Dra. Ana María Madrid
"Siento que debo dar algo de mí a los demás"
Licancheu, es un pequeño pueblo rural de la comuna de Navidad, en la VI Región, a 180 kilómetros de Santiago. Su nombre en mapudungún significa Valle Hermoso de Tierra Gredosa y, efectivamente, es una de las localidades más bellas de la zona. Buena parte de sus 400 habitantes son campesinos de escasos recursos, que en muchas ocasiones tienen dificultades para acceder a los servicios de salud.
Esta situación motivó a la doctora Ana María Madrid a realizar operativos de salud en la zona, los que desarrolla hace más de 15 años en la sede de la junta de vecinos del pueblo, con la ayuda de toda su familia.
Pero un lazo más profundo une a la profesional con Licancheu, pues es el lugar donde nació su padre, Carlos Madrid Montes, quien después de haber vivido en Santiago por más de 50 años, decidió regresar a su pueblo natal. “Volvió a la casa que era de mis abuelos, la reacondicionó gracias a la ayuda de la gente del pueblo y allí formó un club de la tercera edad, lo que permitió también activar la Junta de Vecinos. Así fue surgiendo en él un interés por mejorar en algo la perspectiva de las personas que viven allí, primero, enseñándoles como optimizar sus cultivos, luego realizando actividades para los adultos mayores y, por último, animando a la gente a trabajar por mejoras en su calidad de vida. Él, con su entusiasmo, en los 10 años que lleva viviendo allá, ha logrado materializar varios proyectos gestionando fondos. Por ejemplo, a partir de una caseta construyeron una nueva sede para la Junta de Vecinos”, cuenta.

Según la doctora Ana María Madrid, “a veces es necesario que venga alguien de fuera para que la gente se anime a hacer cosas. Tiene que llegar una persona con motivaciones distintas y, en ese sentido, creo que mi padre lo ha hecho muy bien. Incluso llegó a ser presidente de la Junta de Vecinos”.
- ¿Al ver el resultado de las actividades que desarrolló su padre, usted decidió ayudar a la gente de esta comunidad?
- La verdad es que fue mucho antes de que mi padre volviera a Licancheu, porque desde niña pasaba todas mis vacaciones allá y, como sabía que la gente tenía muchas necesidades, apenas me recibí de médico comencé a examinar a los habitantes del lugar y a llevarles algunos medicamentos.
- Entonces ha sido una labor continua…
- Sí. Han pasado más de 15 años desde que comencé a trabajar realizando operativos con la gente de Licancheu. Al principio lo hacía esporádicamente en la casa que perteneció a mis abuelos, pero luego la gente de la Junta de Vecinos me pidió que examinara a más personas y así nació el primer operativo, que me significó atender a 20 personas en una jornada.
- ¿Qué cosas posibilitaron que el operativo se mantuviera en el tiempo?
- El entusiasmo de mi padre, sin duda. Porque él comenzó a organizarlo todo: avisaba cuando yo iba a llegar y se preocupaba de ir a buscar a los pacientes a sus casas, pues muchos de ellos son viejitos que tienen que caminar un par de horas si nadie los trae hasta el lugar donde desarrollamos el operativo. Así, gracias a su ayuda, actualmente atendemos alrededor de 100 personas cada vez.
- ¿Qué dificultades han debido sortear en la realización de esta tarea?
- Muchas. Por ejemplo, este año (2003) el día del operativo hubo una tormenta, con lluvia, truenos y relámpagos. Sentíamos como si se fuera a volar la sede. Por eso llegaron sólo 60 personas, pero atendimos a todos y cada uno de ellos se llevó sus medicamentos. Quedé muy alegre, porque todos se fueron contentos y más aliviados.
Opción de vida
Los días en que la doctora Ana María Madrid realiza los operativos son, según sus palabras, verdaderamente maratónicos. “Siempre trato de hacerlo un sábado que caiga en fin de semana largo, porque así después tengo tiempo para reponerme del esfuerzo. La jornada comienza a las ocho de la mañana y termina pasadas las once de la noche. Atiendo a unas cien personas y ni siquiera paro a almorzar ni a comer”.

