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29 Junio 2009

El duelo como proceso creador

A pesar de ser un sentimiento universal, los distintos niveles de respuesta ante la pérdida, sitúan al duelo como una experiencia única, que se inicia con la interrupción de relaciones y supuestos personales y que, muchas veces, sostienen el sentido del individuo.

Por mucho tiempo se entendió como una especie de estado social que involucraba un conjunto de prácticas rituales en torno a una pérdida, pero hoy se lo asocia más con un estado psicológico y afectivo.

Para Freud el duelo (del latín dolus) no sólo significaba un estado doloroso, sino que también representaba un combate (del latín duelum) entre dos: entre el yo que se resiste al abandono y entre el principio de realidad que insiste en la pérdida.

El duelo, se considera como uno de los factores más estresantes en la vida de una persona, especialmente si se produce de forma imprevista y se trata de un hijo. Aunque no existen datos estadísticos, se estima que el cinco por ciento de la población sufre anualmente la pérdida de un ser querido muy cercano.

Al estado de tristeza y dolor –que aparece tras la muerte o alejamiento de un ser querido, la separación o desvinculación del hogar, la falta de trabajo o salud- le sigue un proceso de luto (del latín lugere, llorar) por el cual se resuelve el duelo. Éste incluye una serie de mecanismos psicológicos que conducen a aceptar la nueva realidad.

El duelo no es algo ajeno, ocurre constantemente a lo largo de nuestra vida. La primera separación se da, aunque suene paradójico, al momento de nacer, cuando el nuevo ser pierde la seguridad de la relación simbiótica con su madre. De hecho, durante la vida se manifiestan sucesivas pérdidas que ayudan a construir la identidad de cada persona.

Dentro de ellas, podríamos mencionar las pérdidas que se manifiestan con el crecimiento y los procesos de duelo asociados a las diferentes crisis evolutivas que se producen durante la infancia, niñez, adolescencia, juventud, edad adulta, tercera edad, y muerte de una persona. La pérdida de los vínculos afectivos; de la cultura; de la identidad personal; de los bienes espirituales; de la salud; de aquello que nunca se ha tenido, donde se experimentan cambios físicos, psicológicos y también de fuerte presión social; y la última y más temida de todas ellas, la muerte.

Toda carencia significativa sumerge al doliente en una crisis existencial, quizás la más severa que deba afrontar el hombre, provocada por el consiguiente y momentáneo derrumbe epistemológico, alejado de toda connotación patológica.

El psiquiatra británico John Bowlby planteó cuatro fases claves que parecen repetirse en la mayoría de los casos: la conmoción por la pérdida, el sentimiento de culpa y rabia, el aprendizaje para vivir sin esa persona y, finalmente, la afirmación de la realidad y la recuperación.

El tiempo medio de duración del duelo suele ser de seis a 12 meses, pero en el 10 por ciento de los casos persiste más allá de 18 y se cronifica. En estos casos, el riesgo de suicidio o de alteraciones psíquicas es alto. De ahí la importancia de elaborar y superar este proceso, que es inevitable. Si bien el tiempo cronológico mitiga el sufrimiento, no lo resuelve. La muerte golpea, separa, pero no deja lugar para el olvido.

Ante la muerte, el hombre tiene como único consuelo el llanto y la lamentación. Los rituales del duelo permiten y ayudan a los que han perdido alguien querido tener un tiempo para elaborar esa pérdida y desprenderse paulatinamente de ese vínculo que continúa en el mundo psíquico, a pesar de que la realidad muestre otra cosa

La finalidad es llegar a una etapa reparatoria, que sólo se entiende cuando el doliente logra desprenderse de un pasado que lo somete y detiene la nostalgia, para asumir y actuar en un presente en el que convive el cariñoso recuerdo del ausente con proyecto de vida personal.

La inmediatez que se exige para olvidar y reemplazar deja, muchas veces, a los deudos sin la dimensión de su dolor, quedando expuesto a la expresión mediante sintomatologías sin que se sepa el origen de las mismas. Se debe entender que no sólo se pierde a la persona querida, sino también algo de ellos mismos se va con quien muere o se aleja.

El duelo deber “tener un alcance que podemos definir como creador, como instaurador de una posición subjetiva hasta entonces no efectuada. No se trataría de reencontrar un objeto o una relación con un objeto, se trataría de un trastorno en la relación con el objeto mismo, de la producción de una nueva figura de esta relación”.

Para Elisabeth Lukas, psicóloga y especialista en logoterapia, una de las primeras y más cercanas discípulas de Viktor Frankl, “el período de duelo es comparable al esfuerzo que el gusano de seda realiza para liberarse del capullo y convertirse en mariposa. Unos científicos queriendo ayudar a las crisálidas en su enorme esfuerzo por romper el capullo con sus débiles alas, abrieron desde el exterior los capullos. El resultado fue nefasto; las mariposas comenzaron a hormiguear, pues fueron incapaces de volar y alcanzar el néctar de las flores; todas murieron de inanición. El período de duelo podría ser la metamorfosis, tras la cual consiguen liberarse de la fina cáscara de la angustia utilizando las alas del espíritu”.

El duelo normal produce un enriquecimiento que posibilita poner en marcha deseos postergados, movilizar situaciones congeladas y encontrar nuevos caminos hasta entonces no visualizados.

Este interesante tema, será abordado en las Jornadas de Psiquiatría del Hospital Gustavo Fricke que se realizará el 6 y 7 de agosto próximo el Casino de Viña del Mar & Convention Center de la Ciudad Jardín.

Durante el encuentro, dirigido por la doctora Ximena Torregrosa, destacados expertos nacionales revisarán aspectos relacionados con el enfoque psicoanalítico del duelo y la reparación; enfoque post racionalista de la resignificación constructivista del duelo; la enfermedad crónica y la pérdida de la salud; duelo y donación de órganos; los duelos en la relación de pareja; duelo migratorio; y duelo en los procesos sociales.

Mundo Médico

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