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02 Junio 2003

Odontólogo
Dr. Sergio Villablanca

“Cuando veo un escarabajo y él me mira, tiene que ser mío”

Junto a su hermano, el cirujano dentista tiene varias docenas de este clásico auto Volkswagen.

Mucho antes de estudiar Odontología en la Universidad de Valparaíso, el doctor Sergio Villablanca encontró su verdadera pasión. Con el particular diseño que los caracteriza, los escarabajos Volkswagen captaron todo su interés desde que su tía solía visitarlo en un modelo verde ’61. Entonces el odontólogo tenía sólo cinco años. “Cuando venía, mi hermano Iván y yo lo lavábamos y limpiábamos por dentro. Después íbamos con ella a pasear a Salinas y nos comíamos los dulces y chocolates que siempre guardaba en la guantera. La mayoría de mis imágenes de niño están asociadas a los escarabajos”, recuerda.

El auto verde quedó en manos de su hermano en 1989 y, más tarde, su madre le regaló un clásico escarabajo rojo del año ‘63. Su favorito. Entre los dos, en la actualidad tienen varias docenas de Volkswagen; muchos los han comprado en muy mal estado y los han reparado ellos mismos.

De esta gran pasión nos contó en su cálida consulta de la calle Montaña, cerca de la Quinta Vergara en Viña del Mar. Antes de comenzar la entrevista, pudimos descubrir detalles que nos hablaban de su personalidad. La sala de espera, sencilla y al mismo tiempo elegante y pulcra; su clínica, donde se mezclan los sonidos de la música latinoamericana y de los años ’80, y varias plantas bien cuidadas, invitan a sus pacientes a la tranquilidad. Su escritorio también lo delata, pues allí tiene pequeños autos de vivos colores y diversas antigüedades, que dan cuenta de otra de sus aficiones.

Para evocar los viejos recuerdos, el doctor Villablanca compartió con nosotros unos chocolates, como los de la guantera del viejo escarabajo verde, y muchas fotos; testimonio gráfico del proceso por el que han pasado algunos de sus autos y que él mismo vive en carne propia junto a su hermano.

El padre del doctor Villablanca

- ¿Cómo fue que de tener un escarabajo, esto llegó a convertirse en una colección?
- Mi papá necesitaba comprarse un auto y, por gusto y razones de espacio, compró otro escarabajo. Ese auto, del año ‘60, era muy especial. De lujo. Tenía una caja de herramientas Hazet y su catálogo, completo y original. Estas dos cosas, hoy valen casi más que el propio auto.
Lo cierto es que nunca pensamos en esto como una colección, sino que sentimos tanto cariño por estos autos, que a veces los compramos “para que no se pierdan”. Recuerdo que con mi hermano una vez dijimos que íbamos a ser felices cuando tuviéramos un auto para cada día de la semana. Ahora tenemos más de uno, para cada día del mes.

- Para usted ¿Qué hace del escarabajo un auto tan especial?
- Estos autos tienen personalidad y vida propia. Además son perfectos, porque fueron diseñados para ser eternos. Existen repuestos para todo, incluso para escarabajos muy antiguos, que funcionan con inyección electrónica. Pero lo más importante, es que forman parte de mi vida, de mi historia. Para mí son como un balón de oxigeno: me dan energía. Por ellos no me canso ni me enfermo, en busca de mi desafío: dejarlos impecables.

El Dr. Villablanca en su <br>primer escarabajo rojo.<br>Este modelo de 1963 es su favorito.

- Junto a su hermano, usted realiza buena parte de la restauración. ¿Cómo vive este proceso?
- Es muy motivador. Esto es la prueba viviente de que esta afición, como muchas otras cosas en la vida, no es algo imposible. Si uno quiere algo, lo busca y trabaja en ello, finalmente lo consigue. Con esta filosofía aprendí a soldar, luego a pintar, investigué por qué había que usar esta masilla o esta otra. Actualmente tengo varias claves para que todo quede como a mí me gusta. Me atraen los desafíos y quiero ser el mejor restaurador, incluso en el futuro me gustaría dedicarme a eso.

- ¿Y cuáles son los pasos desde que compra un auto, hasta que queda refaccionado?
- Dependiendo de la inspiración, el proceso puede durar hasta un año. Lo primero es la parte mecánica, que también hemos aprendido y hacemos casi solos. Después viene lo mecánico, porque al partir así evitamos, por ejemplo, dañar la pintura. En todo caso, el proceso es lo más entretenido. Lo que más me gusta.

