Dolor: un riesgoso legado de los padres
Niños y adolescentes ven en sus progenitores modelos de conducta y por lo mismo su proceso de aprendizaje está condicionado por la imitación y repetición de lo que observan y oyen. El problema surge cuando los padres sufren de dolor crónico, lo que podría gatillar que los menores de edad incorporen inconscientemente esta sensación en sus vidas.
El proceso de aprendizaje de los niños está sujeto a una multiplicidad de factores condicionantes que determinarán su personalidad, intereses e incluso habilidades futuras. Durante sus primeros años de vida, es inevitable que ellos encuentren en sus padres o en los adultos encargados de su cuidado un modelo conductual a seguir, imitando prácticamente todo lo que ven y oyen, haciendo paulatinamente propias palabras, gestos y comportamientos. Frente a esa fuente inagotable de estímulos, la educación y la generación de ambientes adecuados juegan un papel clave, no sólo para su correcto desarrollo, sino que también para mantener bajo control el riesgo de aparición de algunas patologías.
Claro, porque a tal extremo llega esta influencia que, según estudios recientes, los niños podrían reproducir los padecimientos físicos que sufren sus padres, asimilar negativamente los síntomas de sus progenitores y, en definitiva, aprender a sentir dolor. Así al menos lo postula un estudio que llegó a la siguiente conclusión: los niños o adolescentes cuyos padres tienen dolor crónico, son 50% más propensos a experimentar un trastorno doloroso crónico inespecífico, vale decir, el que no está relacionado directa ni indirectamente con alguna enfermedad.
Pese a que las causas de este sorprendente vínculo aún no están completamente claras, los autores de la investigación, pertenecientes a la Universidad de Ciencia y Tecnología de Noruega, coinciden en que la estructura familiar, los factores medioambientales y, fundamentalmente, la forma de reaccionar de los padres frente a las enfermedades son elementos que pueden detonar trastornos cada vez más prevalentes en niños y adolescentes. Ocurre en España, donde la mitad de los adolescentes tiene dolor lumbar, incapacitando al 10% de ellos; escenario se repite en otros países, en los cuales los dolores de cabeza, abdominales y muscoloesqueléticos en menores de edad son cada vez más recurrentes.
No sólo genes y hábitos
El estudio se propuso dilucidar cómo afecta en un niño que su padre o madre sufra dolor crónico y para eso entrevistó a 5.370 personas, entre los 13 y 18 años de edad, entregando también un cuestionario a sus padres. De esta forma se comprobó que los niños y adolescentes que conviven con adultos con este tipo de problemas de salud tienen mayor riesgo de replicar la sintomatología que aquellos cuyo núcleo familiar está libre de inconvenientes de este tipo.
Hasta ahora algunos especialistas asimilaban este nexo más como una sensación que como una evidencia, la que se basaba en un su práctica clínica habitual y en los comentarios de los propios pacientes en relación a los problemas que estaban surgiendo en su entorno familiar por sus afecciones, particularmente con sus hijos.
Aunque se debe considerar la influencia de los genes en la salud, los hábitos que se van adquiriendo a medida que pasa el tiempo condicionan la aparición y desarrollo de determinadas patologías, ya que los niños, tal como pueden repetir acciones positivas como practicar deporte, también se abren a conductas de los padres poco amigables con su organismo, como fumar, beber o llevar una dieta poco recomendable. Lo novedoso es la disposición involuntaria a experimentar los mismos síntomas de un padre con una enfermedad crónica, debido al predominio de factores psicológicos. Pese a que no hay enfermedades asociadas, los menores pueden llegar a padecer algunas molestias, aprendiendo o, si prefiere, imitando el dolor. Esta tendencia no deja de causar preocupación, ya que entre los factores agravantes para desarrollar dolor en la edad adulta están las experiencias negativas vividas en la infancia.
La investigación se publicó en la revista Archives of Pediatrics & Adolescent Medicine (JB. Hoftun, MD; Pål R. Romundstad, PhD; Marite Rygg, MD, PhD doi:10.1001/jamapediatrics.2013.422.) y aportó otros interesantes antecedentes. Los adolescentes cuyos padres están separados y que viven sólo con su madre (afectada por un dolor crónico), tienen un riesgo aún mayor de padecer la misma dolencia. Sin embargo, en el mismo escenario, pero viviendo con el padre, no se observó mayor prevalencia de dolor crónico. Lo anterior se atribuye al papel más protector de la madre, el cual influiría negativamente.
Aunque el estudio ha sido blanco de algunas críticas, como la falta de valoración del deterioro funcional de los padres o discapacidad para definir la gravedad y el impacto del dolor crónico, de igual forma ya se postulan estrategias para frenar el mayor índice de niños con dolor inespecífico, las que apuntan principalmente al mayor control o tolerancia de las molestias por parte de los padres. Las recomendaciones van desde realizar actividades placenteras y retomar la vida social, hasta mejorar la asertividad al momento de conversar con su familia y, en específico, con sus hijos sobre las sensaciones que experimentan.
Consejos que buscan modificar la respuesta de los adultos frente al dolor crónico y que valen la pena llevar a la práctica, más aún si la exposición permanente de los menores al dolor puede derivar a futuro en un rol pasivo frente a las enfermedades, lo que dificultará su disposición a superar los padecimientos. Es más, en el corto plazo las amenazas más latentes son los trastornos de conducta, del sueño, la aparición de distintas fobias e incluso la temida depresión.
