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29 Octubre 2007

Arthur Conan Doyle: el gran escritor del bisturí

Dentro de la literatura universal, no es raro encontrarse con excelentes profesionales en el ámbito de la Medicina que colgaron el delantal blanco y estetoscopio, tomaron lápiz y papel y se dedicaron de lleno a la literatura.

Numerosos médicos, algunos de renombre mundial, se consagraron como verdaderos escritores, los que no establecieron una división entre las humanidades y las ciencias. Entre ellos podemos mencionar a Hipócrates, François Rabelais, Sir Thomas Browne, Tobias Smollet, George Crabbe, Johann Wolfgang von Goethe, Saint-Beuve, Blackmore, Oliver St. John Gogarty, Somerset Maugham, Louis-Ferdinand Céline, Antón Chejov y John Keats.

Arthur Conan Doyle nació en Edimburgo, capital de Escocia, el 23 de mayo de 1859. Se educó en Stonyhurst y estudió medicina en la Facultad de Medicina de la Universidad de Edimburgo, donde conoció al doctor Joseph Bell, profesor que conminaba a sus alumnos a inferir la mayor cantidad de información personal posible de sus pacientes a partir de los detalles más nimios que se hallaban a la vista.

El doctor Bell tenía una habilidad especial para descubrir las historias de sus pacientes utilizando únicamente la observación, era una especie de Gregory House actual, que inspiró a Doyle en la creación de gran parte de la personalidad de Sherlock Holmes el detective más famoso de todos los tiempos.

El doctor Doyle trabajó en su consulta en Southsea entre 1882 y 1890. Antes, en 1880, fue cirujano en el ballenero groenlandés Hope y después sirvió como médico del ejército en Sudáfrica durante la Guerra de los Bóers y a su regreso le fue otorgado el título de Sir en 1902 por los servicios prestados así como por los dos libros que escribió sobre el conflicto bélico sudafricano bajo el título de La guerra en Sudáfrica: sus causas y su desarrollo.

Doyle comenzó a escribir como diversión contra las largas y tediosas horas durante las que esperaba a sus escasos pacientes durante sus años en Southsea. Las dos primeras novelas de Sherlock Holmes que escribió obtuvieron gran popularidad, pero no fue hasta la aparición del primer relato corto, Un escándalo en Bohemia, donde el personaje comenzó a instalarse en la conciencia colectiva.

Sherlok se transformó en el protagonista de una serie de aventuras acerca de un detective policíaco que resolvía los misterios más difíciles por medios científicos gracias a sus grandes dones de observación, análisis, psicología y conocimientos de química, medicina forense y grafología. Como Conan Doyle no quería a su personaje, lo llenó de grandes defectos: Sherlock era adicto a las drogas (cocaína y morfina) y además era sumamente arrogante y demostraba gran desdén hacia las personas menos inteligentes que él.

Por otro lado, su inseparable amigo de aventuras, John Watson, era un médico militar de profesión que había dejado de practicarla por seguir en sus andanzas a Holmes. Watson era mucho más humano que el detective y no poseía las grandes habilidades deductivas de su amigo, por lo que muchas veces era tratado con desprecio por éste, lo que no evitaba que su amistad fuera sincera.

Consecuente con las ideologías racionalistas y el interés científico que sacudió a la intelectualidad de fines del siglo XIX, Conan Doyle promovió la novela detectivesca en la que se mezclan los elementos de misterio y suspenso con la racionalización de los hechos, para buscar las causas y consecuencias a partir del enfoque hipotético-deductivo, que perfeccionaría más tarde Agatha Christie.

La fama alcanzada por Sherlock Holmes llegó a tal punto, que Doyle pensó en asesinar al personaje. En 1912, publicó la novela de ciencia ficción El mundo perdido, historia que influenció la creación de King Kong en 1933, con el profesor Challenger como protagonista, uno de sus personajes memorables. La novela se consideró como la precursora de la ciencia ficción. La historia trata sobre un grupo de científicos que viaja a Sudamérica, sólo para encontrar una isla plagada de bestias gigantescas, entre ellas dinosaurios.

Esta novela fue llevada al cine en 1925 y en 1997, este título fue usado por Steven Spielberg para su cinta Jurassic Park, película en la que una isla habitada por dinosaurios traídos a la vida gracias a la ingeniería genética.

Durante la Primera Guerra Mundial se alistó como soldado raso. Los acontecimientos de los que fue testigo y, sobre todo, la muerte de su hijo, le orientaron hacia el espiritismo, hasta llegó a publicar un libro sobre el tema.

Arthur Conan Doyle murió el 7 de julio de 1930, víctima de un infarto al corazón. Pero antes dejó una deliciosa autobiografía en la que aseguraba que su vida fue tan rica y emocionante que hubiese completado con ella varios volúmenes. El escritor no quiso que en su lápida figurase la fecha del fallecimiento, pues no creía en la muerte. En cambio ordenó que en el epitafio rezase la frase: Temple de acero, rectitud de espada.

Se convirtió en uno de los personajes imprescindibles de la época victoriana. Su alma inquieta conjugó a la perfección su carrera médica con sus pasiones viajeras y literarias. Deportista, practicante del espiritismo y defensor de los valores del imperio británico, vivió con intensidad cada momento mientras su imaginación alumbraba las historias más fascinantes.

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