Solidaridad, factor decisivo en pandemias
La OMS conmemoró 40 años desde la erradicación de la viruela, el virus más mortal en la historia. Su director llamó a aprovechar esa experiencia para enfrentar al SARS-CoV-2.
Su erradicación es considerada uno de los mayores triunfos de la salud pública en la historia. Ocurrió en 1980 y, el viernes 8 de mayo, la Organización Mundial de la Salud (OMS) conmemoró 40 años de la victoria sobre la viruela, un esfuerzo conjunto que en su etapa final fue liderado por el fallecido epidemiólogo Donald Henderson.
Fue una hazaña de la ciencia, solo comparada con las enormes consecuencias de la enfermedad más mortífera que ha debido enfrentar la humanidad. Se perdieron más de 300 millones de vidas, solo en el siglo XX, dejando efectos tan severos que especialistas creen que alteró el curso de la historia y contribuyó incluso al declive de civilizaciones enteras. Causada por el virus variola, el cual surgió en antiguas comunidades de India o Egipto en torno al año 10 mil a.C., alcanzó una tasa de mortalidad de hasta un 30 por ciento de los pacientes infectados.
La OMS recordó la fecha y, en el contexto de la emergencia sanitaria por COVID-19, aprovechó la oportunidad para enviar un mensaje a la población. Fue su director general, doctor Tedros Adhanom Ghebreyesus, quien destacó un factor que calificó como decisivo: “en el punto álgido de la Guerra Fría, Estados Unidos y la Unión Soviética unieron sus fuerzas, mostraron solidaridad para luchar con un enemigo común, un virus que no entendía de ideologías o naciones”.
“La COVID-19, como en su día la viruela, es un reto común para la salud pública y nos da la oportunidad de construir un sistema sanitario mejor y más seguro para todos, en el que se logre el largamente deseado acceso a una cobertura de salud universal”.
El nombre viruela proviene del latín variŭs (variado, variopinto), terminología que hace referencia a los abultamientos que se presentan en la piel de una persona infectada, manchas rojas que se convertían en vesículas y luego en pústulas. Otros signos inequívocos eran la fiebre alta y fuertes dolores de cabeza y espalda. La mayoría de quienes lograron sobrevivir quedaron ciegos, estériles y con profundas cicatrices, tanto psicológicas como en la piel, aunque inmunes ante nuevos brotes.
La patología se transmitía por contacto directo con los infectados o a través de fluidos corporales. También mediante objetos contaminados, especialmente ropa, mantas o frazadas, en las que el virus puede permanecer activo hasta nueve meses. Desafíos similares a los que plantea la COVID-19.
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