Mens sana in corpore sano
Actualmente, la vida humana se ha estructurado – de manera exclusiva y excluyente- en función del trabajo. El trabajar para vivir se ha convertido en todo lo contrario: en un vivir para hacerlo, donde el sentido del ocio y la contemplación representan instancias poco favorables para el desarrollo profesional.
En este sentido, el ocio simboliza una ausencia de trabajo, una reticencia al esfuerzo, es decir, un síntoma de la enfermedad de la holgazanería. El filósofo alemán Josef Pieper postulaba que “en un mundo configurado –precisamente- por el principio de utilidad, no puede haber un espacio de tiempo no útil, como tampoco puede darse un trozo de terreno sin aprovechamiento. Fomentar algo así sería como caer irremediablemente en el concepto de sabotaje cultural”.
Para Aristóteles, el ocio era el principio de todas las cosas, la ayuda que todo hombre necesitaba para lograr el fin supremo: la felicidad. El hombre que trabaja se ocupa de sí mismo con la mira puesta en algún fin que no está en su posesión, mientras que la felicidad, a la que se llega por el ocio, es un fin perfecto, que todos los hombres creen está acompañado de placer y no de dolor, señalaba en su libro La Política.
Mens sana in corpore sano, parece haber nacido pensando en la civilización de la Grecia Clásica, pues ningún otro pueblo de la antigüedad supo realizar el ideal que implica. Fue en el mundo griego que se instauró laSkholé como un estado de paz que colocaba al espíritu en disposición para contemplar los supremos valores de aquel mundo: la verdad, la bondad y la belleza.
La Skholé no era un simple no hacer nada, sino su antítesis. Tal disposición exigía contar de un tiempo para sí, es decir, principalmente la no sujeción al trabajo. Los diferentes filósofos griegos alabaron y exaltaron las virtudes del ocio como supremo valor, pero fue sin duda Aristóteles, quien mejor enfatizó su carácter como actividad que tiene una finalidad en sí misma, pues –decía- que se trataba de la “libre necesidad de estar ocupado.
A diferencia de la concepción griega expresada en la Skholé, en Roma ocio y trabajo se conjugaban en una visión más pragmática. El trabajo no tenía, como entre los griegos, una significación negativa. El ocio consistía en no trabajar, en un tiempo libre, que se daba después del trabajo, antes de volver a él. Para Cicerón el otium era “el tiempo de descanso del cuerpo y recreación del espíritu, necesario para volver a dedicarse una vez recuperados al trabajo o al servicio público”.
El ocio ciceroniano, supuso siempre el respeto al gobierno y a sus representantes, no era un tiempo para la ociosidad, sino que para descansar, recrearse y meditar. Tanto así que fue en Roma donde se instauró el ocio popular masivo, a través de los espectáculos circenses.
Esta libre necesidad de estar ocupado, hoy tiene una base científica que la demuestra. Koenraad Cuypers, investigador de la Universidad Tecnológica de Noruega, publicó en la revista Journal of Epidemiology and Community Helth un interesante estudio que manifiesta la necesidad humana de contar con un espíritu equilibrado en un cuerpo equilibrado.
Tras realizar un seguimiento entre 2006 y 2008 a más de 50 mil adultos de Nord-Trondelag County en Noruega los investigadores dedujeron que pintar, tocar un instrumento, escribir, acudir a conciertos o al teatro, visitar museos o cantar hacía que las personas se sintieran más felices y, sobre, todo, que sus cuerpos se conservaran más sanos.
La participación cultural se ha utilizado tanto en las políticas gubernamentales de salud como en terapia médica. Estudios antropológicos previos han demostrado que participar en actividades religiosas, sociales y culturales no sólo ayuda a mejorar la salud, sino que también eleva la tasa de supervivencia de los seres humanos.
Cuypers y su equipo hizo una distinción entre actividades culturales creativas, aquellas en las que el individuo participa activamente en el proceso como cantar, tocar un instrumento, pintar o participar en clubes, trabajo parroquial y realizar deportes físicos; y las pasivas o receptivas, en las que la persona está recibiendo algún tipo de impresión o experiencias sin formar parte del proceso creativo. Por lo general, se trata de actividades culturales receptivas que tienen que ver con visitar museos y exposiciones o asistir a conciertos y obras de teatro.
El estudio midió la cantidad de actividades culturales que las personas realizaran -como creativos o receptores- durante seis meses. Los resultados mostraron que a mayor cantidad de actividades, mayor era el nivel de satisfacción con la vida y la salud. Así, por ejemplo, quienes fueron a un evento cultural en el último semestre dijeron sentirse felices en un 84 por ciento y bien de salud en un 69. Quienes fueron a más de cuatro reportaron un 84 por ciento de felicidad y un 91 dijo sentirse bien de salud. Iguales beneficios se vieron en quienes habían realizado actividades como escribir, pintar o tocar algún instrumento. Un 83 por ciento de quienes lo habían hecho más de cinco veces dijo tener una muy buena salud contra el 66 por ciento de aquellos que realizaron sólo una actividad en seis meses.
La investigación noruega también midió los niveles de depresión y ansiedad en los participantes, encontrando similares resultados. Un 13 por ciento de las personas que nunca realizaba actividades culturales exhibían altos índices de depresión, contra el 5,6 por ciento de quienes dijeron ir una a tres veces en el mes.
Tanto en hombres como mujeres aficionados a las actividades culturales, presentaron –en general- mayores niveles de felicidad y salud, que aquellos que no acostumbran a ir a conciertos, visitar museos o leer. Sin embargo, el estudio reveló una diferencia de género: a diferencia de las mujeres, ellos reportaron menos depresión y ansiedad cuando asistieron a actividades culturales más que cuando las realizaron, porque los hombre, por lo general, están más acostumbrados a reprimir sus emociones.
Las actividades culturales provocan un efecto positivo en las personas, porque generan liberaciones emocionales que descargan una mayor producción de dopamina, neurotransmisor a través del cual se estimulan los centros de recompensa y placer en el cerebro que contrarresta el aislamiento emocional que producen la ansiedad y la depresión.
Así que, ya sabe: haga un alto, realice alguna actividad recreativa y sienta la libertad de estar ocupado en algo que le brinde placer. Su mente y su cuerpo se lo agradecerán.
