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09 Julio 2007

Epilepsia, una enfermedad histórica

La epilepsia es la enfermedad neurológica más frecuente en todo el mundo, de hecho se estima que 70 de cada 100 mil habitantes la padecen sin discriminación de edad, sexo o limites geográficos. La incidencia, no obstante, puede variar entre los países desarrollados (50 personas/100 mil) y en vías de desarrollo (100 personas/100 mil) debido a que en estos últimos hay mayor riesgo de infecciones y enfermedades que ocasionen daños cerebrales que puedan traer aparejado este desorden.

Pese a los avances que la medicina ha realizado en su diagnóstico y tratamiento, muchas personas epilépticas continúan ocultando su condición por miedo a ser víctimas de alguna actitud discriminatoria, pues desde épocas remotas, quienes padecen el cuadro han sido marginados e incluso castigados con cárcel o con la obligación de someterse a tratamientos de esterilización.

Por estos motivos, en 1997, la Organización Mundial de la Salud (OMS), la Liga Internacional contra la Epilepsia y el Bureau Internacional de la Epilepsia, lanzaron la campaña global “Salir de las sombras”, con la intención de dar a conocer el alcance y la frecuencia de este trastorno, y tratar de minimizar el rechazo social que sufren quienes lo padecen. Parte de esta iniciativa consistió en difundir los nombres de importantes personajes que sufrieron epilepsia, tales como Julio César, el Zar ruso Pedro “el grande”, el Papa Pio IX, el escritor Fiodor Dostoievski y el pintor holandés Vincent Van Gogh.

Se trata de una enfermedad que no está limitada a determinadas poblaciones. Su incidencia es muy antigua y no ha variado mayormente a lo largo de la historia. Si bien puede manifestarse en cualquier momento de la vida, la niñez-adolescencia y la tercera edad, son las dos etapas donde se presenta con mayor frecuencia.

Mucho antes de la Era Cristiana, las culturas de india y babilónica hacían referencia a la sintomatología, el diagnóstico y el tratamiento de la epilepsia. En la búsqueda del origen de este desorden, cada civilización hizo interpretaciones que se relacionaron con la superstición, los poderes sobrenaturales y la posesión demoníaca, pues suponían daban por sentado que lo que sucedía durante una crisis epiléptica era producto de una fuerza o energía sobrenatural.

El nombre que recibe actualmente la patología fue acuñado en Grecia, pues el concepto deriva de la palabra epilambanein, que significa “agarrar” o “atacar”, asociando a las crisis con una manifestación espiritual. Esta visión fue la precursora del concepto de “enfermedad sagrada” dominante en la civilización griega en la época de Hipócrates (460-357 a.C.).

En tanto, el término “grand mal” apareció en la Francia Medieval, y es la traducción de la denominación que Hipócrates le dio a la enfermedad (morbus maior). Esto se debe a que en la Edad Media se consideraba a la epilepsia como una enfermedad contagiosa, por lo que, como a los leprosos y los infectados por la peste, se impedía que estos enfermos mantuvieran una relación social.

Volviendo al pasado, de regreso en Grecia, considerado como el padre de la medicina, Hipócrates fue el primero en considerar que la epilepsia era un desorden que tenía su origen en el cerebro. Pese a ello, recién en el siglo XIX, cuando la neurología emergió como disciplina distinta de la psiquiatría, este punto de vista fuera aceptado.

Esta teoría fue respaldada por los trabajos del neurólogo inglés Hughlings Jackson, quien en 1873 propuso que las crisis epilépticas eran el resultado de breves descargas electroquímicas repentinas en el cerebro, y que las características de las mismas dependían de la localización de estos impulsos. Esta sigue siendo la forma en que se entiende hoy la epilepsia, aunque obviamente en la actualidad se conoce el cuadro con mayor precisión y conocimiento.

El desarrollo del electroencefalógrafo humano, en la década de 1920, y su aplicación en los años siguientes, contribuyó a ampliar el conocimiento sobre la epilepsia, revelando la presencia de las descargas eléctricas en el cerebro y demostrando la existencia de distintos tipos de descarga asociados a diversas clases de crisis, con lo que se pudo localizar el sitio donde éstos fenómenos se producían y, por lo tanto, fue posible ampliar las posibilidades de tratamientos neuroquirúrgicos.

Desde el antiguo electroencefalograma, hasta los modernos diagnósticos por imágenes, como la resonancia magnética nuclear, la tomografía computada, la tomografía por emisión de positrones, en la actualidad existen varios métodos que permiten hacer el diagnóstico no sólo de la epilepsia, sino de muchas enfermedades o lesiones que pueden producirla.

En cuanto a los tratamientos, la enfermedad es abordada principalmente a través de medicamentos antiepilépticos y anticonvulsivantes, orientados a prevenir la aparición de crisis y, si estas se presentan, evitar la convulsión. En aquellos casos en los que las crisis no son controladas eficientemente con los fármacos y la patología se transforma en un problema para el paciente por su naturaleza o por su repetición, existe la posibilidad de algún tipo de operación para erradicar el lugar de la descarga. Serata de tratamientos extremos, pues no todos los pacientes son aptos para ello.

La epilepsia puede tener diversas causas e, incluso, ser el síntoma clínico de otros problemas orgánicos. Las lesiones cerebrales, los traumatismos, las malformaciones congénitas, las anomalías metabólicas, los tumores y las secuelas de algunas enfermedades o infecciones -como la meningitis- pueden, en algunos casos, originar este desorden neurológico.

Sin embargo, en muchas oportunidades, estas descargas eléctricas excesivas y repentinas de las células cerebrales no tienen una causa identificable, lo que se conoce como epilepsia idiopática y, de acuerdo con las últimas investigaciones del área, tendría algún componente genético en su origen, pues en este tipo de casos suele haber una historia familiar asociada a la patología.

La característica clínica más importante de la epilepsia es la variabilidad y heterogeneidad de sus manifestaciones. De hecho las crisis pueden ser focales o generalizadas, en el primer caso, las crisis se presentan con pérdida del conocimiento seguido, muchas veces, de convulsiones y, posteriormente, un estado de relajación y sueño que puede durar unos minutos. Cuando la descarga es más localizada en el cerebro, se producen efectos tales como contracción de las extremidades y alteraciones de la percepción. Las ausencias son otro tipo de crisis en las cuales se produce una interrupción brusca de la conciencia que puede ser casi imperceptible o durar un tiempo considerable.

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