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15 Marzo 2004

Dr. Edgardo Carreño

La vida en verso

Por Paloma Baytelman

Desde muy pequeño el doctor Edgardo Carreño Domingo se sintió atraído por el mundo de la palabra. Lector casi compulsivo de todo cuanto caía en sus manos, a los seis años comenzó a leer el diario, de la primera a la última página, y escudriñaba a escondidas los cuentos de su abuelo, don Héctor Carreño, un juez que llegó a Chile escapando de la Guerra Civil Española.

En forma paralela, su vida estuvo ligada a la oftalmología desde sus primeros años. “Acompañaba a mi padre al Hospital Clínico de la Universidad de Chile, cuando tenía sólo tres años y a los 12 comencé a ir como observador a algunas cirugías”, recuerda.

Aunque nunca abandonó su pasión por la literatura, en 1990 entró a estudiar Medicina al Campus Norte de la Universidad de Chile, entre 1997 y 2000 realizó su beca de oftalmología en el Instituto de la Visión, en Buenos Aires, Argentina, y en noviembre de este último año comenzó a trabajar en la Clínica de Oftalmología de su padre, el doctor Edgardo Carreño Seaman.

“Lo que más me gusta de la oftalmología es que es una especialidad muy detallista y limpia, donde se abarca desde la clínica hasta la parte quirúrgica, además ves un rango de pacientes que va de los cero a los 100 años, pasando por toda la gama humana. No atiendo sólo mujeres como los ginecólogos, niños como los pediatras, o adultos mayores como los geriatras. Otra cosa interesante, es que se trata de un área de mucha innovación”, explica el doctor Carreño Domingo.

Leer y releer

Aunque es un apasionado de su profesión, el médico de 31 años no abandona el otro polo que mueve su vida: la poesía. Se recuerda desde siempre cercano a los libros. “Cuando estaba en el colegio, leía los que nos daban y cuatro libros más. Leí, por ejemplo, todo lo de Francisco Coloane y lo de Manuel Rojas. Me encantaron sus cuentos y podría relatar completos algunos pasajes de Lanchas en la Bahía, Hombres del Sur, Vaso de Leche o Hijo de Ladrón. Cuando llegaba el verano le pedía a mi mamá que me comprara un libro y ella traía alguno que estimaba apropiado para mi edad, como Lautaro, joven libertador de Arauco, de Fernando Alegría, un libro de 180 páginas, que yo devoraba en dos tardes. ‘Otro’, le decía. ‘¿Pero cómo? ¿Ya lo leíste?’ Así ella me compraba y me compraba libros”.

Después leyó toda la obra de Julio Verne y los “Papeluchos” de Marcela Paz, obras que son para él libros de culto. “Todavía los leo y creo que son para todas las edades, depende cómo se los interprete”, explica.

Sus recuerdos de adolescencia están ligados a autores más complejos como Oscar Wilde, William Shakespeare y García Márquez. Disfrutó profundamente con el Mio Cid y comenzó a adentrarse en la obra de poetas franceses y españoles. Fue entonces cuando descubrió a Neruda y quedó extasiado con su poesía.

- ¿Qué otros poetas lo encandilaron?
- Comencé a leer a muchos grandes poetas chilenos como Gabriela Mistral, Enrique Linn, Gonzalo Rojas, Pablo de Rokha, Vicente Huidobro, y otros como Oscar Castro y Rosamel del Valle. De los actuales, me llama la atención el trabajo de Armando Roa. Hay algunos que no son muy conocidos por la gente y pasan a ser “escritores de culto”. Pero sin duda, Borges es uno de mis escritores favoritos.

- No es un escritor fácil…
- Cuesta leerlo porque su obra está compuesta por varios mundos y, por lo tanto, es posible mirarlo desde muchas perspectivas. Hay gente que se queda con la superficie de su escritura, pero a veces Borges dice A, cuando realmente está diciendo Z.

- Y ¿Cuál es la clave para entender estos sentidos ocultos?
- Creo que el secreto está en leerlo y releerlo muchas veces. Borges, sin proponérselo, fue un gran filósofo, pues su pensamiento es único y elevadísimo, por ese motivo me inspiran especialmente sus diálogos, las cosas que dijo, más que sus poesías o cuentos, porque con una pequeña frase, dos o tres palabras, él era capaz de abrir un mundo infinito.

