Ardi, otra clave para entender la evolución humana
Descansando en la región de Afar, al noreste de Etiopía, estado independiente más antiguo de África y del mundo, a tan sólo 60 kilómetros de donde se encontraron los restos de Lucy, el homínido considerado –hasta ahora- el antepasado más remoto del hombre fue descubierta en 1994 Ardi.
Esta hembra de la especie Ardipithecus ramidus fue estudiada durante 17 años por un grupo de 47 investigadores compuesto por médicos, paleoantropólogos y geólogos de todo el mundo. Desde la fragilidad de sus huesos y el análisis de las muestras tomadas la hicieron “hablar” y “contar” al mundo sobre cómo era su vida hace, al menos, seis millones de años.
Su presentación en sociedad fue en grande. La última edición de la revista Science (Science. 2009 Oct; 326 (5949): 17-sic) le dedicó 11 artículos en los cuales se da cuenta que este descubrimiento fue mucho más revolucionario de lo que se pensaba, pues significa un salto de más de un millón de años hacia atrás en el conocimiento de la estirpe del ser humano.
Hasta ahora los científicos suponían que chimpancés, gorilas y otros monos africanos modernos conservaban muchas de las características del último antepasado que compartían con los seres humanos. De hecho se pensaba que ese antepasado era mucho más chimpancé que ser humano y que estaba adaptado para vivir en la copa de los árboles y caminaba sobre los nudillos de sus manos cuando estaba en tierra firme.
Sin embargo, el análisis de los restos del Ardipithecus ramidus pone esa suposición en tela de juicio. Ardi, de acuerdo al estudio de los restos del cráneo, dientes, pelvis y manos, medía 120 centímetros, pesaba 50 kilos, vivía en un entorno boscoso y no se parecían en nada a un chimpancé o a otros primates de gran tamaño.
Poseía la habilidad para trepar en cuatro patas por las ramas de los árboles, al igual que lo hicieron algunos simios, ella podía caminar erguida sobre sus dos extremidades sin apoyarse en los nudillos de sus manos y, al parecer, no le gustaba estar mucho tiempo en las copas de los árboles.
Si bien su cerebro era pequeño, la base del cráneo se asemejaba a la de homínidos posteriores, lo que demostraría que ella posee una mezcla de rasgos "primitivos" compartidos con sus predecesores, los primates del Mioceno, y rasgos "derivados", que se relacionan exclusivamente con hominoides posteriores.
Su mandíbula proyectada hacia adelante era más chata, mientras que los colmillos no eran largos ni puntiagudos como los de los monos, lo que hace especular que tendría un carácter menos agresivo.
En la zona del hallazgo, se recogieron también otras 100 piezas, correspondientes, al menos, a 36 individuos diferentes; 145 dientes, cuyos patrones de desgaste revelaron que los individuos comían plantas y otros vegetales pequeños y no eran grandes comedores de frutas, como los gorilas y chimpancés; y 150 mil especimenes que incluían desde huesos de elefante y pájaros hasta polen y semilla.
El esqueleto completo y los individuos de la misma especie encontrados, que se ajustan al mismo horizonte temporal, permitieron a los científicos entender la biología de este homínido y echar por tierra las conclusiones que ya se tenían a partir de Lucy, la hembra de Australopithecus afarensis que había puesto en evidencia que los homínidos comenzaron a caminar erguidos antes de que aumentara el tamaño del cerebro.
Lo que pasó antes del Australopithecus Lucy, lo sabemos actualmente gracias a su “abuela” Ardi que despertó para revelar la temprana evolución humana en el continente africano.
Los artículos publicados por Science “contienen una enorme cantidad de datos recolectados y analizados a través de un importante esfuerzo internacional de investigación. Ellos abren la ventana a un periodo de la evolución humana de la que hemos sabido poco, cuando los homínidos primitivos estaban estableciéndose en África, poco después de separarse del último antepasado que compartieron con los simios africanos", destacó Brooks Hanson, subeditor de ciencias físicas de la revista Science.
Los expertos coincidieron en que el Ardipithecus no es el eslabón perdido, pero acerca mucho más a él que cualquier otro homínido. Aunque Darwin nunca dijo que el hombre descendía del mono, insistió en que al hablar de evolución había que ser cuidadosos, porque a su juicio la única forma de saber realmente a quién se parece nuestro antepasado común es encontrándolo.
Estos estudios han demostrado, tal como lo entendió Darwin, que la evolución de los linajes de los simios y el linaje humanos han avanzado independientemente desde que se separaron del último antepasado común entre ambos.
