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14 Agosto 2017

Develando la identidad de Jack el destripador

Se trata de uno de los mayores misterios de todos los tiempos, un rompecabezas que ha dejado perplejos a psiquiatras forenses y criminólogos durante más de un siglo y ha generado libros, películas y teorías que van desde lo plausible a lo completamente extraño.

A finales del siglo XIX, en el sombrío barrio East End de Londres, misteriosos y singulares personajes se escondían entre las húmedas y sucias calles: amantes secretos, borrachos y prostitutas iban y venían, creando historias, mitos y, con el tiempo, leyendas que encarnaban las peores pesadillas londinenses de la época Victoriana.

Una de ellas fue protagonizada por un hombre astuto, frío y obsesionado con matar, que llegó a alcanzar notoriedad internacional gracias a la cobertura mediática dada por la prensa inglesa que bautizó a este personaje como Jack the Ripper (Jack el destripador), cuyo nombre se asociaba, de manera espontánea, a una silueta que aparecía entre la niebla, con capa y sobrero negro que, una vez atacada la víctima, desaparecía rápidamente de la escena sin dejar rastro alguno. Él se convirtió en uno de los más famosos psicópatas seriales de la historia. 

“Se dice que el psicópata es capaz de practicar el mal con total libre albedrío y ausencia de remordimiento o compasión. Eso, coloquialmente, se ha cifrado en la histórica cuestión de si él está loco o, simplemente, actúa como un ser malvado. La psiquiatría anglosajona contemporánea, con el pragmatismo que la caracteriza, advierte respecto de esto que se trata de un sujeto que no está loco, sino simplemente es un malvado”, escribe el psiquiatra Rodrigo Dresdner Cid en su último libro: Psicópatas seriales: un recorrido por su oscura e inquietante naturaleza.

“El psicópata generalmente actúa en solitario, ya que carece de apego y no establece relaciones cercanas o íntimas. Es un ser eminentemente egocéntrico, incapaz de forjar vínculos auténticos y se relaciona con el otro simplemente en función de la satisfacción de sus propias necesidades”, reseña el especialista en medicina legal y doctor en Ciencias Médicas con mención en Forense de la Universidad Nacional de La Plata.

“Desde el punto de vista sociológico y funcionalista –explica- la psicopatía constituye un peculiar estilo de vida egoísta y parasitario, sin duda perjudicial y nocivo para los demás, pero enteramente beneficioso para el psicópata. Desde la psiquiatría, se lo considera un grave trastorno o desorden de personalidad. Una de las características nucleares del psicópata es una emocionalidad carente de anclaje afectivo con manifestaciones pasajeras y superfluas sin resonancia auténtica en la subjetividad del mismo”. 

Quienes vivieron entre los barrios Whitechapel y East End –donde Jack desarrolló su acción criminal entre 1888 y 1892- tuvieron la obligación de convivir naturalmente con un hombre que se desvió de las normas socialmente establecidas para infundir temor y, al menos, inquietud en la población.

Aunque existe controversia sobre el número de crímenes –algunos le atribuyeron más de 11- las autoridades sólo pudieron imputarle cinco víctimas, que no fueron elegidas al azar, sino siguiendo un patrón: todas eran mujeres prostitutas, asesinadas por estrangulamiento, a las que una vez muertas, les mutilaba el abdomen para luego degollarlas. 

El primer y terrorífico hallazgo sucedió hace 129 años, un 31 de agosto de 1888. Aquel día, Polly de 42 años, una de las meretrices más famosas de Whitechapel y cuyo nombre real era Mary Ann Nichols, inauguró el reino del terror del este psicópata en serie. 

A la una de la madrugada de ese fatídico día, Polly se acercó a la calle Thrawl para solicitar que le reservasen una cama de cuatro peniques. Luego partió a ganarse el dinero a los callejones aledaños. Dos veces los consiguió y las mismas dos se los bebió. A las 2:00 de la madrugada se topó con su amiga Nelly Holland con quien intercambió un par de palabras. Estaba borracha y contenta, porque había adquirido un nuevo sombrero. Hora y media después, el carretero Charles Cross la encontró tirada en un callejón de Buck´s Row con una incisión en la tráquea que se iniciaba en una oreja y terminaba en la otra y un corte que empezaba en la parte inferior del abdomen, acababa en el diafragma y dejaba al descubierto sus intestinos.

A ella le siguieron otras cuatro víctimas canónicas, es decir mártires de segura autoría de este homicida anónimo: Annie Chapman, Elizabeth Stride, Catherine Eddowes y Mary Jane Kelly. Todos los asesinatos tuvieron lugar en un radio de apenas 1,5 kilómetros. Los cuatro primeros se perpetraron en la calle entre el 31 de agosto y el 30 de septiembre de 1888. Dos de ellos, se cometieron el mismo día, mientras que el quinto se llevó a cabo en la habitación de la difunta, en el mismo barrio, el 9 de noviembre. Todas las mujeres, menos una, fueron horriblemente mutiladas. 

