Dr. Juan Enrique Sepúlveda
“La psiquiatría es un trabajo de artesanía”
Un bebé de diez meses llora porque su madre lo deja en su silla del auto en el asiento posterior. Si ella es argentina, por ejemplo, cierra la puerta y se sube a conducir el vehículo. Al andar, el pequeño ve que la mamá está adelante y luego de una o dos veces, aprende en forma natural que aunque se separe unos metros, su madre sigue ahí. En Chile, la situación es distinta. Si el niño comienza a llorar, la madre se queda a consolarlo, le va a decir “pobrecito”, y lo victimiza, incorporando una subjetividad en la escena.
Así ejemplifica la nociva idiosincrasia chilena el psiquiatra Juan Enrique Sepúlveda, médico que ha desarrollado toda su carrera en la Universidad de Chile, tanto que dice tener “el corazón azul”. Ingresó a medicina en el `75 y su vocación por descubrir la esencia, más allá de los síntomas lo llevó en quinto año, bajo la influencia del maestro, doctor Armando Roa, a inclinarse por la psiquiatría. Pero el doctor Sepúlveda quería saber no solamente el qué, sino el porqué alguien tiene un determinado cuadro clínico o modo de ser, decidiéndose así por la psiquiatría infantil y adolescente. “Esto complementa la educación de psiquiatría adulto, donde se nos enseña que existe toda una historia para atrás que hace comprensible, no justificable, la patología que presenta un paciente”.
Estudió desde kinder a cuarto medio en el colegio Manuel de Salas. De impecable terno, cuenta que ha trabajado siempre en la Clínica psiquiátrica del hospital clínico de la Universidad de Chile. “Creo que la psiquiatría es un trabajo de artesanía, cada desarrollo personal, cada historia, es algo único”, comenta.
Refiriéndose a la crianza chilena, señala que tiene un estilo sobreprotector que no ayuda a la autonomía. Cada día hay más niños cómodos y sedentarios, a los que se les entrega mucho poder, no se les dice que NO y que carecen de cualquier tipo de exigencia. La obesidad infantil se explica, dice el doctor, porque los papás no se atreven a decirles que no a los niños frente a las exigencias de comer papas fritas o hamburguesas; porque están cansados o por evitar el conflicto. “No se desarrolla en esos niños la capacidad de frustración, de que vivan un “no”, no que sólo lo escuchen, ni la capacidad de aprender a esperar, porque se les entrega con mucha facilidad aquello que quieren. Tampoco aprenden a valorizar las cosas, ya que cuando se les rompe algo, les compran inmediatamente lo mismo”, señala preocupado el doctor Sepúlveda.
Doctor, ¿Qué otra obligación se les puede asignar a los niños, además de las escolares?
Aunque se viva en 40 metros cuadrados, siempre en una casa hay muchas cosas que hacer. Hacer su cama y ordenar su pieza es algo que sólo les beneficia a ellos, por lo que es recomendable que pongan la mesa, saquen la basura, laven la loza o vayan a comprar el pan, es decir, que realicen tareas comunitarias, no individuales.
¿Qué mecanismos posibilitan que una experiencia vivida cuando se es pequeño se transforme en una crisis de pánico o en una psicopatología, muchos años después?
La repetición de la escena. Si a ese niño se le hace vivir algo con una carga de ansiedad, susto, temor o no confianza básica, y esa situación se repite semanas, meses y años, por supuesto que se va enraizando. No se toma como un hecho puntual, sino que se vive como realidad todos los días. Por ejemplo, si a ese niño, sus padres lo perciben desde guagua como muy tímido, ansioso, vergonzoso o que llora con mucha facilidad frente a alguna dificultad, naturalmente los papás van a tender a protegerlo, no hay culpa en eso. Pero al protegerlo van a ir lentamente profundizando esa situación, generando en él muchas más dependencias.
¿Qué comportamientos son claves para sospechar de alguna psicopatología en los niños o jóvenes?
Es un hecho más bien propio del acto médico. Hay que comparar la “normalidad” con lo que se escapa de ella, igual que el cirujano, que compara un órgano sano con otro. Por ejemplo: esta niña de siete años tiene tremendas pataletas. No coincide con lo que se esperaría, es decir, con la psicología evolutiva. Eso se puede esperar a los tres, cuatro o cinco años de edad, pero ya no a los siete u ocho. Algo está pasando que hay una deuda de arrastre. En base a ese mapeo, se ve si hay una situación de riesgo o claramente es una condición sindromática que requiere una intervención rápida.

Sobreprotección versus autonomía
Para todo ser humano, desde pequeño, es primordial conformar su identidad, diferenciarse del resto. Este proceso de la individuación se ve disminuido por la sobreprotección. La crianza debe posibilitar que los niños aprendan a atreverse, que tengan derecho a equivocarse, y no por eso sufrir grandes castigos. “Que no los bañen y vistan cuando ya tienen 10 años de edad, que no les den la comida en la boca y ni les partan la carne cuando ya tienen ocho años. A lo mejor están en edad escolar y aún atraviesan la calle de la mano”, dice el doctor, agregando que esos son mensajes insegurizadores. Todo niño debe aprender que, si el semáforo está en verde para los peatones, puede cruzar la calle por el paso habilitado junto a sus padres y que ello no constituye un riesgo.
“En la esencia de la sobreprotección está el miedo”, piensa el doctor Sepúlveda. Hay que dar y crear libertad. Es recurrente que las madres digan “me da miedo que si yo doy permiso a mi hijo y le pasa algo, la culpable voy a ser yo, porque el mundo social me va a decir “cómo fuiste capaz de darle permiso”. Somos un pueblo tremendamente crítico, con los ojos muy puestos en los otros, con el concepto del ridículo muy arraigado.
