Momia egipcia reveló sus secretos
Aterosclerosis: peligro antiquísimo que no pierde vigencia
Ahmose-Meryet-Amon llevaba una vida llena de privilegios, comodidades y lejos de cualquier estado de estrés que le hiciera pasar un mal rato. Su dieta era saludable, muy acorde a su rango social, difícilmente escuchaba un no como respuesta y los vicios, como por ejemplo fumar, no eran parte de su rutina diaria. Sin embargo, y pese a todo lo anterior, falleció con poco más de 40 años, presentando síntomas de aterosclerosis en dos de sus tres arterias coronarias principales. Necesitaba con urgencia una cirugía de by-pass.
Así al menos lo determinaron las pruebas de escáner a las que fueron sometidos sus restos, 3.500 años después de su muerte.
Nos referimos a la hija de Seqenenre Tao II, el último faraón de la 17ª dinastía egipcia, una de las más prósperas del país del Nilo. Su caso se constituye, según investigadores de Estados Unidos, en el registro más antiguo de aterosclerosis conocido en la historia de la humanidad.
Es, sin lugar a dudas, un antecedente relevante, que pone en tela de juicio muchos de los estudios previos sobre esta patología, ya que las enfermedades de las arterias coronarias y del corazón siempre se asociaron a un estilo de vida “moderno”, fundamentalmente porque han aumentado en los países en desarrollo a medida que se occidentalizan.
¿Cómo se explica entonces la “extraña” condición de la princesa Ahmose-Meryet-Amon?
La historia es así. Un grupo de investigadores norteamericanos estudiaron los vasos sanguíneos de 52 momias del antiguo Egipto. Según publica la revista “The Journal of the American Medical Association” (JAMA), de ellas, “sólo en 44 se pudo realizar un estudio de sus arterias y corazón, ya que en el resto habían desaparecido, y la sorpresa surgió cuando los científicos advirtieron que 20 de esos restos presentaban acumulaciones de calcio en las paredes de sus vasos sanguíneos”.
Los restos más antiguos eran de la princesa Ahmose, que, se estima, nació alrededor del año 1580 antes de Cristo, tiempos en que no se conocía el tabaco ni menos aún las grasas trans y la dieta era rica en cereales, frutas y verduras. Es más, la cantidad de carne que se consumía era limitada, pero no para todos…
Los estudios revelaron algunos secretos. El doctor Gregory S. Thomas, director de Cardiología de la Universidad de California (Irvine, EE.UU), presentó en la Conferencia Internacional de Imagen Cardiovascular no Invasiva, realizada en mayo de este año, los últimos resultados de esta investigación, planteando que, en su condición de miembro de la realeza, es posible que Ahmose hubiese comido más carne, mantequilla y queso que el resto de los egipcios, pero en ningún caso acercándose al consumo de los tiempos modernos. “Un detalle importante es que los alimentos se conservaban en sal, algo que pudo tener un efecto adverso en su salud”, comentó.
Los expertos coinciden en que la dieta, aunque se considera un factor importante, no es el único que influye en la aparición y desarrollo de una enfermedad coronaria. Son, aseguran, un conjunto de causas las que la gatillan.
“Efectivamente, la dieta es una parte importante para desarrollar esta patología, pero en este caso los alimentos eran muy saludables, mientras que el consumo de grasas era más escaso que el nuestro, incluso en las altas esferas sociales”, confirma el doctor Thomas. “Como no es la única causa, también estamos investigando factores como una posible respuesta inflamatoria a las frecuentes infecciones parasitarias o la genética, ya que hemos descubierto que otros miembros de su familia también tenían síntomas de esta enfermedad”, añade.

Jeroglíficos delatores
Según publica la revista The Lancet, en febrero de 2010, resultaba fundamental descifrar la dieta de los egipcios para comprender los factores a los que estaban expuestos.
Con este objetivo, científicos e historiadores especializados en esa cultura realizaron una detallada traducción de inscripciones jeroglíficas en las paredes de un templo, para así determinar los hábitos alimenticios de esa época, fundamentalmente en la población con un alto estatus social.
La interpretación delató que la dieta consistía principalmente en carne de res, aves de caza, pan (enriquecido con grasa, leche y huevos), frutas, verduras, pasteles y, en algunos casos, vino y cerveza. Muchos de estos alimentos, evidentemente, contribuyeron al consumo de grasas saturadas.
“Respecto a los factores de riesgo sabemos que, aunque los antiguos egipcios no fumaban tabaco, no comían alimentos procesados ni parecían llevar una vida sedentaria, el consumo de carne sí parece haber sido habitual entre quienes gozaban de una posición privilegiada en la sociedad. No obstante, se desconoce la prevalencia de la diabetes o de la hipertensión en esta época”, precisan los investigadores.
Medidas de precaución
Frente a los estudios que confirman que los antiguos egipcios ya mostraban en sus organismos calcificación en las arterias y signos que los hacían propensos al infarto coronario, es fundamental, mucho más aún en estos días, tomar las medidas de precaución necesarias para contrarrestar esta predisposición.
Un triste dato a destacar dentro de toda esta historia: la aterosclerosis, que en términos simples se puede describir como el endurecimiento y obstrucción de las arterias, conduce a la enfermedad cardiovascular y actualmente es la causa principal de muerte en hombres sobre los 35 años de edad y todas las personas mayores de 45 años. La mayoría de los ataques cardíacos y apoplejías son el resultado de esta patología y, aunque el origen de esta enfermedad no se comprende del todo, sí está comprobado que existen factores que aceleran su aparición, como la presión arterial alta, colesterol, diabetes, consumo de tabaco, sedentarismo y obesidad.
Es evidente entonces que, para evitar la aterosclerosis, lo primero es reducir los factores de riesgo. Una clave importante es disminuir los índices de colesterol LDL y aumentar el colesterol HDL, ya que este es el encargado de eliminar de la circulación sanguínea la grasa sobrante. Una alimentación adecuada, rica en Omega 3, ayuda además a reducir los triglicéridos. El ejercicio constante, control médico regular, dejar el cigarro y el alcohol también son factores decisivos en esta materia.
Si este cambio en el estilo de vida no logra bajar los niveles de colesterol, los médicos pueden optar por un tratamiento farmacológico. Dependiendo de la raíz del problema, los medicamentos que suelen usarse en estos casos son las estatinas, los fitosteroles o el ácido nicotínico.
