Un síndrome llamado París
París es una ciudad que tiene ese “no sé qué” que la hace distinta a cualquier otra en el mundo. Cuando se habla de ella, suele identificársele como la ciudad del amor y de la luz, centro de la cultura refinada, de la alta gastronomía, de las mujeres bellas y de hombres encantadores y elegantes.
La cuna de la revolución –de la libertad, igualdad, fraternidad y de los derechos del hombre y del ciudadano- despierta tal interés que, incluso, ha pasado a formar parte del inconsciente colectivo mundial, lo que se debe, en muchos casos, a las innumerables películas, libros, cuadros y otras manifestaciones artísticas que la han convertido en una especie de mito viviente.
Se la idealiza a tal punto, que puede llegar a transformarse en más que un dolor de cabeza para aquella persona que ha soñado con visitarla alguna vez y que cuando lo hace no descubre ese París idílico retratado en el cine, sino que todo lo contrario.
A principios de la década de los 90’, a Hiroaki Ota, psiquiatra japonés que trabajaba en el hospital parisino de Saint Anne, le tocó atender a un grupo de compatriotas que al confrontar el evidente desorden francés sufrieron lo que él bautizó como síndrome París, una complicación psicológica transitoria con síntomas somáticos como miedo, falta de sueño, trastornos obsesivo compulsivos, estados delirantes, alucinaciones, sentimientos de persecución, desrealización, despersonalización y ansiedad que daban paso a manifestaciones psicosomáticas como mareos, taquicardia y sudoración.
Si bien para el doctor Ota este cuadro clínico era bastante variable, en todos los pacientes tratados el denominador común se caracterizaba porque los viajeros se enfrentaban a cosas o situaciones que no habían experimentado con anterioridad y que no habían previsto.
Cerca de un millón de japoneses viajan anualmente a la ciudad de las luces para conocer el museo del Louvre, el museo de Orsay, la Catedral de Notre Dame, la Torre Eiffel, la abadía de Saint-Germain-des-Prés o la educada cultura francesa. Incluso, un número cada vez mayor están optando por establecerse en su idilio romántico.
Sin embargo, al llegar quedan impactados al comprobar que la capital francesa no sólo es sinónimo de belleza, sino que también de bulla, gente alterada y mala educación. El choque cultural es tan grande que alrededor de 100 japoneses deben ser repatriados por prescripción médica y una cuarta parte de ellos necesitan ser tratados en centros especializados en salud mental. Este fenómeno se diferenciaría de un “viaje patológico", en la que los trastornos psiquiátricos son pre-existentes.
Los expertos señalan que el carácter de los franceses es totalmente diferente al del hombre japonés, que es muy servicial, diligente, incapaz de discutir, mesurado y callado. Esta sería la principal causa del problema: el espíritu de grupo de los japoneses contrasta con la actitud individualista de la educación occidental.
Este problema pasajero se parecería en naturaleza al síndrome de Jerusalén, que ha sido definido por los especialistas como fenómeno mental que experimentan algunos turistas al visitar Tierra Santa y en el que una persona, que parece previamente equilibrada y carente de cualquier signo de psicopatología, manifiesta ideas obsesivas, delirios u otras experiencias, como por ejemplo, la psicosis al enfrentarse a una carga religiosa y emocional muy intensa. Este problema ha afectado a judíos, cristianos y musulmanes transitoriamente, pues la evidencia científica señala que suele desaparecer totalmente después de unas semanas o después de abandonar la zona.
El enfoque religioso del síndrome de Jerusalén se distingue de otros fenómenos, como el síndrome de Stendhal, enfermedad psicosomática que causa latidos cardiacos rápidos, mareos, desmayos, confusión e incluso alucinaciones cuando un individuo está expuesto al arte, por lo general cuando el arte es particularmente bello o una gran cantidad de arte está en un sólo lugar. Esta enfermedad debe su nombre al famoso escritor francés del siglo XIX Stendhal, quien describió su experiencia con el fenómeno durante su visita de 1817 a Florencia en su libro Nápoles y Florencia: un viaje desde Milán a Reggio.
Aunque hay muchos casos de gente que sufría vértigos y desvanecimientos mientras visitaba el arte en Florencia, el síndrome fue descrito como tal sólo en 1979 por el psiquiatra italiano Graziella Magherini, quien observó y describió más de 100 casos similares entre turistas y visitantes en Florencia.
Para los especialistas, estos tres síndromes tienen un tronco común: el choque cultural, la ansiedad y los sentimientos de sorpresa, desorientación, incertidumbre y confusión que las personan experimentan cuando tienen que operar dentro de una cultura diferente y desconocida.
El choque cultural tiene muchos efectos diferentes, períodos de tiempo y grados de severidad. Si bien no existe aún un antídoto para estos males, los especialistas recomiendan a la hora de viajar tomar la experiencia con calma, para que la peregrinación al lugar soñado no se convierta en una verdadera pesadilla.