- ¿Siempre es igual?
- No. Cada auto tiene su propia historia, que comienza con una llamada, un aviso en el diario o buscando los datos de una patente que vi en la calle. A veces, he recorrido muchos kilómetros para llegar donde están. He conocidos gente entretenida y muy interesante en este proceso. Luego viene la negociación; las figuras bancarias para conseguir el dinero; el traslado, porque en algunas ocasiones los escarabajos no funcionan o no tienen los papeles al día. He trasladado autos con lluvias torrenciales y hoyos en el piso. He llegado con los pies muy mojados. He quedado con ampollas en los pies y las manos buscando repuestos.

Iván Villablanca comparte con su<br>hermano el gusto por estos autos

- Entonces, es una afición muy sacrificada
- Un poco. Mi hermano Iván, que es ingeniero agrónomo, se especializa principalmente al trabajo más duro y yo soy el de los detalles finos. Los autos, las piezas y los repuestos muchas veces, como suelo decir, “me miran ellos a mí”, “se me aparecen”. Y los compro porque sé que algún día los necesitaré. A veces siento como si hubiera encontrado un tesoro. Actuó por impulso, pero al mismo tiempo con responsabilidad.

- ¿Y cuál es la particular historia del último escarabajo que compró?
- En marzo compré uno del año ‘73: el más moderno de los escarabajos alemanes modelo 1303 S, versión americana. Había llamado un mes antes por un aviso del diario. No mostré mayor interés, pero se quedaron con mis datos. Me volvieron a llamar, pero yo no quería hacer una nueva inversión. Finalmente, la mamá del dueño insistió en que hiciera una oferta. Entonces descubrí que el precio no era importante para ellos: sabían de mi cariño por los escarabajos. La señora me dijo: “quiero que este auto quede en sus manos, porque para nosotros tiene un gran valor, he criado sola a mi hijo y este auto es parte de nuestra familia”. Ahora, él se va a estudiar fuera de Viña del Mar y necesitaba el dinero. Cuando me lo entregó, me confesó que la decisión le costó varias lágrimas.

- Con su hermano ya tienen muchos autos ¿Dónde los guardan?
- La mitad están en mi casa. Tengo 600 metros de terreno que son totalmente funcionales; allí lo más importante es el espacio para los autos. Mis amigos a veces me preguntan: “¿y la piscina cuando?”. En realidad… nunca.

- ¿Qué más le han dicho?
- No hay grandes comentarios, algunos opinan que es muy importante tener una afición. Mi padre, por ejemplo, no entiende la racionalidad de nuestro hobby. Dice: “niños, pongan los pies en la tierra”. Yo le respondo que el objetivo es, justamente, despegarse de la tierra. No hay más racionalidad que esa.

- ¿Qué siente cuando anda en uno de sus autos?
- ¡Imagínate! Me siento como si anduviera en el mejor Mercedes Benz del mundo.

- ¿Existe alguna relación entre su afición por los escarabajos y la odontología?
- Puede ser. En mi trabajo como odontólogo también soy bastante perfeccionista y no sigo tendencias modernistas sin investigar primero su real beneficio y sus limitaciones. Respeto mucho a mis pacientes, y entre ellos y yo tomamos la decisión de cómo proceder. Por eso, tengo mi propio laboratorio dental, pues me permite hacer muy bien las cosas. Sin embargo, lo que más me apasiona en la vida son mis autos. Mi profesión me gusta, pero no puedo negar que es un medio que me permite dedicarme a lo que más me apasiona: mis autos. A ellos les dedico todas mis tardes libres, mis vacaciones y los fines de semana.

Con sus 33 años, el doctor Sergio Villablanca es sin duda un hombre de contrastes: joven pero a la antigua; pulcro, pero capaz de trabajar gustoso con las tuercas y la grasa de sus autos. Tranquilo y responsable en sus tareas profesionales, pero impulsivo en su afición. Sus autos son para él como juguetes, preciados tesoros que le recuerdan y lo vuelven a la infancia, a esos días cuando reía junto a su hermano mientras comían chocolates dentro del viejo escarabajo verde de su tía.

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