Dr. Gastón del Solar
El llamado de la selva
Para el doctor Gastón del Solar Zuzunaga, jefe del Servicio de Neonatología del Hospital San Camilo de San Felipe, ser consecuente más que un principio es una norma de vida. Por ello, decidió poner en práctica su filosofía conservacionista yendo al Amazonas peruano, para sentir en carne propia por qué resulta necesario proteger este tipo de zonas geográficas que sufren la depredación del hombre. “Siento satisfacción al apoyar el cuidado de un lugar que conozco. No como muchos defensores de la naturaleza que comulgan con causas desde su escritorio, sin jamás haber sufrido las condiciones severas de las selvas que quieren proteger”, explica.
La pasión del médico por la selva nació en 1998, cuando decidió ir “a ver en el terreno aquellos lugares donde la vida es más vulnerable”. El primer viaje fue ese mismo año a la zona de los ríos Carbón y Madre de Dios, un área poblada en la frontera de la Amazonía. “Allí se observa la depredación generada por actividades humanas como la agricultura, la extracción maderera, la caza, la extracción del oro (que está en el sedimento de los ríos) y el tráfico de especies exóticas”.

- ¿Cómo fue ese primer viaje?
- Fui por primera vez a la selva llamado por la curiosidad. Una vez allí, cuando tenía el fango hasta las rodillas y vi como la humedad lo impregnaba todo, me dije: “¿qué hago aquí?, quiero estar en mi casa”. Sin embargo, cuando llevaba sólo un par de días de regreso en la civilización, sentí la necesidad de volver. Eso debe ser “el llamado de la selva”(ríe). Allí todo es radical. Cuando se accede por la Cordillera de Los Andes, el límite entre el altiplano desértico y la selva frondosa es aún más evidente. Uno puede pararse en un punto en que al frente tiene una maraña de árboles y helechos y por detrás un páramo sin más que uno que otro vegetal rastrero.
- Luego de cruzar ese límite ¿Cuál fue su impresión de la selva?
- Al comienzo del viaje sentí una gran desilusión, porque uno camina y camina y todos aquellos animales e insectos que se supone que habitan ahí, parecen no haber existido nunca. Pero, con el paso de los días y con ayuda de los lugareños, uno llega a aprender tres cosas muy importantes. En primer lugar, que es necesario afinar la vista, porque casi todos los animales de la selva están camuflados, o mejor dicho, mimetizados, y se inmovilizan cuando uno se acerca. Después supe que si uno quiere ver algo, especialmente animales grandes, hay que usar ropas poco llamativas, parecidas al follaje, y caminar sin hacer ruido o sencillamente quedarse quieto. Sólo en estas circunstancias los animales salen y uno los puede apreciar en todo su esplendor. Finalmente, que sin quererlo uno comienza a formar parte de la selva. Camuflado y en silencio, uno se convierte en un animal más.
- Y ¿qué lugar de la Amazonía visitó en su segundo viaje?
- El año 2000 fui a la región del río Manu. Es un parque nacional que alberga dos tipos de selva: la de altura o nubosa, que es por donde se accede a través de una carretera, y la de llano o lluviosa, que hay que recorrerla en bote por los ríos. La primera tiene la particularidad de poseer más de mil especies de helechos y alberga al oso de anteojos, que es el único oso sudamericano. Por su parte, la selva lluviosa se caracteriza por tener más de siete especies distintas de monos. Allí también habitan el caimán negro y el capibara, que es el roedor más grande de la tierra. El parque está dividido en tres grandes zonas: una de desarrollo sustentable, otra que es un área protegida y la tercera es una zona intangible donde, según dicen, aún moran algunos indígenas no contactados, es decir, que nunca, o muy pocas veces, han visto a un hombre de otra raza.

- ¿Dónde fue la última visita?
- El 2001 fui a la zona de los ríos Tambopata y Candamo, que consta de tres tipos de selva: nubosa, lluviosa y la selva tipo Pantanal. Esta zona tiene más de mil especies de mariposas. Junto con Rondonia en Brasil es el lugar más rico en este tipo de insectos. Además, en una hectárea y en un solo día, se pueden ver hasta 400 especies diferentes de aves. A esta selva se accede por avión hasta un lugar llamado Puerto Maldonado, tras lo cual hay que continuar el recorrido por río.
- Con estas nuevas experiencias en la selva ¿Le sirvieron esos consejos que recibió de los lugareños?
- Absolutamente. En mi primer viaje me costaba mucho ver un animal, a veces estaba frente de mis narices y, por el mimetismo, no podía verlo a pesar de que los guías me lo señalaban insistentemente. En el último día de mi tercer viaje, íbamos por un río cuando pude divisar un caimán blanco en la playa. Avisé a la tripulación de la lancha, quienes a pesar de mis señas decían “¿dónde, dónde?. En ese momento supe que había aprendido bastante en estos tres viajes.
- Además de afinar la vista ¿Qué otras cosas aprendió que le han ayudado a desenvolverse en la Amazonía?