Estos crímenes pusieron en jaque a las autoridades de la época y quedó en evidencia la increíble debilidad del sistema policial y judicial de Inglaterra para capturar al homicida. La verdadera identidad de Jack el destripador ha sido, desde entonces, un misterio que se ha intentado resolver en decenas de ocasiones sin éxito. 

Y es que, si por algo se ha caracterizado este asesino es por ser escurridizo incluso después de muerto. De hecho, existen más de un centenar de teorías al respecto que apuntan a miembros de la familia real británica como el príncipe Albert Victor, duque de Clarence y nieto de la reina Victoria; abogados, artistas, cirujanos, carniceros e, incluso, una mujer acaudalada. (doi: 10.3390/ani7040030)

En 2011, el investigador británico Russell Edwards junto al doctor Jari Louhelain, biólogo molecular y profesor de la Liverpool John Moores University realizaron un estudio a partir de un chal que traía consigo una de las últimas víctimas, desde donde obtuvieron material genético mitocondrial del asesino y la occisa, ya que después de tantos años el nuclear estaba dañado.

Compararon las muestras halladas con los de descendientes de la ocasional prostituta y del supuesto asesino: Aaron Kosminski, un peluquero judío polaco que, al momento de los crímenes, tenía 23 años y la policía londinense había considerado como uno de los principales sospechosos, pero no consiguieron reunir las suficientes pruebas para inculparlo de manera definitiva, por lo que fue puesto en libertad y entregado a su familia, que inmediatamente lo hizo internar en un centro psiquiátrico, donde murió un año después.

El estudio llevó a Russell Edwards a escribir el libro Naming Jack the Ripper (Identificando a Jack el Destripador), donde explica todo el procedimiento que siguieron hasta encontrar la pista definitiva. 

Sin embargo, en 2014, un grupo de científicos expertos en análisis de ADN, entre ellos Sir Alec John Jeffreys –el inventor de la huella digital genética- descubrió que el doctor Louhelainen había cometido un error básico en su análisis y eso lo llevó a concluir erróneamente que Kosminski era el asesino.

El doctor Louhelain describió una alteración genética en el ADN conocida como 314.1C, poco común en la población mundial. Sólo 1 de 290.000 personas en el mundo la tiene. Sin embargo, los expertos afirmaron que la nomenclatura correcta de la alteración encontrada en el ADN era 315.1C, una mutación común al 99 por ciento de las personas descendientes de europeos. Este error echó por tierra la última gran teoría. 

El crimen perfecto no existe, pero sí las investigaciones imperfectas. Es por eso que la evidencia siempre pasa a transformarse en un tesoro divino para llegar al verdadero culpable. Cuando se comete un delito, el autor siempre deja algo de él en la escena o fuera de ella. Y, precisamente, un registro físico ha permitido descubrir la verdadera identidad de este psicópata londinense.

Su nombre sería James Maybrick, un comerciante de algodón de Liverpool que, a través de un diario de vida, develó cómo eligiendo las dos primeras letras de su nombre y las últimas dos de su apellido se convirtió en Jack. Revelación que concordaría con el por qué la prensa de la época lo apodó de esa forma: un periódico había recibido una supuesta carta que el asesino escribió atribuyéndose los crímenes. 

También relata en sus escritos, y con muchos detalles, cada uno de los crímenes cometidos, hablando del placer que le producía haberlos perpetrado y, donde incluso, se burlaba de los esfuerzos ineficaces de la policía por encontrarlo. 

Este rasgo es lo que los psiquiatras forenses, en su calidad de peritos, ven en el campo médico legal: sujetos aparentemente inofensivos, capaces de ejecutar las acciones humanas más abominables, sin la menor pizca de duda o arrepentimiento.

Este diario fue encontrado hace 25 años y su autenticidad fue cuestionada en aquel entonces. Sin embargo, se trataría de un auténtico documento victoriano que el investigador Robert Smith y su equipo explican en un nuevo libro A limited hardback edition of 25 Years of The Diary of Jack the Ripper.

El texto fue encontrado debajo de las tablas del suelo de la habitación que había sido el dormitorio de James Maybrick en 1889 y ofrecido más tarde a un agente literario londinense. En el “se pueden observar en detalle las palabras, la caligrafía, la variación de los flujos y presiones de tinta, las manchas y la sombra de la misma, sobre la que se ha difundido mucha información errónea”, relata Smith en su libro.

Si bien todo apunta a que fue efectivamente escrito por Maybrick y que estaríamos frente al sospechoso principal, las disputas sobre la identidad del asesino seguirán generando polémica, al menos, durante un siglo más. 

Hasta el momento, la certeza existente es que Jack el destripador es el ejemplo más universal, brutal y descarnado de la violencia hacia la mujer y que para la medicina forense es uno de los casos más interesantes de la historia, que sigue aportando antecedentes gracias a las técnicas y herramientas que permiten situar a uno o más sujetos en la escena de un crimen.

Por Carolina Faraldo Portus

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