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02 Noviembre 2009

Procrastinación, el hábito de posponer

Actualmente, el demorar la realización de una determinada acción se está transformando en la nueva epidemia del siglo XXI. Afecta a niños, jóvenes y adultos y el denominador común entre ellos es la falta de compromiso.

No es depresión. Tampoco stress y menos frustración. Es simplemente un trastorno contemporáneo que se caracteriza por la demora, inactividad o falta de motivación para realizar cualquier acción, ya sea por temor al fracaso o por simple comodidad.

La procrastinación –del latín procrastinare- está afectando diariamente a millones de personas en el mundo que postergan, sin ninguna buena excusa, de manera sistemática tareas cruciales y las reemplazan por otras irrelevantes, pero placenteras de llevar a cabo.

En psicología se ha acuñado este término para explicar la demora, inactividad o falta de motivación para realizar cualquier acción. Está afectando a niños, jóvenes y adultos y el denominador común entre ellos es la falta de compromiso.

Todos hemos, alguna vez, rehuido aquello que nos molesta, asusta o incomoda. Pero, para los psiquiatras el problema se presenta cuando la acción de procrastinar se vuelve frecuente y el individuo se convierte en experto para aplazar compromisos, situaciones y acciones a través de excusas cada vez más elaboradas.

Cuando esto pasa, se habla de un trastorno psicológico en el cual la mente disfraza situaciones y justifica para no enfrentar una realidad próxima. Tiene su raíz en la asociación mental de la acción a realizar con dolor e incomodidad, lo que finalmente desencadenaría una situación estresante que se puede manifestar física, psicológica o intelectualmente.

Ejemplos hay muchos. En el mundo escolar y universitario es un fenómeno frecuente que se acreciente, sobre todo, en situaciones de stress. Es común ver cómo los estudiantes siempre encuentran algo que hacer antes de ponerse a estudiar –como ver televisión, navegar por Internet o hablar por teléfono- y terminan realizando todo a último momento o bien nunca lo concretan.

Lo mismo pasa con los adultos. En el ámbito laboral evitan situaciones conflictivas, se dejan llevar por la rutina y no afrontan nuevos desafíos, por temor a los riegos. En lo personal, dilatan el término de una relación sentimental destructiva, no toman acciones para corregir conductas dañinas como fumar, beber o comer en exceso y postergan actividades recreativas como ir al cine, fomentar la vida social o jugar con los hijos.

Según los expertos, esta tendencia puede generar dependencia a diversos elementos externos como navegar en Internet, leer libros, salir de compras, comer compulsivamente o dejarse absorber en exceso por la rutina laboral, entre otras.

Uno de los mitos sobre la procrastinación, es que se la confunde a menudo con la flojera. Aunque parezca paradójico, el perfil del procrastinador es el de una persona activa, ágil, inteligente, llena de iniciativas y amante de la perfección.
De este modo, el acto aplazado pasa a ser percibido como abrumador, difícil, tedioso o aburrido, y el individuo opta por obviarlo.

Los procrastinadores han sido definidos también como “indecisos crónicos” que frente a la toma de una decisión, importante o no, se sienten confundidos, agobiados y prefieren dejar pasar la situación, perdiendo –muchas veces- la oportunidad de conseguir mejores cosas en la vida, ya sea en el plano profesional o emocional.

Leonardo Da Vinci fue un indeciso crónico. Su fortaleza radicó, precisamente, en su enorme capacidad de generar una idea tras otra, pero también le impidió trabajar en el proyecto que tenía en mano hasta finalizarlo. De hecho, el número de obras inconclusas que dejó supera por mucho a las que logró concretar.

El temor al compromiso, la duda y la baja tolerancia a la tensión y fracaso, explicarían esta tendencia a la eterna postergación que afecta, preferentemente, a personas que temen a la equivocación, al éxito, a sentirse sometidos a la rutina o a ser controlados.

Cuando esto sucede, la ansiedad generada hace que el cerebro comience a elaborar infinitas justificaciones para retrasar la acción. Las personas se autoconvencen que “mañana lo harán” y si eso no sucede, tratan de explicarse el por qué el resultado no fue tan bueno como podría haber sido si hubiesen dedicado mayor tiempo o demostrado mayor interés.

Los retrasos evitables pueden no sólo redundar en pérdidas de productividad, sino también causar trastornos en las emociones del ser humano, principalmente en su autoestima, lo que lleva a la culpa y luego a la queja, siguiente paso de este fenómeno.

La procrastinación es, principalmente, un problema de organización del tiempo. Su solución pasaría por asumir una conducta madura, marcar prioridades y realizar tareas importantes que tienen un plazo de finalización cercano.

No se convierta en un ladrón del tiempo. Antes de “dejar para mañana, lo que puede hacer hoy”, piense que su decisión de postergación puede afectar la vida y el trabajo de otros. Así que conteste sus mails, devuelva los llamados, ayude a sus hijos con las tareas, prepare ese informe que le pidieron... y tenga presente que, en muchos casos, la procrastinación suele ser sinónimo de egoísmo y falta de solidaridad.


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