- Aprendí que todo los sentidos sirven en la selva. Me impresionó mucho ver cómo un viejo lugareño, con cataratas en los ojos, miró al otro extremo de una gran laguna y me dijo que allí veía a una nutria de río y, además, que estaba comiendo pescado. Al acercarnos pude verificar lo que decía. En mis viajes posteriores estuve en otras lagunas y me di cuenta de que las nutrias siempre hacen el mismo ruido al comer pescado, de manera que el viejo no debe haber visto a la nutria ni menos al pescado, sólo debe haberla escuchado comer. Muchos de los animales que uno logra ver en la selva, lo hace gracias a que previamente los escuchó. Los monos, los pájaros y los insectos tienen ruidos peculiares, que en un principio nos permiten localizarlos, para posteriormente buscarlos con la mirada. Otro aspecto interesante, es que para definir las especies uno puede valerse no sólo de la forma y los colores del animal, si no también de su forma de moverse. Por ejemplo, el tucán no tiene un vuelo uniforme. Después de tres o cuatro aletazos rápidos se deja caer un poco, para luego volver a subir pegando otros tres o cuatro aletazos y así nivela su vuelo.

- Volviendo al tema de los sonidos. Dicen que el ruido de la selva es muy impresionante.
- Efectivamente. Pero, al contrario de lo que uno podría imaginar, los grandes rugidos de la selva sudamericana no corresponden para nada a feroces bestias al acecho de alguna presa. Hay un rugido fuerte que perturba la selva en las madrugadas. Se trata del mono aullador, un primate de mediano porte que delimita su territorio y anuncia su presencia a las hembras de ese modo. El otro gran rugido que resuena en las noches, es el de un roedor de mediano tamaño llamado “rata del bambú”.
-¿Qué otro animal le llamó la atención?
- Un primate que es el único mono de hábitos nocturnos de Sudamérica. Me enteré de su existencia en el primer viaje, porque una manada de estos animales “atacó” el campamento donde dormíamos; agitaban las copas de los árboles con el afán de que nos fuéramos. En el segundo viaje, durante una caminata nocturna sobre unas ramas pude ver el reflejo brillante de los ojos de un par de ellos. Y, en el tercer viaje, cuando se iba a poner la noche, tuve la oportunidad de ver a este pequeño primate en todo su esplendor. Tiene pelaje abundante, cola gruesa y ojos muy grandes. Allí estaba, sobre la rama de un árbol y me costó tres viajes a la selva conocerlo en toda su magnitud.
- Veo que es un lugar lleno de sorpresas, pero también es bastante peligroso. ¿A qué riesgos le tocó enfrentarse?
- Un día iba caminando por debajo de un árbol que era el hogar de un machín negro (mono capuchino). El primate me gritó, arrancó una rama del árbol, le sacó las hojas y me tiró el palo como quien tira una lanza. También tuve un “encuentro” con las hormigas ejército, que marchan por los suelos de la selva en formación cerrada y dirigidas por oficiales que se distinguen por sus grandes cabezas blancas. Me contaron que eran muy agresivas y que las esquivara, pero un día me olvidé de ello y, accidentalmente, pisé una formación. De inmediato un grupo de ellas se introdujo a través de mis botas y picaron mis pies. Tuve que ser socorrido para deshacerme de ellas con rapidez y así evitar mayores problemas.
- Y ¿qué pasa con los animales más grandes? ¿Son muy peligrosos?
- Los grandes predadores, como el jaguar, el caimán negro y el puma, no son el peor peligro para el excursionista, sino los casi imperceptibles mosquitos, que al picar pueden transmitir enfermedades invalidantes y hasta mortales; o los gusanos parásitos que se introducen al torrente sanguíneo a través de la piel de los pies. Por esto, si uno quiere evitarse varios problemas, hay que llevar a la selva ropa que a uno nunca se le ocurriría llevar si piensa sólo en el clima, como camisas de manga larga, pantalones gruesos y botas gruesas de caña larga. Todo esto hace que la excursión sea aún más dificultosa, pero vale la pena.
- A pesar de lo peligroso que resultan estos pequeñísimos animales, imagino que toparse con un felino no debe ser una cosa menor
- Es que los grandes felinos son muy difíciles de ver. Muchos tienen hábitos nocturnos. Estos animales son territoriales y el área de dominio de un macho puede comprender hasta 50 kilómetros cuadrados. Como muchas cosas en la selva, su presencia sólo pude apreciarla en forma indirecta, a través de las huellas frescas de un jaguar hembra con una cría y la calavera de un tapir que tenía el hueso occipital traspasado por los dientes de un jaguar, porque dicho animal ataca lanzándose de un árbol sobre la cabeza de su presa.
- ¿Qué otra situación peligrosa le tocó enfrentar?
