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31 Julio 2006

Dr. Renato Baeza

Entre el arte y la ciencia

Tras estudiar el pregrado en la Universidad de Chile y especializarse como cirujano torácico en la Pontificia Universidad Católica, el doctor Renato Baeza trabajó en la ciudad de Valdivia, desempeñándose en el Servicio de Salud y como docente de la Universidad Austral. “Fue un período de mucho esfuerzo y muy entretenido, porque estaba comenzando la Facultad de Medicina de esa casa de estudios, entusiasmé a algunos colegas y nos fuimos todos juntos al sur. Estamos hablando de especialistas prominentes como René Pumarino, Dante Corti, Claudio Zapata, Paola Solesi y Alejandro Foradori, entre otros. Con ellos trabajamos desarrollando los primeros cursos clínicos de la universidad”, recuerda.

A principios de los ’70 el médico decidió partir junto a su familia a Estados Unidos, país donde desarrolló una destacada trayectoria que lo llevó incluso a ser jefe del Departamento de Cirugía Cardíaca del General Hospital de Passaic, en Clifton, New Jersey, a media hora de la ciudad de Nueva York.

Paralelamente a sus capacidades profesionales, el doctor Baeza siempre cultivó su interés por el arte y, más precisamente, por el ámbito de la ilustración. “Desde que tengo memoria, recuerdo haber estado con un lápiz en la mano, dibujando. Tengo muy vívidas memorias de la infancia, cuando me enfermaba y mi madre me traía todos los elementos para que no me aburriera… y los elementos eran lápices y cuadernos”.

En 1999, cuando sus familiares y colegas consideraban que la carrera del doctor Baeza estaba en la cúspide, a los 50 años el médico decidió cerrar la puerta de su consulta, dejar el hospital y tomar un nuevo camino… El camino del arte. “Tuve una muy bonita carrera, realmente la goce plenamente. Pero sentí que era el minuto de evaluar y me di cuenta de que ya había hecho todo lo que debía hacer. Y, sin ser tan viejo y sin ser tan joven, era el momento de detenerme y desarrollar estas otras inquietudes que siempre tuve. La verdad es que en mi trabajo todos estaban atónitos cuando les conté lo que pensaba hacer”, cuenta riendo.

“Tomé la decisión de explorar el mundo del arte. En esto fue fundamental el apoyo de mi mujer, María Eugenia Rosales, porque fue un proceso bastante complicado”. Además de las dificultades propias de una opción de este tipo, el médico encontró múltiples satisfacciones en la escuela de arte local, del Raritan Valley Community College.

“Resultó que la facultad de arte era espectacular”. Allí, no sólo se enriqueció de la experiencia de sus jóvenes compañeros, sino que también sacó el máximo provecho a virtudes que tantos beneficios le trajeron en el pabellón, su constancia y dedicación. “Me convencí de que siendo tanto mayor que ellos, no podía ser el peor de la clase, tendía que ser el mejor. Fui muy aplicado en eso. Durante esos dos años, cada tarea que me daban la enfrentaba como si fuera la última obra que iba a hacer en mi vida, o sea que si me pedían 10, yo quería hacer 100. Interesantemente eso también fue un estímulo grande para mis compañeros de mi clase. Además fue muy estimulante, porque retrocedí varias décadas en el tiempo, entendiendo cuáles son los problemas de los jóvenes”, explica.
Con una buena dosis de experiencia ganada y un portafolio con una abundante cantidad de obras de gran calidad bajo el brazo, el doctor Baeza se vio frente al dilema de cómo aprovechar de forma productiva estas nuevos destrezas. “Decidí que lo mejor que podía hacer era aprovechar mis conocimientos científicos y mi amor por la medicina, comunicando todo eso a través del arte. Así que vi que debía seguir perfeccionándome”.

Fue así como postuló al Departamento Arte Aplicado a la Medicina de la Universidad John Hopkins, en Baltimore, Maryland, uno de los pocos centros que existe en el país del norte dedicado exclusivamente a formar profesionales en el área de la ilustración médica y científica. “Fue complicado porque tienen muy pocos cupos y, por lo general, aceptan más a artistas que a científicos, de hecho tuve que hablar con el profesor Gary Lees, director del departamento y presidente de la AMI (Asociación Estadounidense de Ilustradores Médicos) para explicarle mi interés en el tema. Pasaron unos 15, sonó el teléfono y alguien al otro lado dijo Congratulations you are accepted as a student”.

El doctor Baeza explica que la labor de un ilustrador médico es tener el lenguaje y conocimientos científicos -tanto en medicina como en ciencias en general- “de tal manera de ser capaz de entender procesos que son muy complejos y traducirlos en imágenes simplificadas, pero siempre ajustadas a la realidad, para que el observador las capte fácilmente. Pero, sin duda, es mucho más razonable enseñarle ciencia a un artista, que enseñar arte a un científico que tiene pocas condiciones plásticas”.

Para el profesional fue muy interesante retomar y profundizar áreas como la biología molecular. “Fue como viajar en el tiempo, aunque lo que aprendí no tiene comparación con lo que nos enseñaban en la universidad hace 40 años. Es un área que ha cambiado mucho”.

Este proceso fue más sacrificado aún para el doctor Baeza y su familia. “Tuve que irme a vivir al estado de Virginia y todas las mañanas manejaba más de una hora hasta la universidad. Sólo regresaba a mi casa en New Jersey los fines de semana. Pero debo reconocer que fue una época maravillosa, especialmente en el plano personal, donde volvimos a ser pololos con mi mujer. Eso fue muy rico, salíamos a comer, yo le contaba de mis cosas y ella de las suyas. Realmente su apoyo ha sido gravitante en todo este proceso”.

Al igual que en el College, el doctor Baeza fue perseverante en el estudio. “Lo que más me costó fue aprender todo lo relacionado con la aplicación de las nuevas tecnologías a la ilustración, porque ahora los jóvenes prácticamente nacen con un computador en frente, en cambio esto es algo nuevo para las personas de mi generación, por lo que es más difícil alcanzar las destrezas necesarias. Aprender cosas como animación y 3d fue un gran desafío para mí”.

Aunque llegó a manejarse bastante bien con estas tecnologías, el médico es un defensor del talento de la mano y asegura que éste, en ningún caso, puede ser igualado por un sistema computacional.

El año 2003, con su nuevo título bajo el brazo, tomó la decisión de volver a Chile, para desarrollar proyectos en el área. “Este es un ámbito bastante desconocido en Chile, pero es muy necesario. Va a ser más aceptado a medida que la gente lo vaya conociendo se de cuenta de que la ilustración médica es parte del lenguaje científico y que tiene una importancia capital, no tan solo en la docencia sino también en la educación del publico en general y en la comunicación interdisciplinaria, porque hay muchas cosas que hacen los biólogos moleculares que los cirujanos deberían saber y este es un excelente camino para lograr eso.

Por Paloma Baytelman

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