- Con todo ese bagaje literario, ¿Cuándo empezó a poner en el papel sus propias vivencias?
- Empecé a escribir a los 15 años. Eran poesías existenciales, a veces un poco contestatarias, escribía principalmente versos de amor. Después entré a la universidad y colaboré en la revista de un amigo. Firmaba como “Toño”, porque mi segundo nombre es Antonio. Algunos compañeros lo leían y sobre todo a algunas compañeras les gustaba, pero nadie sospechó nunca que yo era “El poeta enmascarado”, como me decía mi amigo.

- ¿Por qué un seudónimo?
- Por un lado, había un trato para mantener el misterio y, por otro, sentía un poco de temor a la crítica, porque a veces la poesía genera cierto rechazo, risa tal vez. No es como escribir una composición sobre los leones del zoológico, es algo mucho más íntimo. Después perdí ese miedo y ahora veo como a mucha gente le gusta lo que hago. No es que la poesía cumpla una función terapéutica, pero uno puede interpretar a las personas.

El proceso creativo

Aunque para el doctor Edgardo Carreño no existen los procesos establecidos a la hora de crear, reconoce que la poesía requiere de mucho trabajo y un poco de inspiración. “Tienen razón los que dicen que la proporción es 90 por ciento de trabajo y 10 por ciento de inspiración, pero hay que reconocer que ese 10 por ciento es fundamental. Hay un momento casi mágico y cósmico que se da cuando uno comienza a escribir y la poesía fluye, bien o mal pero fluye. Después viene el trabajo, entonces se puede pulir, replantear, arreglar, pero el esqueleto se construye en ese momento especial”.

- ¿Dónde encuentra ese instante, en alguna hora del día, en algún lugar?
- Simplemente viene. A veces me he despertado de noche para escribir, porque he soñado la poesía. La escribo y después vuelvo a dormir. Es como una catarsis. Al día siguiente la reviso y digo “¿Cómo pude escribir algo así? ¿Cómo se me ocurrió?”. Entonces comienzo a pulirlo, a sacarle cosas. Eso es lo más difícil, porque hay muchos poetas que le siguen poniendo elementos, como quien continúa pintando un cuadro. Yo, en cambio, le saco cosas, así la poesía queda más carente de palabras, pero más llena de sentido.

- ¿Dónde encuentra esa inspiración?
- Mi poesía es casi siempre autobiográfica y reveladora y, en el fondo, está construida sobre ejes que históricamente han movido a la humanidad, como el amor, la vida, la muerte, el dolor, los sueños cumplidos y los perdidos, la belleza y el misterio del tiempo. Ese es un tema que también está muy presente en Borges. A él le interesaba mucho el tema del tiempo circular: ¿Qué es el tiempo? ¿Existe? ¿Somos atemporales?

- Entonces para usted en la poesía las vivencias personales son muy importantes…
- Fundamentales. Uno tiene que sentir sufrimiento y dolor para poder escribir sobre eso. Las experiencias fuertes son inspiradoras. Como por ejemplo la muerte en todas sus formas, no sólo la muerte física, también me refiero a las rupturas, los momentos de transición, cuando hay que replantearse la vida, cuando se debe decidir hacia dónde voy, qué es lo que quiero. Por eso creo que escribir poemas sobre la alegría es muy difícil. No hay muchos poetas que tengan trabajos alegres.

- Están las odas de Neruda…
- Pero son sólo una pequeña parte de su obra. Para mí, algunos de sus trabajos más interesantes están en Residencia en la Tierra, trabajo que desarrolló cuando era cónsul en Indonesia y estaba pasando por una etapa de profunda soledad. Ese dolor o desasosiego le da al poeta nuevos bríos para escribir.

- ¿Qué otros aspectos son característicos de su poesía?
- Me interesa escribir para que la gente me entienda, no soy de esos poetas crípticos que permanecen en los subterráneos de la vida y cuya poesía es de rebuscada interpretación. Por eso escribo con palabras fáciles y de una forma rítmica, lo cual es muy importante, porque es fundamental que la poesía tenga música, pues sólo así se lee fácilmente. De lo contrario el lector se distrae y debe volver al principio. Otra característica es que me gusta dejar las poesías un poco abiertas, para que el principio se conecte con el final adoptando un efecto circular. Los finales abiertos son muy importantes para que el lector construya, imagine o pueda transformar la poesía.

