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05 Septiembre 2011

Doctor Alberto Moreno Parra:

“Soy un agradecido de la vida”

A sus 80 años, el destacado pediatra se encuentra plenamente activo y lleno de proyectos. En esta entrevista hace un recorrido por los inicios de su carrera, los tiempos actuales y sus grandes pilares: familia y docencia.

Es, sin lugar a dudas, uno de los médicos de mayor trayectoria y reconocimiento del sur de Chile. Está plenamente activo y reparte su tiempo entre la atención en su consulta pediátrica y la organización de distintas actividades docentes, académicas, sociales y culturales que estimulen y fomenten el desarrollo del conocimiento en diferentes ámbitos de la sociedad y, por supuesto, la medicina.

Recientemente, a través de la Academia de Profesores Eméritos de la Universidad de Concepción, se ha preocupado de planificar y difundir los aspectos señalados por medio de diversas conferencias dictadas por distinguidos académicos, como el doctor Enrique Paris, Germán Errázuriz, Fernando Mönckeberg y Carlos Calvo.

Incentiva en forma permanente a colegas y cercanos a asistir y participar en eventos de estas características, porque sabe que la actualización de conocimientos científicos y académicos resulta fundamental para el crecimiento profesional, espiritual y humano de cada miembro de la comunidad.

Así es el doctor Alberto Moreno Parra, un incansable profesional, que pese a sus años, está lejos de pensar en el retiro, concentrándose en varios proyectos e ideas que tiene en mente.

Nacido en la ciudad de Yumbel, en 1931, el doctor Moreno, hijo de padre agricultor y madre maestra rural, tuvo desde pequeño la inquietud y sueño de cruzar las fronteras de su tierra natal, para luego explorar las bases del conocimiento, a través de una formación que le permitiera concretar su profunda vocación de servicio.

“Los primeros años los viví al lado de mi madre, en el campo junto a un hermano, de modo que ella fue la primera maestra que tuvimos. Asistíamos a una escuelita de campo, como cualquiera de los otros alumnos campesinos, de muy modesta condición, que vivían en el lugar”, recuerda.

Realiza sus primeros estudios preuniversitarios en Los Ángeles y luego en Chillán, para finalmente acceder a la Universidad de Concepción, donde cursa los primeros cinco años de medicina. Con posterioridad se traslada a Santiago para concluir su carrera en la Universidad de Chile. Es allí donde se recibe de médico en 1955.

¿Por qué optó por la pediatría?
-Por aquel tiempo, en la práctica de internado en la Universidad de Chile, teníamos que desarrollar una rotación por el Hospital Roberto del Río, donde había un profesor extraordinario que era don Arturo Scroggie Vergara. El tenía fama de ser muy rígido y exigente con sus ayudantes y más aún con los alumnos. El era una destacada figura de la pediatría nacional. Sin lugar a dudas me marcó profesionalmente. El doctor Scroggie para mí era un hombre con un carisma especial y muy provocador, que además tenía una gran capacidad de análisis del paciente, que le permitía, con una rapidez extraordinaria, desarrollar una serie de observaciones que, por sí solas, constituían una verdadera lección. De este modo, aunque inicialmente tenía inclinación por la oftalmología, luego de la rotación mencionada, durante la cual me llamó la atención la capacidad clínica que tenía este maestro, decidí seguir la pediatría.

¿Qué recuerda de esos días?
-Por aquel entonces observábamos desnutridos graves o severos, que configuraban las distintas categorías de desnutrición, cuyas etapas extremas eran consignadas como marasmo o descomposición. Estos pacientes generalmente llegaban al hospital por un incidente infeccioso, como una diarrea aguda o una bronconeumonía instaladas sobre un devastador sustrato que era la desnutrición, con el compromiso importante de la inmunidad que tal situación conllevaba. Los niños permanecían largo tiempo en el hospital, donde difícilmente se recuperaban de la desnutrición, aunque sí lo hacían de la enfermedad aguda que motivó su internación. De este modo volvían a su domicilio, donde su porvenir no era muy auspicioso. Ellos seguramente contraían otra infección en la comunidad, o bien la llevaban consigo desde el hospital.

