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A través de microbiografías, la doctora Ancic nos permite mirar, en parte, la evolución de la ciencia médica. Con datos extraídos de los testimonios de médicos tratantes, cartas de los músicos e información de las escasas autopsias que se les practicaron, recompone los detalles de la historia final de 105 autores clásicos. 

De familia de médicos -su padre, tía, hermanos lo son- seguir la carrera fue el camino natural. Pero la música irrumpió antes. A los seis años su madre la inscribió en clases de piano. A los 10, la lectura de una biografía de Chopin profundizó una pasión que la llevaría a mantener sus estudios en el conservatorio hasta la época universitaria. Antes de hacer su internado participó en un concurso para Solista de la Orquesta Sinfónica de Chile en donde interpretó junto el concierto N°20 de Mozart, mientras preparaba la final de neurología. Ganó el concurso y aprobó el examen.

Ya con su título y dos niños pequeños compatibilizar las dos actividades se volvió cada vez más difícil. La labor docente en la Universidad de Chile consumía la mayor parte de su tiempo y tenía que esforzarse aún más que sus pares para ser reconocida. La medicina relegaría a la música, al menos por algunos años. Después de una dolorosa pérdida -cuyo solo recuerdo modifica el rictus de su rostro- las partituras reaparecieron. 

El 1 de enero de 2020 encontró en la escritura el camino para reunir sus dos pasiones. En 11 capítulos y dos “codas” -una especie de epílogo musical de uso frecuente en muchas obras- la doctora Ancic vuelve a la investigación minuciosa de sus años como docente recopilando papers y libros, sumergiéndose en historias que la hacen sonreír, anécdotas inesperadas de rockstars que comienzan en el siglo XVI o penurias que la emocionan y llevan a reflexionar sobre las limitaciones de la medicina y la fragilidad de la vida.  

Pasando por Mozart hasta Penderecki, el libro se aproxima a la cotidianeidad de sus existencias, aspectos del carácter, angustias y por supuesto, a las patologías crónicas y afecciones que los condujeron al final. Un ejemplo es Verdi, de quien se cuenta que tuvo una profunda depresión y que dejó su fortuna en favor de una casa de reposo para músicos, obra benéfica que se conserva hasta nuestros días. 

La doctora Ancic se refiere con pasión (y también compasivamente) a las historias de los distintos autores, pero no es sino hasta nombrar a su autor favorito que sus ojos brillan: Frédéric Chopin. 

El amor platónico 

“Chopin tenía pánico de que lo enterraran vivo. Igual que su padre. Le hizo prometer a quienes lo cuidaban que le sacarían el corazón antes de sepultarlo”, cuenta la doctora.  El órgano aún se conserva, 170 años después, en una columna de la Iglesia de la Santa Cruz de Varsovia, en tanto su cuerpo yace a 1.582 kilómetros de distancia, en el cementerio Père Lachaise en París. La doctora Ancic ha recorrido los lugares donde vivió, la casa natal en Selazowa Wola, Varsovia, la de Nohant en Francia, el museo de memoria también en Varsovia, la Cartuja de Valldemosa y por supuesto, la iglesia donde está su corazón. 

Si el músico hubiese sido atendido con los recursos médicos actuales (y por la doctora Ancic) se habría visto aliviado de muchos de sus padecimientos. ¿Qué tratamiento habría recibido Chopin?

De partida antibióticos, broncodilatadores por inhalación con corticoides, expectorantes y un apoyo con kinesioterapia respiratoria. Pobrecito. Hacía clases -de eso vivía- acostado en un sofá. Tenía un asistente que lo ayudaba a moverse de un sillón a otro. No sé cómo una persona puede componer música y vivir así. Debió recibir oxigenoterapia domiciliaria. De ser así, muy probablemente habría vivido hasta los setenta y no hasta los 39. ¿Sabes algo? Chopin se fue a los 20 años de Varsovia y nunca volvió. En todo ese tiempo vio a sus padres solo una vez. Pidió la mano de su primer amor, Marya Wodzinska. Ella lo aceptó, pero su padre lo rechazó por tuberculoso. 

¿Usted considera que ese estigma, el de la TBC, sigue presente? 

No, yo creo que empezó a desaparecer en el siglo XX cuando se iniciaron los tratamientos antibióticos aunque hasta hace relativamente poco, ser tuberculoso era degradante. Había muchos sanatorios. De hecho, mi papá trabajó en el Peral en donde había pacientes que estaban meses, incluso años con reposo y alimentación.  Esta situación cambió en 1946 con la aparición de la estreptomicina. Antes había otro tipo de terapias, por ejemplo, la toracoplastia (resección subperióstica de las costillas para moldear la pared sobre las lesiones tuberculosas y colapsar el diámetro transversal del tórax). 

Coda 

La doctora dedica un capítulo especial a maestras de la música, en donde aborda la problemática que debieron enfrentar en esa época por ser mujeres. En sus propias palabras es “un acto de justicia”. ¿Puede una obra musical revelar el sexo de su autor?, reflexiona. Es probable que no. “Todos estamos conscientes de que las mujeres han debido sobreponerse a muchas frustraciones y resentimientos y tuvieron que abrirse camino sin posibilidad de acceso a la educación musical. El término “compositor” en el siglo XIX era inherente a “hombres”, porque para ellas era una profesión absolutamente inapropiada”, relata. 

Destina también un acápite a nueve compositores chilenos. “Consideré importante incorporar a algunos de nuestros compatriotas de quienes podemos conocer sus obras, pero muy poco de sus vidas. ¡Y para qué hablar de su causa de muerte! reflexiona en el libro. 

La información de la patología terminal de estos músicos fue obtenida mediante conversaciones que la doctora Ancic sostuvo con parientes cercanos, hijos o nietos de los autores. Gracias a estos datos sabemos qué ocasionó la muerte de Enrique Soro, Alfonso Leng, Pedro Allende, Domingo Santa Cruz, Alfonso Letelier, Juan Orrego Salas, Sylvia Soublette, Gustavo Becerra-Schmidt y Jorge Peña Hen.

El final de sus vidas, en distintos años y los hitos relevantes de las especialidades médicas, tejen una historia compartida. Este libro grafica esa realidad y presagia para futuros avances de la medicina, la continuidad de esta paradoja. 

Highlights del libro: 

•Leonard Bernstein estuvo casado con la chilena Felicia Cohn Montealegre, quien, a su vez, había estudiado piano con Claudio Arrau. 

•Hector Berlioz era hijo de un médico. A pesar de que intentó seguir los pasos de su padre escribió en sus memorias “cuando entré por primera vez a la sala de anatomía del Hospice de la Pitié y debía empezar con las disecciones me sentí tan verdaderamente horrorizado que no lo pude soportar, salté por la ventana y salí despavorido corriendo”.

•Johannes Brahms, de quien se dice que tenía un carácter mordaz, dijo saliendo de una comida “pido mil perdones si hay alguien a quien no haya ofendido esta noche”. 

•Igor Stravinsky protagonizó el mayor escándalo de la música. El estreno de la Consagración de la Primavera fue un fracaso rotundo. Le gritaron que estaba loco y hubo puñetazos entre los asistentes. Se necesitó a la policía para aplacar los ánimos. Hubo pifias y muchos se retiraron antes de que terminara. Hoy es considerada una de las obras más influyentes del siglo XX.

•Cuando se estrenó el famoso bolero de Ravel, una mujer en la audiencia gritó ¡Está loco, está loco! Ravel sin inmutarse replicó: Esta señora entendió la obra. El músico sufrió de apraxia, afasia, agrafia y alexia. 

Por Carolina Julio M.