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24 Marzo 2014

Musicofilia: propensión natural hacia la música

Este nuevo concepto dentro de la psicología muestra la importancia que tiene el apreciar tonos y melodías.

Si bien el origen de la música sigue siendo un misterio, acentuado aún por la ausencia total de melodías de épocas primitivas, los testimonios recopilados en diversas maestrías, como la escultura y la arquitectura, prueban, de algún modo, el desarrollo alcanzado por el arte sonoro desde tiempos remotos.

El origen etimológico del concepto proviene del término musa, que en el griego antiguo aludía a un grupo de personajes míticos femeninos, que inspiraban a los artistas. Las musas tenían la misión de entretener a los dioses bajo la dirección de Apolo, quien las dirigía para que amenizaran las comidas que organizaba para el resto de los dioses del Olimpo.

Aristóteles postulaba que la música se encargaba de imitar “directamente las pasiones o estados del alma: apacibilidad, enojo, valor, templanza, y sus opuestos y otras cualidades; por lo tanto, cuando uno escucha música que imita cierta pasión, es imbuido por la misma pasión”. Creía que afectaba directamente la voluntad, la que –a su vez- influía sobre el carácter y, por ende, sobre la conducta humana.

Para él, en los ritmos y las melodías se podían encontrar las semejanzas más perfectas “en consonancia con la verdadera naturaleza de la ira y la mansedumbre, de la fortaleza y la templanza, como también de sus contrarios y de todas las otras disposiciones morales. Los ritmos, unos tienen un carácter más reposado, otros más movido, y de estos unos inducen emociones más vulgares, y otros otras más propias de un hombre libre”, decía. 

Incluso, centurias más tarde, Nietzsche lo reafirmaría sosteniendo que la música expresa, más que cualquier otro arte, “la realidad de la voluntad de poder. Es, en todas sus variantes, el estimulante de la vida. La armonía, ritmo y melodía se vinculan con las dimensiones corporal y espiritual de las personas, es decir, es un fenómeno capaz de integrarlas, generando estados de bienestar, acción o quietud”.

Estos puntos fueron la base para que el neurólogo inglés Oliver Sacks, uno de los grandes escritores clínicos del siglo XX, llegara a afirmar que los seres humanos “somos una especie tan lingüística como musical”, y aunque el fenómeno de la música sea complejo y se extienda a diversas zonas del cerebro, también es susceptible de muchas distorsiones y “enfermedades”. Pues la música no sólo nos eleva a grandes alturas emocionales o actúa como estímulo de la memoria, sino que puede sumirnos en la depresión o empujarnos a comportamientos y percepciones totalmente obsesivos”.

Si bien el que crea música es el encargado de traducir ideas verbales en símbolos musicales que llevan un mensaje, el que escucha es quien, finalmente, interpreta a su gusto dicha creación primaria y utiliza la música para desenvolverse de manera particular frente a situaciones diferentes.

Para médico y profesor de neurología clínica en Nueva York, son muy pocos los seres humanos que carecen del aparato nervioso que les permite apreciar tonos y melodías. Para la gran mayoría, la música tiene un enorme poder, porque somos “una especie tan lingüística como musical”.

Esa propensión natural a la música, que el neurólogo llama “musicofilia” surgiría en nuestra infancia y se manifestaría en todas las culturas, probablemente –incluso- se remonta a los comienzos de la especie, ya que forma parte de la naturaleza humana. 

Todas las personas, salvo algunas pocas excepciones, son capaces de percibir la música, tonos, timbre, melodía, armonía y, quizás de una forma más elemental, el ritmo. Integran esos elementos y construyen la música como tal en la mente utilizando distintos sectores del cerebro. A esta apreciación estructural y, en gran medida inconsciente de la música, se le añade una reacción emocional algunas veces intensa, otras más profunda y, al mismo tiempo, una respuesta motora, porque “escuchamos música con nuestros músculos”, como decía Nietzsche, y llevamos el ritmo de forma involuntaria, aunque no prestemos atención de manera consciente. 

Es una especie de ser viviente, como una forma de biofilia, puesto que la música se percibe casi como algo vivo que afecta nuestro carácter y destino. En el proceso de asimilación musical el ser humano sería susceptible de sufrir diversas distorsiones, excesos y averías musicales, y sobre esos puntos el doctor Sacks incorporó su experiencia como neurólogo para escribir “anécdotas clínicas”. A partir de la experiencia con sus pacientes elaboró un gran número de casos clínicos en los que describe diversas dolencias neurológicas relacionadas con la música.

Utilizando diversos fenómenos desarrolló un análisis de la identidad humana y de cómo la música –en un mundo donde es casi imposible escapar de ella, pues está presente desde que nos despertamos en la mañana con el sonido de nuestra alarma sonora- resulta ser clave para crear una identidad, algunas veces de manera patológica, pero otras de manera positiva, sobre todo a la hora de tratar enfermedades como Parkinson, síndrome de Tourette, amnesia, autismo, entre otras. Para el neurólogo la música posee un gran valor terapéutico (Brain. 2006 Oct;129(10):2528-32).

Además del valor curativo, el doctor Sacks en sus estudios no dejó de lado los efectos que la música produce en personas sin enfermedades y explica algunos hechos curiosos como los “gusanos auditivos” o “cerebrales” que todos hemos padecido alguna vez, denomina así a los fragmentos musicales que se repiten de forma incesante en la cabeza y que quedan ahí por horas e incluso días antes de esfumarse. Otro caso interesante es el de la imaginación musical, que es tan rica como la visual y que en el mundo actual pasa de manera recurrente sobre todo cuando imaginamos que está sonando nuestro celular, pero que el neurólogo analiza a partir de la creación musical, postulando que muchos compositores y artistas componen en la mente antes que en instrumento o la partitura (Brain. 2013 Jul;136(7):2318-22).

En el viaje por la música y cómo ésta se relaciona con el cerebro, el doctor Sacks nos entrega un legado de incalculable valor, pues posiciona a las melodías rítmicas y armónicas como una fuerza capaz de provocar impulsos y estímulos que no sólo permiten ayudar a mejorar conexiones nerviosas, sino que tienen el poder de provocar fantasías, sueños intensos o vívidos recuerdos a aquellos que, por diferentes causas, no pueden acceder a ellos con facilidad. Su trabajo es un testamento que nos recuerda que la música forma parte de nosotros. 

Hay puntos bastante claros: la música es capaz de movernos a alturas o profundidades insospechadas de la emoción. Nos puede persuadir a comprar algo o nos recuerda esa primera cita. Resulta ser un impulso que ayuda a sacar de la depresión, cuando nada más puede lograrlo. Hace bailar a su ritmo, incluso a aquellos que ni siquiera lo tienen. Pero el poder de la música va mucho más allá, porque ocupa más áreas de nuestro cerebro que el propio idioma. Así como para Aristóteles los hombres somos animales políticos, para el doctor Sacks somos animales musicales

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