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30 Septiembre 2013

Un Lasker para los implantes cocleares

La recuperación del sonido desde el silencio se llevó el premio Albert Lasker 2013, el “Nobel americano” de medicina que este año reconoció el trabajo de los tres pioneros de la implantación coclear: Graeme Clark, Ingeborg Hochmair y Blake Wilson.

La sordera afecta la calidad de vida y el desmantelamiento sin descanso de la maquinaria de la comunicación humana. Ludwig van Beethoven, invadido por la sordera, escribió en 1802 “para mí no existe el relajamiento dentro de la sociedad humana, no tengo conversaciones refinadas, ni alcanzo confianzas mutuas. Debo vivir completamente solo y puedo introducirme en la sociedad sólo con la frecuencia que exige la pura necesidad… estas experiencias me llevaron a la desesperación y estuve a punto de poner fin a mi vida”.

Ese sentimientos de desesperanza, desesperación e incluso vergüenza que asistieron a la hipoacusia profunda perduraron hasta finales del siglo XX. Los pocos que buscaron ayuda médica no obtuvieron mayores respuestas, pues en ese momento no había nada que hacer por ellos. 

Actualmente, la Organización Mundial de la Salud (OMS) estima que 360 millones de personas en todo el mundo están viviendo con algún grado de pérdida de audición. Como la población está envejeciendo, la carga mundial de la enfermedad atribuida a la sordera aumentará, lo que significa que los medios para aliviar esta discapacidad asumirán una importancia cada vez mayor. 

La hipoacusia profunda afecta a personas de todas las edades. Para los niños, la audición es fundamental para el desarrollo neurocognitivo. La privación temprana de sonido en la vida degrada la multiplicidad de los circuitos neuronales, que son responsables de información de procesamiento, especialmente aquellos implicados con la adquisición del lenguaje y el habla. Además, sordera deteriora otras funciones cognitivas claves como la exploración, recuperación y manipulación de la información verbal, daño que favorece un bajo nivel de lenguaje, que es típico en las personas que son sordas desde la infancia. (N Engl J Med 2013; 369:1190-1193)

Desde que la capacidad de escribir un idioma depende, en gran medida, de su contenido fonológico, las tasas de alfabetización entre los niños sordos han permanecido intransigentemente bajas, a pesar de los esfuerzos de los educadores. Ese bajo nivel de alfabetización lleva a pobres resultados educativos, oportunidades de empleo limitadas y restricción de participación dentro de la sociedad. Por lo que para muchos el lenguaje de señas se ha convertido en el único medio de comunicación.

El reto de restablecer la audición a personas que están demasiado sordas para beneficiarse de ayudas auditivas externas, como los audífonos, ha sido formidable y ha requerido de un esfuerzo extraordinario, durante décadas la investigación. 

En el oído sano, el sonido es recogido por el oído externo y amplificado por el oído medio. Las células pilosas del oído interno actúan como transductores mecano eléctricos, que convierten la energía acústica en actividad eléctrica que se lleva al cerebro a través de los nervios auditivos. Este proceso de transducción de señales es complejo, requiere de tiempo crítico selectivo y de la contribución de miles de células ciliadas y fibras del nervio auditivo. En la sordera profunda, las células pilosas se pierden por lo que las señales acústicas no son capaces de generar actividad eléctrica en el sistema auditivo. 

A partir de esa observación muchos científicos alrededor del mundo se preguntaron: ¿será posible estimular los nervios auditivos directamente, con el fin de eludir el oído interno y ofrecer una representación significativa de la señal de voz?

El desarrollo de los implantes actuales se produjo en 1957 cuando científicos franceses informaron sobre la primera estimulación eléctrica exitosa del nervio auditivo por medio de la inserción de un electrodo en el oído externo de un sordo, el cual recibió la señal del habla y refirió que la estimulación le ayudaba en la lectura labial.

A partir del año 1960 se dio un impulso al estudio y desarrollo de los implantes cocleares, realizando una labor destacada en este empeño el doctor William House y el ingeniero Jack Urban, el que un año más tarde se aplicó a un paciente. Estos implantes House-Urban fueron dispositivos monocanales que enviaban información codificada a un solo electrodo ubicado dentro de la cóclea, brindando a los pacientes percepción del habla y de los sonidos medioambientales, facilitando también la labio lectura, pero no permitían el reconocimiento del habla solamente por la audición.

La revolución en este tema la marcó la introducción de los dispositivos multicanales en 1978. Estos estimulaban la fibra del nervio auditivo en múltiples lugares a lo largo de la cóclea y, por lo tanto, brindaban mayor discriminación de la altura de los sonidos, lo que permitió más de un método de estimulación y estrategias de procesamiento del habla, ya que convirtió el sonido en señales eléctricas que eran enviadas al cerebro e interpretadas como sonido.

El doctor Graeme Clark de la Universidad de Melbourne y sus colaboradores en el desarrollo del implante coclear, Ingeborg Hochmair y Blake S. Wilson, implantaron los dos primeros implantes multicanal con una moderna tecnología de estimulación y estrategia de codificación y lograron que los pacientes comprendieran la palabra sin necesidad de labio lectura. 

Hoy el doctor Clark es considerado en todo el mundo como el padre de los implantes cocleares, ya que ha trabajado más de 45 años en este tema para lograr desarrollar la audición a través de la estimulación eléctrica en el cerebro. En todo ese tiempo, ha dirigido diferentes proyectos de investigación de la casa de estudios australiana dedicados al perfeccionamiento del implante coclear multicanal.

Desde la década de los 70’, más de 320 mil personas en todo el mundo han vuelto a oír y a emocionarse con la voz y las risas de familiares y amigos, con la música o con el sonido del mar, gracias a este adelanto científico.

La trascendencia de este invento hizo que este año, el australiano y sus colaboradores recibieran el Premio Lasker a la investigación médica del año. Esta distinción se entrega anualmente desde 1942 a médicos, científicos, profesionales sanitarios o entidades que han contribuido de forma destacada a mejorar la prevención, el diagnóstico, el tratamiento o la curación de los pacientes. Otorgados por la Fundación Albert y Mary Lasker, son considerados como los Nobel estadounidenses y, en muchas ocasiones, han sido premonitorios de éstos. 

La posibilidad de percibir estímulos auditivos y asignarles significado, además de proveer al individuo de un sistema de orientación espacial y de protección frente a ciertos sucesos, en la edad adulta, le permitirán relacionarse socialmente y participar en las actividades propias de dicha etapa vital.

Como el desarrollo de la capacidad auditiva se encuentra estrechamente ligado al desarrollo del pensamiento y el aprendizaje, el implante coclear es y sigue uno de los avances más importantes en esta materia al ser un verdadero sustituto de un órgano sensorial humano: el oído. 

Si bien este premio Lasker es un gran reconocimiento, para los científicos el galardón mayor está representado en los más de 320 mil implantes que en todo el mundo han llevado sonido a aquellas personas que estaban condenadas al silencio. 

Mundo Médico

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