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07 Abril 2014

Obesidad al descubierto

Una investigación publicada en la revista Nature, encabezada por científicos del Centro Andaluz de Biología del Desarrollo y la Universidad de Chicago, entre ellos el chileno José Luis Gómez-Skarmeta, indagó en la predisposición genética de la obesidad y la inesperada influencia del cerebro.

Las tasas de sobrepeso y obesidad han alcanzado niveles altamente preocupantes en Chile. Los crecientes malos hábitos alimenticios, sumados al sedentarismo de un gran porcentaje de la población, sitúan al país, de acuerdo a estadísticas proporcionadas por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), en el cuarto lugar de las naciones pertenecientes a esta institución con mayores índices de obesidad adulta y con una evidente alza, además, de esta condición en niños y adolescentes. 

Por lo mismo, son variados los esfuerzos que realizan especialistas en este campo por poner y mantener el tema en la agenda científica, a través de una serie de cursos, seminarios y congresos que profundicen en las causas, consecuencias y, por sobre todo, soluciones a esta verdadera pandemia de los tiempos modernos. “La encuesta nacional de salud 2010 reveló una prevalencia de 39,3% de sobrepeso y de 25,1% de obesidad en la población adulta, a lo que se suma que en apenas cinco años la obesidad preescolar aumentó de un 9,4 a un 10,3 por ciento”, explica el doctor Carlos Grant, especialista en endocrinología y nutrición y vicedecano de la Facultad de Medicina de la Universidad de Concepción. Precisamente, la casa de estudios superiores de la capital de la región del Bío Bío ha decidido contribuir en la investigación, diseño y fortalecimiento de estrategias que promuevan la prevención y el cambio de costumbres en la dieta, esfuerzos que se ven reflejados en la organización, parte del Departamento de Pediatría de su Facultad de Medicina, de las Jornadas internacionales de obesidad y comorbilidades. También destaca la creación en 2006 del programa estratégico contra la obesidad ECO-UDEC, en el cual convergen seis facultades, que han explorado numerosas líneas de investigación y cuyos frutos constituyen una plataforma de conocimiento de aplicación en la salud pública.

El escenario es alarmante. Al ser la obesidad un problema de origen multifactorial, asociado estrechamente al aumento de la hipertensión, diabetes mellitus y enfermedades cardiovasculares, entre otros serios trastornos a la salud, expertos plantean que la solución debe constituir un desafío inclusivo, multidisciplinario y multisectorial. Ejemplo de lo anterior es una investigación llevada a cabo por la Universidad de Alabama, Estados Unidos, que determinó que los individuos con mayor índice de masa corporal presentaban altos grados de conducta suicida. “Esto se ha transformado durante los últimos años en una crisis de salud pública y la verdad es que actualmente los costos de tratamientos de obesidad en la adultez y la adolescencia son muy altos. Lamentablemente, todos los adelantos de la medicina que llevaron al aumento de las expectativas de vida se están perdiendo, ya que la expectativa de vida en los adultos jóvenes está disminuyendo por esta causa y sus factores asociados”, asegura la doctora  Jeannette Linares, integrante del Instituto de Investigaciones Materno Infantil (IDIMI), perteneciente a la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile.

“En Chile existen cerca de 300 mil personas que son obsesas mórbidas y que requieren ser sometidas a una intervención quirúrgica, lo que refleja la gran prevalencia de la obesidad, patología considerada como una verdadera epidemia por la Organización Mundial de la Salud, OMS. La incidencia es enorme en este país y alrededor de 9 millones de personas están en riesgo de ser obesos severos u obesos mórbidos”, comenta el doctor Gabriel Astete, cirujano bariátrico, académico de la Facultad de Medicina de la Universidad Católica de la Santísima Concepción y director del Primer seminario de cirugía bariátrica y metabólica para profesionales de la atención primaria y secundaria, desarrollado en el Bío Bío.

Y si hablamos de riesgo, los niños y adolescentes, por sí solos, constituyen un capítulo aparte. En los últimos 10 años la prevalencia en obesidad infantil se ha triplicado, alcanzando en 2010 un 18 por ciento, cifras que dos años más tarde fueron complementadas por un informe de la OCDE que dejó a Chile en un triste sexto lugar en el ranking de las naciones con mayor obesidad infantil en el mundo. Lo peor de todo es que la mayoría de estos menores mantendrá esa condición hasta la adultez.

