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19 Diciembre 2011

El síndrome del agotamiento profesional

El síndrome de Burnout, también llamado síndrome de “estar quemado” o síndrome de desgaste ocupacional, se considera como la fase avanzada del estrés profesional y se produce cuando se desequilibran las expectativas en el ámbito profesional y la realidad del trabajo diario.

El estrés forma parte de nuestra vida cotidiana, al punto que puede considerarse como el mal de nuestra civilización, afectando tanto a la salud y bienestar personal como a la satisfacción laboral y colectiva. En el contexto de la salud laboral surge un nuevo concepto: el síndrome de agotamiento profesional o Burnout, un término que traducido al castellano significa “estar o sentirse quemado por el trabajo, agotado, sobrecargado, exhausto”.

Diversos autores han documentado que este síndrome surge más frecuentemente en las profesiones que requieren un contacto directo con las personas y con una filosofía humanista del trabajo, es decir, que exigen altas dosis de entrega personal e involucramiento. Además, se sabe que suele afectar a personas con gran intervención en el ámbito social y a profesionales cuya orientación es ayudar a los demás como médicos, enfermeras, trabajadores sociales, psicólogos, odontólogos, profesores, policías, entre otros. También ha sido descrito en otras actividades como trabajo directivo de mandos medios en organizaciones diversas, entrenadores, deportistas e incluso en amas de casa.

Por tratarse de un trastorno adaptativo crónico, asociado con el enfrentamiento inadecuado de las demandas psicológicas del trabajo, su aparición altera la calidad de vida de la persona que lo padece y produce un efecto negativo sobre la calidad de la prestación profesional; por ejemplo, sobre los servicios médicos asistenciales. Es esencial que quienes podrían verse afectados por este síndrome conozcan de qué se trata, pues esta afección es un factor que influye en la calidad de atención de pacientes y en la falta de compromiso, que a veces se observa, en la práctica médica.

Fue descrito, por primera vez, en 1973 por el psicoanalista Herbert J. Freudenberger, como un conjunto de síntomas médico-biológicos y psicosociales inespecíficos que se desarrollan en la actividad laboral como resultado de una demanda excesiva de energía. Llegó a esta conclusión después de evaluarse él y otros colegas, al observar que luego de cierto tiempo perdían mucho de su idealismo y también de su empatía hacia los pacientes.

Las doctoras Christina Maslach y Susan Jackson, cuyas propuestas son las más aceptadas en la actualidad, consideran este síndrome como un proceso de estrés crónico por contacto, en el cual identifican tres grandes dimensiones: el cansancio emocional, caracterizado por la pérdida progresiva de energía, desgaste y agotamiento; la despersonalización, que se manifiesta por un cambio negativo de actitudes que lleva a un distanciamiento frente a los problemas, llegando a considerar a las personas con las que tratan como verdaderos objetos; y la falta de realización profesional, donde surgen respuestas negativas hacia sí mismos y hacia el trabajo, con manifestaciones pseudo depresivas y con tendencia a la huida, una moral baja y un descenso en la productividad en el trabajo, que lleva a una escasa o nula realización profesional.

En 1981, ambas profesionales desarrollaron la primera escala para la medición de estas tres dimensiones, originalmente diseñada para el uso en trabajadores de servicios públicos. Si bien existen otros métodos para el diagnóstico de este síndrome como el Burnout Measure (BM) que es una escala con 21 ítems con siete opciones que miden el agotamiento físico, mental y emocional; el Staff Burnout Scale (SBS) y la Teacher Attitude Scale (TAS); la escala de Maslach (Maslach Burnout Inventory –MBI) es considerada el test de elección para determinar la presencia del Síndrome de Burnout y fue validada para su aplicación en personas que trabajan en servicios asistenciales de salud.

Algunos trabajos han concluido, en un alto porcentaje, que este síndrome se manifiesta, en el ámbito sanitario de formas diferentes, es decir, como problemas de salud mental, conductas ansiosas y depresivas, consumo desmedido de alcohol y sustancias tóxicas, alteraciones cardiovasculares y ausentismo laboral.

La frecuencia y prevalencia se ha elevando de tal manera, que motivó a la Organización Mundial de la Salud (OMS) en al año 2000 a calificarlo como de riesgo laboral que no se identifica con la sobrecarga de trabajo, ni con un proceso asociado a la fatiga, sino con la desmotivación.

En un estudio realizado el año 2004 en el Hospital de Alta Complejidad “Roberto del Rio” en la Región Metropolitana (Rev. Chil. Pediatr. 2004 Oct; 75(5); 449-454), se encuestaron a 255 personas, se concluyó que “se trata de una patología altamente prevalente. La frecuencia de casos sintomáticos aumenta linealmente con las horas de trabajo semanal, llegando hasta un 83 por ciento entre los trabajadores con más de 60 horas a la semana. Todas las profesiones se ven afectadas en un alto porcentaje no encontrándose diferencia significativa entre ellas, lo que contrasta con lo encontrado en la literatura. Todas las categorías que contempla la encuesta presentan un alto porcentaje de casos sintomáticos. La que dice relación con las fuentes de tensión laboral es importante, porque es aquí donde se puede intervenir a modo de prevención (sistemas de trabajo, horarios, tiempo libre, actividades extra laborales, incentivos, sueldo, entorno laboral, etc.). Con respecto a los Servicios Clínicos, destaca la UCI con el menor porcentaje de casos sintomáticos, probablemente por el hecho de que para tratar la patología grave es imprescindible el trabajo en equipo de todo el personal involucrado, por lo que la significación del trabajo y la autoestima pudieran estar acá menos deteriorados. Este último resultado, sin embargo, no es lo que habitualmente se observa en trabajos internacionales, donde justamente se invoca como factor favorecedor para el desarrollo de la enfermedad, el contacto con pacientes complejos y graves y el contacto con la muerte”.

El principal aporte de este estudio fue poner de manifiesto una realidad de salud dentro del ámbito de la salud en Chile, realidad, hasta ahora, poco conocida pero muy importante en sus implicancias. Al tratarse de una enfermedad tan multifactorial en sus orígenes, necesariamente la intervención debería ser multidisciplinaria y con la participación activa de otros sectores, aparte del de salud.

Para el correcto cuidado de un paciente es fundamental que el trabajador sanitario posea un adecuado equilibrio en su actividad profesional intentando, en la medida de lo posible, que dichas actividades se desarrollen sin tensiones ni estrés. Sin embargo, a menudo, los profesionales de la salud se enfrentan a continuas demandas físicas y emocionales por parte de sus pacientes.

No existe una estrategia simple y universal para prevenir o tratar el Síndrome de Burnout, sin embargo la combinación de técnicas hace posible que los riesgos disminuyan y que el diagnóstico sea más rápido. Para evitar caer en este estado psicológico es necesario utilizar habilidades de enfrentamiento del estrés, de resolución de conflictos, de autocontrol y psicoterapia.

La mejor manera de evitar este síndrome es cuidando el ambiente laboral. El trabajo en equipo evita cualquier problema y contar con un buen líder –que marque los objetivos y redefina el trabajo con cierta regularidad- puede ser un elemento diferenciador. Además, se recomienda realizar actividades extra laborales e intensificar las relaciones personales, familiares y sociales. Y si el profesional considera que es necesaria alguna ayuda profesional, conviene solicitarla. Esa la única manera de evitar la cronificación.

Ya sabe, si se ve dentro de un círculo vicioso parecido al que acaba de leer, hágase una propia anamnesis, usted y su paciente se verán beneficiados.

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