El doctor Moreno tuvo posibilidades de quedarse en Santiago, sin embargo, como reconoce, “las raíces atraen con más fuerza que muchos y diversos intereses”. Es así como decidió volver a Concepción para dar comienzo a lo que ha sido una exitosa carrera profesional. Se integró de inmediato al Hospital Clínico Regional, para luego acceder a una beca de formación pediátrica que se extendió por tres años. En este centro asistencial recibió el apoyo generoso desde el punto de vista académico y humano de personas como el doctor Daniel Campos Menchaca y muchos otros, que contribuyeron a consolidar su formación profesional.

Más tarde completó su compromiso adquirido como becario prestando servicios, por otros tres años, en distintos centros asistenciales de Lota y Coronel. Después de esa experiencia regresa a Concepción donde continúa trabajando en el Hospital Regional y se integra además al policlínico de CAP (Compañía de Acero del Pacífico) como médico pediatra. Su paso por la empresa privada le permitió abrir su consulta, la que aún mantiene por estos días. También, durante 17 años, se desempeñó en actividades asistencias en el Servicio de Pediatría y Urgencia del HGGB.

Durante ese periodo comienza a recibir importantes distinciones. Es acreedor de una Beca Latinoamericana de Adolescencia en el Hospital Ricardo Gutiérrez de Buenos Aires (1970); es designado Hijo Ilustre de Yumbel (1993); Visitante Distinguido Puebla de Zaragoza - México (1998), Premio Nacional de Pediatría Julio Schwarzenberg Löbeck (1999) y Profesor Emérito de la Universidad de Concepción (2001).

¿A qué se enfrentó durante sus primeros años de ejercicio?
-Al iniciar mi actividad profesional me correspondió observar un desarrollo increíble desde el punto de vista de la medicina a nivel mundial, porque estábamos muy atentos a lo que estaba ocurriendo en otros lugares en comparación a lo que pasaba en el país. El año que me recibí, la mortalidad infantil en Chile era de 130 por mil nacidos vivos. En la actualidad este parámetro alcanza a 7.8 por mil nacidos vivos. En esos años iniciales observaba que un gran número de niños se morían antes de cumplir el primer año de vida y sus defunciones eran determinadas por diversas infecciones, siempre con el sustrato de la desnutrición, que alcanzaba al 60% de todos los niños menores de 6 años.

En ese entonces existían una serie de enfermedades que en la actualidad son evitables a través de vacunas que no disponíamos. Es así como se morían muchos niños de sarampión, del coqueluche, difteria, tétano neonatal, rubéola, rubéola congénita, parotiditis con encefalitis y otras enfermedades frente a las cuales hoy se cuenta con herramientas de prevención. Otra patología infecciosa que cobraba miles de vidas era la tuberculosis, cuya incidencia era cercana a 60 a 70 por cien mil habitantes. Hoy esta cifra es solamente de 12.8 por cien mil.

Imposible no dejar constancia de dos patologías como el sarampión y la poliomielitis: dos batallas que hoy se consideran ganadas. Viví periodos terribles en cuanto a morbimortalidad en relación a estas enfermedades, cuando por cada año morían en Chile alrededor de 3.800 a 4.000 niños víctimas del sarampión. Pasaron muchos años hasta encontrar una solución que culminó con la vacunación trivírica el año 1990, que además de proteger contra el sarampión lo hace de la rubéola y parotiditis.

Finalmente destacar la otra gran victoria lograda frente a la poliomielitis. Me correspondió vivir el periodo donde asistíamos a la consecuencia de una infección que provocaba parálisis en el mejor de los casos, o muerte en la forma más severa. Esta enfermedad desaparece en nuestro medio en 1974, como resultado de programas y campañas de vacunación. El último paciente en la Región del Bío Bío se registró ese año en Tirúa.

¿Y en la actualidad?
-Ahora nos enfrentamos a enfermedades crónicas, metabólicas que derivan de conductas humanas y estilos de vida, como es lo que ocurre con la obesidad, que unida a las comorbilidades que la acompañan constituyen una gran demanda asistencial. Otras con fuerte componente genético son motivo de una permanente preocupación sanitaria. Existen otras enfermedades emergentes y reemergentes tan importantes como las anteriores, a las que se suman patologías crónicas no infecciosas como mesenquimopatías, enfermedades sistémicas, hematológicas, tumorales y las alergias en creciente presentación.

