeos analizados.

Además, el equipo ítalo-español comprobó que el varón de la calabaza tenía la mutación en el gen HERC2 que produce el color azul en los ojos, algo que retrataron muy bien los artistas de la época en sus pinturas.

Para los investigadores, la única forma de saber si la sangre encontrada en aquella calabaza pertenece realmente el monarca francés sería comparando el ADN encontrado con el perfil genético del corazón momificado de su hijo, Luis XVII, que –al parecer- se conserva en la Basílica de Saint Denis en París, pero para el investigador español aquello es casi imposible, porque “los franceses no nos darán permiso para aquello”.

A 59 años del descubrimiento del ADN y a nueve del éxito en la culminación del Proyecto del Genoma Humano, cuyo principal objetivo fue determinar la secuencia de los pares de bases que conforman el ADN e identificar aproximadamente de los 20 mil genes del genoma humano, hoy es posible conocer los eslabones perdidos de nuestra historia universal. Otro gran punto que se anota la ciencia.

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