El síndrome del comedor selectivo
Esta nueva patología, que comienza en la niñez y restringe o evita la ingesta de ciertos alimentos, se ha incorporado en la quinta revisión del Manual Diagnóstico y Estadístico de los trastornos mentales.
En todas las culturas la comida ha jugado –y lo sigue haciendo- un rol importante en las relaciones sociales en muchos momentos de la vida diaria. La dieta y los alimentos están directamente relacionados con los hábitos socio-culturales ligados a la comida de la región y del entorno más inmediato de éstas.
El acto de comer es uno de los modos más evidentes de interconexión entre procesos biológicos, sociales, psicológicos y culturales, existiendo dos dimensiones esenciales: una que se extiende de lo biológico a lo cultural, de la función nutritiva a la función simbólica; y otra que lo hace de lo individual a lo colectivo.
De esta manera, el ser humano biológico y el ser humano social estarían íntimamente relacionados en el acto alimentario. Se come introduciendo alimentos a la boca, tragando y llenando el estómago, pero también haciendo rituales, corporizando una cultura y compartiéndola con otros.
La elección de alimentos, con quiénes comemos, dónde y cuándo lo hacemos forma parte del tejido social en el cual nos encontramos inmersos. La presión social respecto a la comida influye en la construcción de valores que, en el marco familiar, puede significar amor, recursos o lenguaje. Es por eso que cuando un niño no come se encienden todas las alarmas.
La inapetencia infantil es uno de los problemas más frecuentes por el que consultan los padres y cuidadores de niños menores de cuatro años. Se estima que se presenta en un 10 a 25 por ciento de los pre-escolares.
Por lo general, la negativa a ingerir alimentos corresponde sólo a un fenómeno normativo. Es una etapa que suele empezar sobre los dos años, hasta aproximadamente los cinco. A esta edad, el ritmo de crecimiento es más lento y necesitan menos calorías, por lo que no es necesario forzar a los pequeños a comer.
Desde tiempos remotos, los niños que comen mal, es decir, que solamente comen algunos alimentos y se niegan de plano a probar otros, han sido catalogados como mal enseñados. Sin embargo, en muchos casos, no es un capricho, puede tratarse de una enfermedad alimentaria.
En la última revisión del Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSM-V) se admitió una patología que se concreta en la alimentación selectiva: Avoidant/Restrictive Food Intake Disorder (ARFID) (Int J Eat Disord 2013; 46:420–423), trastorno que restringe o evita la ingesta de algunos alimentos al que los especialistas han llamado a poner atención, ya que puede ser la antesala de un trastorno más severo como la anorexia o bulimia.
El síndrome del comedor selectivo es un trastorno que se expresa como rechazo o aversión a muchos alimentos, dejando sólo un estrecho margen que la persona quiere comer: cerca de 10 alimentos o, incluso, menos. Es más frecuente que se produzca en niños que en niñas, con una proporción de cuatro a uno. Si bien todavía no se ha definido un perfil característico, estos pequeños suelen presentar problemas de ansiedad, evitación social, rasgos obsesivo-compulsivos, baja adaptación al cambio, factores que constituyen, en su mayoría, rasgos de la personalidad que se mantendrían en la etapa adulta. (Curr Opin Psychiatry. 2013 Nov;26(6):537-42)
El problema que tiene un ARFID con la alimentación lleva a los niños a no obtener suficiente nutrición, aun pudiendo tenerla. Es decir, pese al acceso y la posibilidad de comer, el rechazo manifiesto hacia la comida favorece unas condiciones deficientes en cuanto al aporte energético y nutricional. El rechazo es activo. Se niegan a ingerir grupos de alimentos con consciencia. En algunos casos, excluyen un grupo completo de alimentos, como las frutas o las verduras. El miedo, el asco, la no tolerancia a colores, sabores o texturas, la elección de porciones muy pequeñas e insuficientes se imponen en la alimentación.
Un equipo de investigadores del Centro Médico de Niños Cohen de New Hyde Park en Nueva York, quiso ir al origen del problema y para eso sometieron a análisis a pacientes de siete programas de atención de trastornos alimentarios. Descartaron que el comportamiento de un grupo de niños que sufría dichos trastornos lo fuera por padecer anorexia nerviosa o bulimia. De hecho, agruparon a quienes sí sufrían dichas enfermedades, comprobando que eran más las diferencias que las semejanzas entre los grupos y comenzaron a evidenciar las particularidades de quienes podían ser diagnosticados con ARFID. (J Adolesc Health. 2014 Jul;55(1):49-52)
En la mayoría de los casos, dada la tardanza del diagnóstico, el enfermo llevaba varios años padeciendo el trastorno alimentario y ya había sufrido las consecuencias de su enfermedad: desnutrición, ralentización del crecimiento, bajo rendimiento, entro otros.
Aunque una de las principales consecuencias de este trastorno es la deficiencia nutricional, este síndrome, al igual que la anorexia y la bulimia, es psiquiátrico. Al ser un problema de reciente definición, se conoce todavía poco sobre cuáles serían los tratamientos más efectivos. Sin embargo, dados los prominentes comportamientos de evitación que lo caracterizan, parece que las intervenciones conductuales, como terapias de exposición, podrían jugar un papel importante.
El secreto para que los niños coman bien reside en establecer en ellos hábitos a través del ejemplo, trabajo que comienza cuando empiezan a incorporar otros alimentos fuera de la leche, en torno a los seis meses, y que para que sea efectivo tiene que ser constante, gradual y paciente.
Los menores son grandes imitadores de sus padres, así que si los pequeños ven que ellos son selectivos y no comen tal o cual alimento, seguramente tenderán a rechazarlos ellos también.