- ¿Cree que la poesía es, en cierta medida, un género incomprendido por las grandes masas?
- Creo que la gente no lee poesía porque es un género que requiere que el lector se comprometa con la obra. Cuando una persona se enfrenta a un cuento ve un mundo de ficción. La poesía en cambio requiere que de alguna forma el lector asuma el papel de quien la escribió, obligándolo a reflexionar, a identificarse o a asumir una postura crítica. De este modo, como generalmente la poesía trasmite un cierto dolor, la gente suele tenerle un poco de miedo.

Un gran paso

En 1999, cuando se encontraba realizando su beca de oftalmología en Argentina, el doctor Edgardo Carreño publicó el volumen Los Versos del Amor, cuyo título parafrasea el libro de Pablo Neruda Los Versos del Capitán. La obra es una recopilación de poesías de amor y desamor que el médico escribió tras una larga relación. “Fue un término poco feliz y eso generó en mí muchas sensaciones que a su vez inspiraron numerosos versos”.

Desde entonces no ha vuelto a publicar, aunque nunca deja de escribir y posee una importante cantidad de poesías. “No lo he hecho pues aún hay muchas que deben ser pulidas y eso requiere de un gran trabajo, porque la poesía debe ser perfecta. No me atrevería a publicar cualquier cosa, ese primer libro fue un acto muy impetuoso”, reconoce.

- ¿Qué tan importante es publicar?
- Creo que es un salto que hay que dar. Hay gente que nunca muestra lo que escribe y siempre lo guarda porque tiene miedo y, a lo mejor, son poetas o escritores fabulosos. Es el caso de la poetisa estadounidense Emily Dickinson, quien sólo había publicado siete poemas y al momento de su muerte se encontraron más de 2000 trabajos en un baúl. En todo caso, es una decisión muy personal, porque es un riesgo exhibir la intimidad. En la poesía uno muestra su esencia, es un género en el que no se puede mentir. Quizás en los cuentos o las novelas el autor puede crear algo basándose exclusivamente en la ficción, pero la poesía te lo permite mucho menos. Ahí te muestras como eres: bueno o malo, ambicioso o humilde.