- Y ¿Todo esto lo hace sola?
- No. He conformado un equipo familiar (sonríe). Efectivamente soy el único médico del grupo, pero voy con mi hermana y una prima que hacen las veces de secretarias. Cuando atiendo, a cada paciente le doy una receta y ellas, que están en otra habitación, reparten los medicamentos según la prescripción y les explican a los enfermos o a sus familiares cómo deben tomarlos, pues muchas de estas personas no saben leer o no entienden a cabalidad las indicaciones. El año pasado también llevé al pololo de mi hija, él estudia medicina, y se preocupó de tomar la presión y poner los tratamientos inyectables. Sin olvidar todo lo que ha ayudado mi papá, que actualmente tiene 75 años. A veces participan mis hijos, mi cuñada, que es pediatra, y siempre cuento con el apoyo de mi marido. Ahora son ellos quienes nos ayudan con el traslado de la gente, aspecto que es vital, sobre todo cuando hay lluvia.
- ¿Cada cuánto tiempo realiza el operativo?
- Trato de hacerlo dos veces al año; un operativo de invierno y otro de verano. En esta oportunidad, el primer operativo lo realizamos el 14 de junio y el segundo por lo general lo hago en noviembre, porque después hay muchos veraneantes y mi intención es atender a las personas de Licancheu, no a quienes llegan de fuera a veranear allí y tienen la oportunidad de recibir atención médica durante todo el año.
- ¿Y la gente de Licancheu no cuenta con esa posibilidad?
- Sí, pero el acceso es difícil. Existe un policlínico municipal en Navidad -que está a varios kilómetros de distancia- donde hay auxiliares, un dentista, una matrona y un asistente social, pero no siempre cuentan con un médico, porque los van rotando en consultorios de distintas comunas y, si hay uno, cuando se enferma o sale de vacaciones, la mayoría de las veces no hay quien lo reemplace. Entonces mucha gente se queda sin atención y tienen que ir mucho más lejos. Así también cabe destacar que ha sido muy importante en los operativos que realizamos, poder entregar los fármacos a los enfermos, para lo cual he recibido el apoyo de varios laboratorios, entre ellos de Laboratorios SAVAL, que nos ha dado un gran respaldo.

- ¿Cuáles son las grandes satisfacciones que ha obtenido al realizar esta labor?
- No se puede describir la alegría interior que uno siente al hacer esto. Cada vez que me preparo para ir, ese día me levanto muy temprano y feliz. Es muy bonito ver como después de atenderlas las personas se van tan contentas y aliviadas. La satisfacción con que me quedo no tiene precio, porque esto vale más que cualquier cosa. Es la alegría del alma que te da el ímpetu para volver a trabajar, que te llena de deseos de volver nuevamente (cuenta emocionada).
- El lazo que se crea debe ser bastante fuerte…
- Sí. Además a varias de esas personas las quiero mucho, porque es gente que conozco desde que tengo uso de razón. Son viejitos de muy escasos recursos y se ponen tan felices de que uno vaya, los vea, les pregunte cómo están. Ellos sienten como si fueran familiares o amigos míos, y a mí me pasa algo similar. Es gente que siempre he sentido muy cercana, aunque no tengamos un lazo de sangre. Les tengo un cariño especial a todos ellos, por eso me produce alegría de verlos, poder ayudarlos, aliviando en parte sus enfermedades, o simplemente escuchándolos. Porque eso también es útil, pues aunque uno no sea capaz de curar sus dolencias, el sólo hecho de prestarles atención y explicarles lo que tienen los reconforta. Esa es la satisfacción más grande que cualquier persona puede tener… Ayudar al prójimo.

- ¿Participa en otras actividades de la misma naturaleza?
- Sí. En un operativo que es parte de un convenio de atención gratuita que tiene el Hospital Clínico de la Universidad de Chile con la Municipalidad de Chile Chico, en la XI Región. Van médicos generales, gastroenterólogos, cirujanos, otorrinolaringólogos y oftalmólogos.
- ¿Qué la lleva a continuar con este tipo de iniciativas, cuando podría dedicar ese tiempo a otras actividades?
- Porque es algo que me llena y me gustaría que más gente se entusiasmara en dedicar un poco de su tiempo, ofreciéndolo a gente que realmente lo necesita. Se trata de una opción de vida. Yo he ejercido la profesión durante muchos años y, tal vez, podría vivir en un sector más elegante de Santiago, pero sigo en un barrio bastante pobre (Lo Prado) y allí también tengo mi consulta. Hay gente que no entiende y me pregunta por qué con tanta experiencia continúo atendiendo pacientes en San Pablo. Pero yo creo que ahí y en todas partes la gente tiene derecho a la misma calidad de atención. Si esas personas confiaron en mí cuando recién empecé a ejercer, por qué los voy a abandonar ahora que tengo más conocimientos. No creo que sea justo, ni que uno deba abandonar a la gente porque cambia de estatus económico. Nunca he hecho ni voy a hacer nada que me signifique renunciar a mis principios.
- ¿Tiene que ver también su religiosidad en esta opción de vida?
- Sí, porque yo tengo una formación cristiana y creo que si Dios te da tantas cosas hay que entregar de uno también. A mí me ha dado tres hijos sanos e inteligentes, un marido fantástico y unos padres maravillosos, por lo que siento que debo dar algo de mí a los demás. No se puede ser egoísta si uno ha recibido tanto.
