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21 Julio 2003

Dr. Alfonso Díaz:

“Los cerros son mi psiquiatra”

El jefe del Servicio de Cirugía del Hospital Sótero del Río es un hombre especial que disfruta resolviendo problemas en situaciones que, para muchos, podrían ser vistas como de alto riesgo. Es uno de los pocos chilenos que ha formado parte de las expediciones que han alcanzado las dos cumbres más altas del mundo: los montes Everest y el K2. Pero lo curioso es que la motivación para sumarse a estas hazañas no surgió como algo premeditado, sino que tuvo su origen en un problema de salud.

En 1984, a los 45 años, el doctor Díaz notó que tenía una insuficiencia cardiaca. “Me apareció una angina. Hacía ejercicio, subía una escalera y me venía un dolor retroesternal, que sólo desaparecía si me sentaba, pero volvía si retomaba el movimiento. Entonces, decidí que lo primero era no visitar un cardiólogo”, (ríe).

En efecto, el médico se autoimpuso un tratamiento muy particular. “Comencé a caminar regularmente dos horas por las tardes. Por supuesto que si andaba muy rápido, después de unas cuatro cuadras sentía malestar, entonces disminuía el ritmo. Llegó un momento en que ya no me dolía nada y empecé a trotar. Me di cuenta de que si continuaba ejercitándome en forma progresiva y diaria, iba a recuperar la capacidad cardiaca que había perdido”.

Cuando el entrenamiento se hizo un h{abito para él, decidió que debía lograr más y, para eso, tenía que estimular la aparición de falta de oxígeno en el miocardio. “Comencé a ir a lugares como La Parva y El Plomo. Al principio tenía malestares, pero paulatinamente fueron desapareciendo. Hasta que de pronto pude llegar a los 5.800 metros de altura, luego a la cima del Aconcagua y me encontré en el Everest”.

La cima del mundo

No se trataba de subir cerros por alcanzar la gloria, el objetivo del doctor Alfonso Díaz era simplemente mantener su estado físico. En ese afán, el médico estuvo tres veces en la cumbre del Aconcagua, y en dos ocasiones al año visitaba el Ojos del Salado.

A mediados de los ‘80, un grupo de montañistas amateurs, liderados por el ingeniero de la Universidad Católica, Rodrigo Jordán, comenzaba a soñar en grande. Los doctores José Marambio y Mauricio Purto, formaban parte de ese equipo y conocían a Alfonso Díaz porque habían hecho su internado en el Hospital Sótero del Río. “Ellos sabían que yo subía cerros y me invitaron al Aconcagua en 1988. De hecho, el doctor Marambio fue quien le propuso a Jordán que yo los acompañara al Everest en 1989. En esa oportunidad fuimos por la Ruta Lógica y no hicimos cumbre, pero fue una experiencia muy interesante y, desde entonces, comencé a participar en este grupo”.

Aquella vez el médico debió participar en el rescate de uno de los miembros de la expedición, que tuvo un edema pulmonar agudo a 7.300 metros de altura. “Tuve que subir a buscarlo en la noche, entonces se dieron cuenta de que yo era un doctor adecuado para este tipo de instancias, porque podía funcionar de noche en un lugar de cierta complejidad: un médico de 24 horas”, (ríe).

Tres años más tarde decidieron volver a intentarlo, pero esta vez por una ruta más difícil, la Vía Británica de la Pared del Kangshung, una muralla de hielo y roca de 3.000 metros de desnivel, mucho más comprometida y peligrosa que la del Collado Sur (la Ruta Lógica).

Los preparativos de la expedición, formada por Christian García-Huidobro, Claudio Lucero, Alfonso Díaz, Rodrigo Jordán, Dagoberto Delgado, Christian Buracchio y Juan Sebastián Montes, pasaron prácticamente desapercibidos para los medios y la opinión pública nacional. La atención mediática estaba puesta en el ascenso que ese mismo año realizaría otro equipo liderado por el doctor Mauricio Purto y que se llevaría a cabo por la Ruta Lógica.

“Algunas personas decían que éramos una tropa de enfermos de la cabeza, por eso se calificó a la nuestra como la ruta imposible. Incluso, antes de partir decían que estábamos recolectando fondos para ir a pasear a los Himalayas, porque era obvio que no íbamos a hacer cumbre por ese lado”, recuerda Díaz.

Sin el apoyo de grandes auspiciadores, optaron por pedir préstamos a amigos y bancos. “Fuimos con lo mínimo posible y, de hecho, el último día de expedición no teníamos comida. Pero lo pasamos muy bien”, agrega.

