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De acuerdo con un estudio realizado por científicos de la Universidad de Harvard (Estados Unidos), las personas que viven en zonas con altos niveles de contaminación atmosférica y que contraen el COVID-19, tienen más probabilidad de fallecer por esta causa que los residentes de lugares con un aire más limpio.

Según la investigación, disponible en el servidor medRxiv (DOI: 10.1101/2020.04.05.20054502), un leve aumento anual en la concentración de material particulado (PM2,5) en los años anteriores a la pandemia se asocia con un 15% más en la tasa de mortalidad. “La exposición a la contaminación atmosférica aumentó dramáticamente el riesgo de muerte por el coronavirus SARS en el brote de 2003”, comenta Rachel Nethery, profesor asistente del Departamento de Bioestadística de la Escuela de Salud Pública de la Universidad de Harvard.

“El impacto de la contaminación se explica, por un lado, porque las concentraciones de PM2,5 inciden en la propagación de infecciones virales. Los virus pueden viajar distancias largas y permanecer más tiempo en el aire si van sobre el material particulado”, asegura el doctor Fernando Lanas Zanetti, cardiólogo de la Facultad de Medicina de la Universidad de La Frontera de Temuco.

La mayoría de las partículas ultrafinas o PM2,5 provienen de la combustión de autos, refinerías y plantas de energía, así como de algunas fuentes interiores, como la leña, considerada como contaminación intradomiciliaria. La Organización Mundial de la Salud fija en 10 microgramos por metro cúbico ug/m3 el límite de concentración anual de MP2,5, sin embargo, en algunas ciudades del sur del país como Temuco, Osorno y Coyhaique, la cifra bordea los 40 ug/m3, concluyó una investigación realizada en 2015 por Luis Alonso Díaz, académico del Departamento de Ingeniería Química de la Universidad de Santiago.

“El riesgo de enfermedad pulmonar obstructiva crónica en Temuco fue 104 veces mayor y hubo 74% más mortalidad cardiorrespiratoria en adultos mayores. Múltiples trabajos han concluido que la exposición a partículas finas expone a las personas a sufrir cáncer, infarto agudo de miocardio y accidentes cerebrovasculares”, agrega Lanas, máster en epidemiología clínica y ex director del Departamento de Medicina Interna UFRO.

“El humo de leña, por ejemplo, es bastante más fino y penetra en los pulmones, debilitando el sistema inmunitario. Respirar estos contaminantes microscópicos provoca inflamación y daño pulmonar y, con el tiempo, merma la capacidad del cuerpo para defenderse de infecciones respiratorias. Por eso, las personas que viven en zonas contaminadas tienen una susceptibilidad mayor a consecuencias graves por el COVID-19”, advierte.

La tasa de inactivación de los virus en partículas atmosféricas depende de las condiciones ambientales. Un aumento en las temperaturas y la radiación solar afecta positivamente la velocidad de inactivación, mientras que la humedad relativamente alta puede favorecer una mayor tasa de contagio.

“La pandemia lleva poco tiempo y los países afectados recién están cambiando de estación. No obstante, lo anterior se ha demostrado en varias infecciones virales y bacterianas respiratorias. Debemos entender que este es un virus con alta propagación para el cual no tenemos inmunidad y es probable que la contaminación haya jugado un rol preponderante en la trasmisión de la enfermedad en ciudades como Wuhan, Nueva York y Barcelona”, finaliza el especialista.