A continuación, dos poemas del Dr. Edgardo Carreño Domingo

Cartas para Abdón

Adbón, no te envidio.
Lames el dolor, lloras el dolor, hablas por él.
Se que de las yemas desgastadas te nace
un vapor de terrible nostalgia,
corren por tu piel cataratas de lava,
de espesa y sucia lava antes de morir.
Cuando no sufres no vives, Abdón.
La taza de té, el pan de la mañana,
los jugos del ciruelo te observan mientras duermes.
¿Soñaras Abdón con la madeja que te acercas y no logras abrigar?
¿Soñaras con los duendes que pernoctan en la gruta
y en el vientre de tu cráneo?
¿Con la voz de otro, con el cáncer de otro,
con la cópula infernal soñaras?, ¿pero y qué después?
Tu palabra o tus trazos que se curvan,
el pantano o la hierba desgarbada, la maldita desviación.
No te envidio que te ensanches como un muro entero el alma,
y así sientas lo que nadie y sufras en todos los ápices de esta selva.
Es en la selva donde habremos de morirnos todos, Abdón.
Con los loros de armadura dorada,
con los musgos que se trepan a las cuencas de la cara.
Antes y después, para despertar en la ruta intangible y llenarla
De guirnaldas, de ubres, de cascabeles despechados.
Para que pasen los que siguen,
el cortejo húmedo y de paños rojos y ancestrales
en la selva quedarán menos, quedaremos menos,
tú te iras mostrando la ruta y la huella y no el retorno,
te iras Abdón bajo el sol de los años viejos,
y aunque nadie con desgano te lo pida.
No me importa sentir la ausencia de tu nombre.
Pues debes clavar tu nombre en las
hojas de una caravana, comandarla comandante,
emprender entre espadas el vuelo.
Mano al aire, siguiendo sin ruegos el destino.
Acercar el horizonte a tus pies, a los pies de todos,
recogiendo torrentes de sueños y sus trampas,
sin fusiles, sin exilios, sin la sangre.
Sólo con la sed del movimiento que
Alojaste en tus dedos, en la punta de ellos,
en las tripas de los sórdidos pulpejos.
No te envidio.
En el fondo de la gloria te esperan comandante
unos hombres aferrados al contorno de la muerte.
Verás, Abdón, aunque el dolor de cerros
desgraciados nos aguarda, no sufrirán como tú. Jamás.
No llevan el cordón rodeando el cuello,
volviéndolo azul como el profundo mar.
Habrás de mostrar,
de enseñar con el dedo quemante de una rosa
el dolor que aguarda y germina
y se nutre bajo los cielos de un poderoso infinito.
Sólo con tu dedo Abdón
que se empapa de heridas y de llagas,
mostrarás el único camino,
el dolor recostado frente a todo y sin compasión.
Sin compasión de ninguna forma ni tipo, Abdón.
Los soldados de plomo mojados con el peso
de las mil y una nubes entonces marcharán
tras el paso estridente de un ángel.
Todos ellos tus soldados para trepar al frente
y luchar sin tregua y convertir en grito al enemigo,
acaso un puñado de sollozos
alojados en la frente de la cruz.
Los soldados que irán tras las huellas de la senda son tus hijos.
Desnudos por el parque de los mitos, derribando mitos
y aguardando la escafandra de los siglos.
Para morder tu rostro inútil de entraña.
Abdón, en la batalla de los vientos errantes,
en medio de azufres y trincheras amarillas, serás golpeado.
Pues estaba escrito en las épocas pasadas
y el yunque sobre tu rostro caerá para abrirte
todas las venas y los ríos conquistados,
una piedra atrapada y dando vueltas en el pecho
y una voz de tornado en la garganta,
te hallarán desnudo y colmado de los fríos,
casi una mirada hacia el infierno,
una temporada eterna, una vida.
Comandante, hay un torbellino que se agolpa
como estacas en el prado del corazón
y te muele hasta el rojo más intenso, te odia, te arrasa.
Pero has de seguir ahí, en el borde fugitivo de las piedras,
apoyado en el guijarro que te invita al precipicio.
Comandante, hijo y tierra del dolor,
tu ejercito avanza en el desierto despoblado de la noche
combatiendo la marea de tristezas que se vierten sobre él.
Y aunque la derrota sea libre y salte
y venga a ti y a ellos, has de seguir eternamente tras la victoria
y su horizonte de luces y sonrisas,
nada más que el infinito enmarcado con los labios de una rosa.


Búscame

Búscame amor.
Búscame en tus sueños hasta que seas luz
Y mi cuerpo sombra,
Búscame como el mar a la frontera,
Como lágrima a una rosa.

Búscame amor entre tus manos, ábrelas,
Míralas,
Corre mi vida como el agua por sus palmas,
Gira mi voz en las raíces de sus líneas.
Búscame en la inocencia
Que ocultas como trigo entre los pechos,
Búscame en los besos de una noche,
En los versos de una tarde,
Búscame en el fondo de tu vientre
Dónde vuelo dónde vuevo a ser la furia
Que te funde, que te enciende amor.

Búscame en las rosas que soy una espina
Rugiendo sobre tu pecho,
En las rocas que soy marea cuando
Estalla la aurora sobre tu cuerpo,
Búscame en el agua, bebe de esa agua

Que soy la esencia de las gotas,
Que soy aire y piedra de sus brazas,
Bébela, colma tu sed de avena y tierra,
Tu sed de grieta eterna.

Búscame, vuela por los prados de la noche,
Alcánzame, tómame.
Persigue mi fruto de fuego desde tus alas,
Arrástrame a la hoguera de tu labio
Y clava en mi tu daga de infinito.

Alcánzame,
Ven desnuda galopando tras el viento,
Ven de ojos cristalinos y tu paso muerto,
Pero ven amor, ven,
Búscame,
Duérmete en mis colinas, dóblate sobre mi tierra,
Llórame en el sepulcro
Que son mis ríos para tu sangre.

* Este poema obtuvo el primer lugar en el Concurso Literario del Colegio Médico año 2000


La consulta del doctor Edgardo Carreño Domingo se encuentra en el Centro Oftalmológico Carreño.

Cerro Colorado 5030, oficina 104
Las Condes
Teléfono 4200100

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