Aunque partieron en abril, un mes más tarde que la expedición de Purto, el grupo de Jordán, Montes y García-Huidobro logró hacer cumbre unas horas antes, convirtiéndose así en los primeros chilenos en llegar al lugar más alto del mundo: la cima del Everest, 8.848 metros por sobre el nivel del mar.

Además, el equipo del doctor Díaz fue reconocido como el que logró el primer ascenso sudamericano al Everest; el tercer ascenso absoluto de la Cara Kanshung y el segundo por la Vía Británica, hazaña para la cual utilizaron oxígeno y cuerdas fijas, y prescindieron de guías.

Con esa conquista bajo el brazo y tras meses de preparación, en junio de 1996 el equipo emprendió un nuevo proyecto: el K2 o Godwin Austen, la segunda montaña más alta de la Tierra, que con 8.611 metros de altura es considerada más peligrosa que el Everest, debido a la inexistencia de rutas normales que permitan acceder fácilmente a su cumbre. Hasta entonces, sólo 130 personas lo habían ascendido y otras 50 encontraron la muerte en el intento.

La ruta elegida fue la arista Sureste que presenta menores riesgos, pero con sólo dos ascensiones previas, de las cuales una nunca regresó, lo que constituía un gran desafío para el montañismo nacional. Sin embargo, cuatro personas de la expedición lograron llegar a la cumbre el 13 de agosto.

En esa oportunidad, el equipo estuvo formado por Rodrigo Jordán, jefe de la expedición, Cristián García-Huidobro, Misael Alveal, Alberto Gana, Miguel Purcell, Alfonso Díaz, Ralf Oberti, Waldo Farías, Aldo Boitano y Christian Buracchio. La suya, fue distinguida como la expedición himaláyica de 1996.

De preparación y certezas

- Además de ser un médico 24 horas, ¿En qué otras virtudes suyas cree que se fijó Rodrigo Jordán para incluirlo en un equipo que alcanzó logros tan importantes como estos?
- Este era un grupo de amigos y los amigos se hacen por imponderables. De hecho, en el equipo del ‘89 había muchos montañistas expertos, pero en el momento de realizar un buen trabajo, sólo unos pocos se organizaron. Ahí fue cuando Jordán captó la idea: “Es más fácil enseñarle a un buen ser humano a ser montañista, que enseñarle a un montañista a ser un buen ser humano”. La gente tiende a pensar que es al revés, pero se equivoca.

- Aparte de los edemas pulmonares, otro problema que se debe enfrentar en la montaña son las alucinaciones producidas por la falta de oxígeno…
- Éste es un deporte que requiere preparación y si uno se prepara no le pasa nada, porque la montaña es bastante predecible. Los accidentes son muy raros y suelen ocurrirle a “tipos con la boca abierta”. Si alguien decide subir un cerro en el que va estar falto de oxígeno y no se ha preparado para estas condiciones, le vienen alucinaciones y hace tonteras. Pierde la concentración, entonces se cae, hace mal los nudos de las cuerdas y se le sueltan. Dobla a la derecha cuando tiene que ir a la izquierda, sube en lugar de bajar, se desabriga en vez de abrigarse, en la mitad de un temporal sale de la carpa para buscar socorro en lugar de quedarse esperando a que mejore el clima. Cualquier accidente es fruto de no prepararse para las dificultades que uno va a enfrentar.

- ¿En qué consiste la preparación para este tipo de travesías?
- Lo primero es ordenar el año antes de la ida, para que quede un espacio diario para prepararse. Entrenar cinco días a la semana no sirve. En general, realizar una actividad física tres o cinco días a la semana es entretención pero no deporte. Por lo tanto, jugar tenis o fútbol no sirve para subir un cerro, porque con eso no mejoras tu reserva cardiopulmonar. Sobre los 7.000 metros estás en un esfuerzo máximo permanente. Para explicarle esto a un futbolista, habría que decirle que va a estar tres días con el mismo cansancio que en ese pique rápido que hizo para llegar a la posición de poder tirar un gol. No segundos, no minutos, varios días.

- ¿Cómo se logra llegar a ese nivel?
- Hay que hacer un trabajo diario de capacidad submáxima. Para eso hay tres sistemas: bicicleta, natación y trote. Yo troto, pero cada uno tiene su esquema. Cristián García-Huidobro, por ejemplo, para subir el K2 se preparó en forma especial, porque son cerros de muchísimo riesgo. Por eso todas las mañanas se levantaba a las 5:30, corría por el camino Farellones y después se iba a su trabajo.