“Sabiendo que los costos del tratamiento de la obesidad son altos, ahora la investigación debe apuntar a encontrar marcadores tempranos de estos patrones de obesidad que podamos modificar y hacer prevención. Dentro de esto, ya se sabe que la lactancia materna es un factor protector y que es fundamental respetar las horas de sueño, el ejercicio y mejorar la dieta. También hay marcadores que existen durante la gestación, como el tabaquismo, la diabetes materna y la ganancia de peso durante el embarazo, los que influyen negativamente. Por lo tanto, nos queda ver qué tan temprano podemos intervenir a esta población que está en riesgo”, planteaba la doctora Linares en 2013. Pues bien, parte de esa interrogante puede comenzar a responderse tras la publicación en la revista Nature de un estudio, con participación chilena, que identifica el “gen de la obesidad”.


Iroquois 3

Investigadores del Centro Andaluz de Biología del Desarrollo (España) y del Departamento de Genética Humana de la Universidad de Chicago (Estados Unidos) descubrieron que existe un gen que actúa como un interruptor del que se pensaba era el gen que regulaba la obesidad, el FTO. 

Se trata del IRX3 (iroquois 3), cuya función esencial en la obesidad tiene lugar en el hipotálamo, órgano que conecta el cerebro con los sistemas de regulación hormonal que armonizan el funcionamiento del resto del cuerpo. Hasta ahora, la diana genética para el estudio de la obesidad y la diabetes estaba en el gen FTO y las mutaciones detectadas en esta región cromosómica, sin embargo, mediante experimentos en humanos, ratones y peces cebra, se comprobó que este gen actúa por indicación del IRX3. Pese a estar localizado en una zona cromosómica distante, desde el cerebro, tiene un efecto más directo sobre la obesidad.

Desde hace muchos años los científicos ya sabían cuál era el gen que aumentaba el riesgo del desarrollo de la obesidad y la diabetes del tipo 2, pero no habían sido capaces de hacer una conexión directa entre la obesidad y la expresión del FTO.  El misterio se resolvió cuando dieron con el IRX3. “Nuestros datos sugieren que el IRX3 controla la masa corporal y regula la composición del cuerpo. Cualquier asociación entre el FTO y la obesidad es fruto de la influencia del IRX3”, explica el genetista Marcelo Nóbrega, de la Universidad de Chicago.

Durante la etapa experimental, se demostró un enlace directo entre la expresión del IRX3 y la regulación de la masa corporal, tras la reducción en el peso del 25 al 30% en los ratones que carecen de este gen, principalmente a través de la pérdida de grasa.

“Estábamos mirando en el lugar equivocado. Nuestros datos suponen un cambio de perspectiva porque indican que la clave es IRX3. Antes pensábamos que las mutaciones identificadas en FTO afectaban a interruptores que encendían o apagaban la expresión de ese mismo gen, hipótesis que estaba reforzada por varios estudios que demuestran que la falta de función de FTO genera ratones delgados y que su potenciación se traduce en ratones obesos. Sin embargo, a través de distintas técnicas genómicas y usando muestras de 153 individuos, el trabajo corroboró que las mutaciones ligadas a la obesidad localizadas en FTO afectan a interruptores que controlan la expresión de IRX3 en el cerebro”, detalla José Luis Gómez-Skarmeta, investigador chileno del Centro Andaluz de Biología del Desarrollo y uno de los principales firmantes del estudio.

Los científicos también descubrieron que los ratones que presentaban una función alterada de IRX3 en el hipotálamo, mostraban un perfil similar a aquellos que carecían por completo de IRX3, lo cual ratifica que este gen cumple un papel fundamental en la regulación de la masa corporal, lo que refuerza la teoría de que la predisposición genética a la obesidad reside en el cerebro.

Según Gómez-Skarmeta, “sabemos que hay un interruptor, pero lo que no sabemos es cómo funciona. Ahora hay que analizar el proceso, comprender mejor el mecanismo que gatilla la obesidad genética y tratar de regularlo”.

Ciertamente, se trata de un avance concreto en la titánica misión de detener el avance de  la obesidad, al menos desde su ámbito genético. El siguiente paso es convertir los resultados de esta investigación en una herramienta clínica práctica y útil para las personas que sufren de obesidad o bien para aquellas que son propensas a padecerla. Lo primero debe ser decodificar el gen IRX3 y despejar las dudas respecto a qué alimentos lo activan y cuál es su comportamiento en distintos casos.

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