- Para sortear un charco de agua turbia, tuve que cruzar un precario puente hecho con la rama de un árbol. Eso no hubiera sido problema, si no fuera porque en estos charcos de agua y fango enrollada, quieta y silenciosa la anaconda espera a sus presas. Sabiendo esto, cruzar estos charcos me hacía sufrir mucho. Habitualmente cruzaba el puente montándolo porque temía cruzar a pie, resbalar y caer.
- ¿Qué siente cuando está en la selva?
- Ante todo, el hecho de estar en un lugar único de la Tierra, donde todo está vivo y donde todos los seres vivos que están allí tienen como objetivo fundamental mantenerse como tales. En la selva nada es estático, como los edificios, los monumentos o los paisajes de la civilización. Los cursos de los ríos cambian, lo que era tierra firme en época de lluvias puede convertirse en un inmenso lago con peces y todo, o viceversa, los lagos pueden secarse y dar pie para que se forme una fangosa selva de palmeras. Además, en la selva, más que en ninguna otra parte, son palpables los ciclos vitales de las especies y cómo estos se interrelacionan, salvando inclusive no sólo las brechas de especie, género, orden o familia, sino de reino. Es casi una fantasía ver troncos de árboles que han desarrollado gruesas espinas para evitar que los grandes mamíferos se froten en ellos; o asociaciones entre ciertos insectos y plantas que les dan cobijo y alimento a cambio de ser protegidas de otras especies predadoras.

- Y ¿qué sucede cuándo deja la selva?
- Especialmente cuando uno lo hace en forma rápida, por avión y no por carretera, al llegar al aeropuerto de destino uno tiene una sensación muy rara. Es el silencio acentuado por la falta de tantos y tan variados ruidos de la selva. El ruido de la selva es constante, no para y es fiel reflejo de que en ese momento uno está acompañado de millones de seres vivos. En nuestras ciudades, donde hemos puesto un piso de cemento para aislarnos de la tierra y cuatro paredes para “protegernos” del medio ambiente, no se puede sentir lo mismo que en una selva. Allí uno lentamente se va deshaciendo de sus pertenencias modernas -pues ya no sirven- para entrar en un verdadero contacto con la naturaleza, donde uno de pronto se ve convertido en un ser más, que tiene miedo, que observa y es observado, o que guarda silencio y se mantiene inmóvil. Son actitudes de todos los animales que a uno lo rodean. Por un corto período de tiempo uno siente que forma parte activa de esa explosión de vida, y ese es un sentimiento que no se puede explicar, pero que es muy reconfortante.
- ¿Su profesión le ha servido en estos viajes?
- Sí, especialmente para darme cuenta que muchas de las terapias que los médicos aplicamos a diario, han tenido su origen en estas frondosas tierras. En la selva pude ver el árbol de donde se extrae la quinina para la cura de la malaria; grandes troncos que se deshacen de los hongos secretando antifúngicos naturales; aquí tiene su origen el curare, sustancia de la que se ha copiado los modernos paralizantes musculares; incluso hay una palmera cuya raíz tiene una sustancia parecida al sindenafil, que es usada por los indígenas de la zona con los mismos fines. Hay muchas plantas medicinales que ya se conocen, pero millones que se extinguirán sin que nunca sepamos para qué nos habrían podido servir. Actualmente existe la teoría de que las selvas son como inmensas campanas aisladoras, que mantienen en su centro algunos de los virus más dañinos para la humanidad y que la depredación de estos lugares ha ido poniendo lentamente en contacto al hombre con estas patógenos. Es cosa de ver que casi todos los virus mortales que nos afectan tienen sus orígenes en zonas tropicales depredadas del África (Virus VIH y Ébola) y tropicales del Asia (es el caso de la actual Neumonía atípica)
- Y ¿hay algo de la Amazonía que le sea útil en la civilización?
- Creo que las ciudades son verdaderos fuertes aislados del mundo exterior y mientras más modernas más han alejado al hombre de su entorno. Gracias a la tecnología uno puede pasar los inviernos sin frío y sin calor los veranos. La lucha por la subsistencia es diametralmente opuesta a la que uno observa en la selva: nuestras presas están en los
supermercados y de cazadores nos va quedando poco; la lucha por obtener el sustento se ha trasladado a planos casi virtuales, donde a veces el esfuerzo no es un requisito indispensable. Creo que en ese contexto poco me puede servir lo aprendido en un mundo tan marginal a nuestra modernidad. Sin embargo, después de haber visto cómo viven los nativos en la selva, tengo la impresión de que alguna gente en nuestras ciudades sería más feliz con menos.
A sus 44 años el doctor Gastón del Solar se encuentra preparando su cuarto viaje, el que tendrá como destino la Selva de los Espejos, en el norte de Perú. Allí, entre los ríos Pacaya y Samiria, habita el delfín rosado del Amazonas y el manatí de agua dulce. “Estas especies no se pueden ver en las zonas que ya he recorrido y me gustaría mucho conocerlas. A futuro desearía estar en la zona del río Negro en Brasil y en la del río Madidi en Bolivia. Y, por qué no, en otra gran cuenca: la del río Congo en África”.