- La cumbre más alta de la Tierra por su cara más difícil, y la montaña más compleja por una ruta poco explorada ¿Cuál de las dos experiencias fue más compleja?
- Cuando se está bien preparado, lo más difícil es lo más fácil. Por ejemplo, la cara más difícil del K2 tiene mayores pendientes, pero son esas las rutas más seguras, porque la variable que no se puede manejar en un cerro es una avalancha y en los filos éstas pasan por el lado. Por eso cuando uno llega a un cerro, no lo sube de inmediato. Paras y lo miras por lo menos durante una semana, para ver por dónde es más seguro subir. En el caso del Everest, por ejemplo, elegimos la cara Este, un filo donde hay roca y hielo. Entonces cuando hay avalanchas son tan fuertes que estás agarrado a una cuerda y quedas flameando como una bandera, pero no te mueres. Por eso es importante estar en buenas condiciones físicas, porque eso técnicamente te permite tener la destreza suficiente para enfrentar las situaciones más difíciles.

- Suena como una actividad bastante riesgosa…
- Es cierto. No todo está bajo control, pero al preparar bien las cosas uno se convierte en un experto en el tema. Y ¿Cuál es la característica de un experto?, que no necesita pensar para desarrollar una solución. Esto se puede aplicar a cualquier cosa, a los hospitales, a las montañas.

- ¿Cuál es el momento más difícil que le ha tocado vivir en una expedición?
- Lo más difícil es el año y medio de entrenamiento. Pero en la montaña no hay momentos difíciles. Si uno llega al cerro con “momentos difíciles”, quiere decir que nunca debería haber ido, que está mal.

- Pero tengo entendido que cuando estaban en el K2, murió un montañista italiano que ustedes habían conocido durante el ascenso. Eso debe ser bastante fuerte…
- Claro. Son momentos difíciles. De hecho, en la expedición del K2 murieron cuatro personas y tres de ellos, por un error mío. Eran unos coreanos que estaban subiendo un monte que está frente al K2 y les faltaba poco para llegar a la cumbre. El jefe de esa expedición vino y me pidió que los evaluara mirándolos con anteojos de larga vista. Les hice preguntas a través de una radio, pero como no hablaban inglés, tuvimos que entendernos a través de un intérprete que estaba en el campamento. Cuando les pregunté, entendí que llevaban ocho horas escalando, cuando en realidad eran 18. Entonces yo les di el pase a la cumbre, fueron y a la vuelta estaban extenuados. Cuando se está agotado el cuerpo no produce calor, por lo que murieron de hipotermia mientras conversaban por radio con nosotros. Lloré mucho… Todos lloramos.

- Más que un error suyo. Hubo un problema de comunicación dado por las condiciones y el idioma…
- Fue un error mío. Cuando estás involucrado en una situación, todo lo que ocurre es responsabilidad tuya. Soy jefe del Servicio de Cirugía del Hospital Sótero del Río y, por lo tanto, responsable de todas las muertes que se relacionen con tratamientos quirúrgicos desde Departamental a la cordillera, a la hora del día que sea y en la temporada del año en que ocurran. Ese es mi oficio. Para eso estoy en la sociedad, porque quizás genéticamente fui diseñado para tolerar la angustia. Dirijo éste servicio en el hospital que más cirugías complejas realiza en Chile y, además, tengo la resistencia para subir cerros. Dios me dio las herramientas para ser así, no tengo por qué asustarme. Por eso digo que soy responsable de esas tres muertes y tengo la fotografía de sus monolitos, para que me recuerden que cuando pregunto un dato, tengo que preguntar dos veces, buscar la contrapregunta, sobre todo si hay un idioma que no conozco. ¿Cuál fue mi error? En vez de preguntar ¿Cuántas horas llevan escalando?, debí haber preguntado ¿Cuántas horas?, pero también ¿A qué hora salieron del campamento? Así es, andas con la boca abierta y se muere alguien. Lo mismo pasa si uno se distrae en el hospital.