¿Cómo se inicia y detalla su relación con la docencia?
-Tras renunciar al servicio de Urgencia me volqué completamente a la docencia. Partí como ayudante primero, ayudante segundo, profesor asociado, profesor titular, hasta que llegué a ser profesor titular de pediatría en el Departamento de Pediatría de la Universidad de Concepción. Pasaron los años y fui designado Profesor Emérito, distinción honorífica que me tiene muy orgulloso. Más tarde me integré a la Academia de Profesores Eméritos de la Universidad de Concepción, donde hay miembros de distintas disciplinas y especialidades. En ese grupo, en esta etapa final de mi vida, me he visto completamente realizado, porque he salido del ámbito estricto de la medicina y he tenido la oportunidad de aprender muchas cosas al alternar con personas que han seguido otros caminos científicos y que son extraordinarias desde el punto de vista cultural y de su formación técnica, científica y humana. Soy vicepresidente de esta academia y estamos permanentemente organizando reuniones, charlas y conferencias, como ya lo he dicho, destinadas a ofrecer a la comunidad importantes y diversos temas de interés general.

¿Qué puede comentar respecto de la formación de las nuevas generaciones de pediatras?
-Siempre tuve inclinación por la docencia, participando en la formación a través de programas de postgrados y en la supervisión de becados de pediatría. Me resulta muy difícil hacer una comparación entres los estudiantes de hoy y la realidad que teníamos hace años atrás. Creo que eso depende mucho de las circunstancias y del momento en que la persona se forma. En este sentido, el avance de la tecnología y el desarrollo científico es tan rápido que obliga a una actualización constante. Los jóvenes de hoy tienen un espíritu inquieto, están muy interesados en estudiar y descubrir lo que ocurre en Chile y en otros países. Siempre les digo a mis alumnos que lo más importante es estar atentos y conocer qué es lo que está ocurriendo para poder adaptarlo lo más rápidamente a nuestro medio. Me gusta preparar mis clases y participar en cualquier área de la enseñanza, como son los talleres, cursos, jornadas o congresos y principalmente integrarme a las discusiones grupales.

¿Qué lo motiva cada día?
-Mi motivación pasa por ver la formación de jóvenes, verlos desarrollarse profesionalmente y sobre todo, humanamente. Quiero verlos desenvolverse en el mundo como profesionales de excelencia y con principios éticos y morales muy claros. Me siento realizado y creo que la docencia es algo que me mantiene con vida. Si calcula, yo me recibí el año 55 y nunca he dejado de trabajar. Creo que todavía hay muchas cosas por hacer y aportar para el desarrollo del conocimiento. Si estoy con vida, es porque me mantengo siempre muy interesado en todo lo que ocurre, porque así me lo exijo.

¿Tiene alguna afición al margen de lo estrictamente profesional?
-Una de mis aficiones ha sido formar una pequeña colección de pinturas clásicas nacionales. También lo ha sido el desarrollar rodales y bosques en mi propiedad agrícola de Yumbel.

Después de tantos años ejerciendo una profesión que acarrea muchos sacrificios personales, ¿cuál es el valor que le asigna a su familia?
-Paralelamente a todas las actividades señaladas anteriormente formé una hermosa familia, integrada por mi esposa, tres hijos y ocho nietos. Es innegable que si no hubiera contado con la presencia de mi esposa, que siempre me ha apoyado, en las buenas y en las malas, no habría llegado a ninguna parte. Se entiende que si hay un inconveniente familiar profundo es imposible dedicarse de lleno, con toda la mente y con todos los esfuerzos, a un proyecto, que en mi caso fue un proyecto de vida. Soy un agradecido de la vida, porque formé una familia muy equilibrada. Mis hijos son profesionales extraordinarios. Ellos han tenido éxito, a pesar de que también han tenido grandes dificultades. A ellos, y por supuesto a mis amados nietos, les quiero dejar un ejemplo de vida y de dedicación.

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