Un aspecto sobreprotector es evitarle al niño todo inconveniente, de modo que no aprende a superar la frustración. Para evitar esto ¿hasta dónde es conveniente dejar que un hijo resuelva sus problemas sin que sienta que no le brindan apoyo?
A veces uno ve que la mamá, en un acto desesperado, dice “ya me cansé, así que ahora lo harás solo” o “Ya no me meto más con tus estudios, tus tareas, tus cuadernos y en diciembre vas a repetir de curso”. Eso sería un abandono. Pero la frustración y la capacidad de espera es algo fundamental para los niños. Para eso hay que pensar en cómo delegar en forma asistida. Por ejemplo, si el niño se va a lavar el pelo, la mamá se mete a la tina, aplica el shampoo y enjuaga, asegurándose que el pelo quede limpio. La otra posibilidad es dejarlo solo y que quede con la mitad de shampoo en el pelo. ¿Cuál es la alternativa C? Que la mamá no toque al hijo y, estando al lado, le diga lo que debe hacer, lo que es más difícil. El problema es que la mamá tampoco tiene capacidad de frustración, y quisiera que de un día para otro el hijo aprenda, pero se requiere repetir la situación cuatro o cinco veces, hasta que el niño lo hace bien solo.
Otro ejemplo recurrente se refiere a las tareas escolares. Normalmente la madre busca la mochila del hijo y revisa los cuadernos y la libreta mientras el niño ve televisión. Lo que es muy distinto a decir: “Hijo, tráigame su mochila, páseme su libreta de comunicaciones”. Así, uno hace que el hijo activamente entregue y abra incluso la página de la libreta. Uno no mueve un dedo pero está fiscalizando. La idea es delegar, que el niño aprenda la cotidianeidad. Que aprenda cómo se prepara la leche, como se corta un pan, cómo se guarda la ropa, cómo vestirse y donde dejar la ropa sucia.
Visión del otro
Para el doctor Sepúlveda, el generar una visión del otro se ha ido perdiendo. “Por ejemplo, cuando un niño está de cumpleaños, también le compran regalos al hermanito o hermanita para que no se quede mirando, para que no se cree egoísmo – dicen los padres- . Al revés, así se genera egoísmo, porque el mensaje implícito es “nadie tiene más o menos derechos que yo”, que es muy distinto a decir: “este hermano está de cumpleaños y por lo tanto él recibe regalos y todos lo celebran”. No corresponden los premios de consuelo, para que no le digan pobrecito al hermano, señala el psiquiatra. Si lo pobretean, se genera en el niño un rol de víctima y cada vez que alguien le dice que NO, siente que es porque no lo quieren. El hermano debe comprender que el otro tiene un derecho justificable del cual él carece. “Si no lo vive, se genera el egoísmo, el niño no acepta que el otro tenga un derecho justificable. Acepta igual o menos, pero no más”.
La cultura del yo y el autoritarismo
La crianza, en nuestro país, es muy personalista. Ante la duda de un hijo, los padres responden alzando la voz un rotundo “porque sí, porque yo lo digo”, en vez de explicar la situación a los pequeños. Es muy común decir en la intimidad: “mira como ME dejaste el piso”, “mira las notas que ME traes”. En momentos públicos, los padres suelen decir “la gente te está mirando…qué van a pensar de ti…la señora te va a retar si sigues haciendo eso…te va a llevar preso el guardia…”, cuando lo que deberían decir es: “no hagas eso hijo porque es molesto y no corresponde”. La crianza subjetiva genera la angustia de pensar “esto no lo debo hacer porque alguien se va a enojar conmigo”, o “pobre mamá que se va a enfermar por mi culpa”. Por lo tanto si nadie me está mirando, no hay problema, puedo tirar el pañal sucio por la ventana en la carretera. “Si se cultiva en el hijo una visión más objetiva, va a obedecer, aunque esté solo”, advierte el especialista.
Derecho a equivocarse
Como cultura no manejamos el concepto del error. En el mundo del atlántico, se perdona al jugador que perdió un penal. En Chile, es clásico mostrarlo en televisión año tras año y ese jugador queda marcado para siempre.
En nuestro país es el hijo quien tiene que demostrarle a sus padres que es capaz de realizar determinada actividad, en vez de que a cierta edad, al hijo se le entrene y enseñe cómo atravesar la calle, cómo vestirse, porque es una destreza que debe desarrollar. El doctor Sepúlveda señala: “El hijo tiene que tranquilizar a los papás. Es una paradoja. Si el hijo lo hace mal, vienen los retos…pero ¿quién le enseñó a hacerlo bien? Es como estar esperando el error, más que esperar el acierto”.
La actitud en Chile es muy culpógena. Si una mamá le pisa el pie a su hijo que estaba detrás de ella, le dice “cómo se te ocurre hacer eso, nunca te fijas”. En Europa, esta mamá no lo reta, ni lo hace sentir culpable por tener su pie ahí, sino sencillamente lo consuela. “Aquí el niño no crece con el concepto del derecho a equivocarse, entonces no se atreve, no desarrolla la iniciativa. El otro estilo tiende a la autonomía, el nuestro a la dependencia. Así se entiende, clínicamente hablando, que cuando un adolescente enfrenta la necesidad de decidir, caiga en angustia, o tenga cuadros psicosomáticos, porque temen equivocarse. Aprendieron que todo error es algo castigable y criticable” advierte el médico.
El criticarnos frente a cada error, explica que Chile sea uno de los países con mayor índice de depresión en el mundo. Para cambiar esto, es necesario dejar que los niños decidan sobre cosas tan simples como el color de su polera, para que luego no se estresen cuando deban optar por una carrera profesional.
