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19 Septiembre 2011

Desafío médico

El dolor con objetividad

Un equipo de científicos localizó cinco áreas de la corteza cerebral que incrementaron su actividad frente a un estímulo doloroso, mediante la técnica de imagen conocida como resonancia magnética funcional. Sin embargo, al menos por ahora, el sistema está lejos de alcanzar validación.

Es abundante la literatura existente, desde diferentes enfoques y perspectivas, que centra sus contenidos en el dolor. Planteamientos y descripciones que abordan experiencias traumáticas en distintos planos, como espirituales, sentimentales y por cierto físicos son materia de debates y profundos análisis, pero todos, finalmente, dejan en evidencia un denominador común: la subjetividad.

Determinar qué nos duele, qué dolor es más fuerte o quién muestra mayor tolerancia a ciertas molestias o lesiones y por qué, son materias muy complejas de definir, ya que dependen y varían según las características, personalidad y predisposición del sujeto que sufre una dolencia o que, en algunos casos, cree sentirla. Se trata de un tema lleno de interpretaciones, percepciones y sin verdades absolutas.

El dolor se define como una experiencia sensorial y emocional, causal de desagrado para la mayoría de las personas, a la cual están expuestos todos los seres vivos que disponen de un sistema nervioso. La ciencia que lo estudia se denomina Algología (palabra que proviene etimológicamente del griego algos), término utilizado en varios países de habla hispana para aludir a la rama de la medicina que se preocupa el dolor y su tratamiento científico. En la mitología griega, algos era una energía o espíritu de la condición humana que personificaba la pena y el dolor, tanto físico como emocional.

Medir o cuantificar el dolor resulta un verdadero desafío profesional para los especialistas, sin embargo, investigadores han dado un paso importante en la tarea de encontrar un “dolorímetro” o detector del dolor, el cual permita llevar el tema a otro terreno, ingresando al plano de la objetividad.


Aciertos y validación

El sistema diseñado por los científicos se basa en la técnica de imagen conocida como resonancia magnética funcional. Mediante esta tecnología, el equipo liderado por Sean Mackey, jefe de la división de Manejo del Dolor de la Facultad de Medicina de la Universidad de Stanford (Estados Unidos), registró la actividad cerebral de 24 personas mientras eran sometidos a estímulos dolorosos y neutros, aplicándoles calor en el antebrazo. Así, lograron localizar cinco áreas de la corteza cerebral que incrementaron su actividad frente al estímulo.

Para lograr estos resultados, los datos obtenidos en el experimento se introdujeron en un ordenador que, con un programa especial y elaborado para estas pruebas, estableció un modelo capaz de identificar, con un 81% de aciertos, a aquellos sujetos que experimentaron dolor.

Aunque los investigadores consideran alentadora la información obtenida en el estudio, publicado en la revista “PLoS ONE”, advierten que el sistema está lejos de alcanzar validación y llevarlo a la práctica clínica. Por ahora, consideran los expertos, la resonancia magnética funcional se constituye en una herramienta confiable para hacer una medición objetiva, pero también coinciden en que es necesario realizar más estudios para confirmar su utilidad, la que, igualmente, resultaría demasiado cara y difícil de implementar.

Francisco Reinoso, jefe de la sección de Anestesia Pediátrica del Hospital La Paz de Madrid, advierte que el método perdería validez en algunos pacientes. “Es el caso de los bebés y los ancianos con problemas cognitivos. La demencia produce atrofia de la corteza cerebral y en los niños muy pequeños hay una inmadurez de esta zona, por lo tanto en estos dos grupos se observaría una activación cerebral que no responde al patrón habitual”, explica.

En este escenario, las escalas y cuestionarios utilizados por los médicos, ambos validados científicamente, continúan siendo la mejor forma para evaluar el dolor y el relato que entrega el propio paciente sobre su dolencia. Lo que también está claro, es que este tradicional sistema tampoco es infalible, puesto que, como se detallaba en un principio, está supeditado a la subjetividad de cada individuo, muchas veces condicionado por otros factores, como la ansiedad o la depresión, más vinculados con la emocionalidad.

Existen, en este sentido, otras opciones para determinar la intensidad del dolor, como las frecuencias cardiaca y respiratoria, la tensión arterial, sudoración y dilatación pupilar, signos que se ven alterados cuando se sufre dolor, ya que son parámetros muy sensibles. El problema es que son poco específicos, fundamentalmente cuando se trata de definir las características del dolor que pueden sentir niños muy pequeños o ancianos que no se encuentran capacitados para describir su condición.

Lo más habitual es pedirle al paciente que califique su dolor, utilizando una escala del cero al diez. Es lo más útil, pero muchos experimentos muestran que un mismo estímulo doloroso puede ser percibido de forma muy diferente por distintas personas.

“No es lo mismo que alguien se dé un golpe salvando a otra persona de un peligro que el hecho de que una mujer reciba ese mismo golpe como consecuencia de un acto de violencia de género. El componente emocional hace que, en el primer caso, el dolor llegue a desaparecer, mientras que en el segundo se percibirá con mucha más intensidad”, agrega Francisco Reinoso.

Para el especialista, la medición del dolor, aunque compleja, no es inalcanzable. El “dolorímetro” podría convertirse en realidad cuando se logre determinar la actividad que se produce en los núcleos laterales del tálamo, región del cerebro que recoge información pura y dura relacionada con un estímulo doloroso, sin componentes subjetivos. Investigadores ya trabajan para lograr esa meta.

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