- Y ¿Cómo fue el caso del montañista italiano?
- A él lo conocíamos desde el Everest el ‘89. En el K2 no seguíamos exactamente la misma ruta, pero compartimos algunos tramos. Observando a la expedición italiana, para saber como iban, me di cuenta que de los cuatro montañistas que estaban subiendo a la cumbre había uno que iba mal. Llamé al jefe de ese equipo por radio y le dije que Lorenzo se iba a matar esa tarde o a la mañana siguiente, así que había que amárrarlo con algo. Me contó que había hablado recién con él y que estaba muy bien, “así que olvídalo”, me dijo. Seguí observando a Lorenzo y cada vez lo veía peor, así que fui desde donde yo estaba hasta el campamento italiano. Creo que ha sido la única vez en mi vida que he trotado una hora a 5.800 metros de altura. Una vez allá, le planteé el problema al propio Lorenzo y sus compañeros.

- ¿Y le hicieron caso?
- En parte. Decidieron que en el descenso se amarrara a otro de los escaladores que estaba en mejores condiciones. Así bajó enganchado a la cuerda fija, pero en el cambio de cuerda, no hizo la maniobra adecuada, se cayó y se mató. Entonces, así como te equivocas, puedes anunciar una muerte el día antes. Les dije que iba a morir y que había que bajarlo amarrado, pero andaban con la boca abierta y murió.

- ¿Cuál es su relación con la muerte?
- Tengo un oficio en el que aparece todos los días. Es una buena amiga. ¿Qué le voy a decir a la muerte? ¿Cómo te va chiquilla? (ríe). No… la muerte propia no me preocupa para nada, ni cuando era chico. Pero cuando me enfrento a un enfermo grave, es una pelea entre ella y yo. Son las ganas de doblarle la mano y cuando no lo puedo hacer, me da mucha pena. No hay cosa que me produzca más humillación que la muerte. Tiene que llegar en algún momento, lo que pasa es que, en términos estadísticos, el siete por ciento de las veces llega cuando no debería, aunque tú hagas las cosas bien y eso me provoca mucho malestar.

- Así como hay momentos tristes. ¿Cuáles son los momentos de más alegría en la montaña?
- En general, se supone que cuando la gente llega a la cumbre hay gran alegría. Pero a mí eso me pasa después, porque en el momento en que mis compañeros están en la cima, yo estoy preocupado por saber cómo están, cómo se van a organizar para bajar. Las horas que siguen son arduas, porque uno sabe que hay tres o cuatro momentos en que se pueden morir. Así que la alegría viene recién cuando están todos abajo en el campamento base.

- Usted nunca ha hecho cumbre ¿Cómo vive esa situación?
- Lo tengo asumido, porque una vez me hice un examen en una cámara hiperbárica, que fue usada como hipobárica para simular altura y comprobé que a unos 8.000 metros pierdo la percepción de mi mismo, pierdo la sensibilidad fina. Entonces, lo cuerdo es que si a un tipo le pasa eso, no pase los 7.500 metros de altura, porque entraría a una zona de riesgo. Probablemente si subo más alto no pase nada, pero tal vez tenga que enganchar un mosquetón en una cuerda y la enganche en una cosa imaginaria.

- ¿Qué es lo que siente cuando sube un cerro?
- Subir cerros me relaja. Los cerros son mi psiquiatra. A veces no llego a la cumbre, sino que sólo voy a estar un par de días en la montaña y vuelvo.

- Después de haber formado parte de las expediciones que llegaron a la cima de las montañas más altas del mundo ¿Qué meta le queda por cumplir?
- La gran hazaña no es subir el Everest o el K2. La gran hazaña es que las personas logren disciplinar la vida para alcanzar un objetivo. Porque lo duro es el trabajo preparatorio. El que quiere subir cerros de verdad tiene que dejar de tener consultas privadas, debe ponerse de acuerdo con la familia para que no lo echen de la casa porque no aporta plata y muchas cosas más.

- Precisamente, desde el punto de vista familiar, este es un deporte que requiere muchos sacrificios. ¿Cuál es la clave?
- Hay que casarse con la mujer adecuada no más. Eso es todo.

- En una oportunidad Rodrigo Jordán dijo que “en la montaña uno establece una relación muy fuerte con la naturaleza y que, a raíz de eso, las personas aparecen como realmente son”. ¿Cómo es usted en la montaña?
- Creo que soy igual que acá. Yo siempre trato de hacer lo que creo que tengo que hacer y decir lo que creo que tengo que decir. Tengo los mismos miedos que tienen todas las personas que se enfrentan a las situaciones a las que me enfrento, pero mi mala costumbre es que me gusta estar en situaciones de riesgo solapado permanente. Por eso, no sé si subo cerros para trabajar en el Sótero del Río o si trabajo en el Sótero del Río para subir cerros. La diferencia entre ambas cosas es muy tenue.



Por Paloma Baytelman

Mundo Médico

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