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25 Junio 2007

Anorexia, un problema de imagen

La palabra anorexia viene del vocablo griego anorektous, que significa pérdida del apetito. Sin embargo, las personas que padecen esta patología no carecen de hambre sino que se niegan a comer con el único objetivo de no engordar. Se trata de una enfermedad psicológica con consecuencias físicas que fue descrita clínicamente por primera vez en el siglo XVII, aunque hay antecedentes de más larga data al respecto, incluso en la obra de Hipócrates y Galeno.

La historia humana muestra cómo ciclos de escasez y abundancia han marcado importantes acontecimientos, haciendo crecer o colapsar grandes civilizaciones. Las hambrunas que en la antigüedad afectaron a los egipcios o a los mayas, también se han repetido durante el último siglo, afectando a Europa durante la Segunda Guerra Mundial, a China a fines de los ’50, a África en los ’70 y a Corea del Norte a mediados la década de 1990.

Sean tiempos de abundancia o de escasez, siempre ha habido casos de individuos que voluntariamente se someten al hambre, ya sea por motivos religiosos o -durante las hambrunas- para alimentar a las personas que aman, especialmente a sus hijos. Un cuadro menos frecuente, es la supresión alimentaria por motivos psicológicos y voluntarios, afección que en la actualidad conocemos como anorexia nerviosa y que fue descrita por primera vez en Londres en 1689 por Richard Morton. Ese año el médico inglés realizó apuntes describiendo el caso de un joven de 18 años que padecía lo que el llamó consunción nerviosa, para referirse al deterioro físico derivado de trastornos mentales. “No recuerdo haber visto a ningún ser vivo tan degradado y con tal grado de consunción, pero no tenía fiebre, sino por el contrario un considerable frío en el cuerpo; no tenía tos, problemas para respirar ni aspecto de otra fracción de los pulmones u otra entraña; no tenía pérdidas ni otros signos de malignidad o anormal desgaste de los humores nutrientes. Sólo mostraba falta de apetito, y mala digestión, con frecuentes desmayos”, anotó.

Casi dos siglos más tarde, simultáneamente, el médico inglés William Gull y el francés Charles Lasegue, se refirieron a la anorexia, describiendo al desorden en términos médicos y psíquicos. Gull publicó sus datos en el British Medical Journal y le otorgó a este trastorno el nombre de “anorexia nerviosa” en una conferencia que dio en la Universidad de Oxford, así mostró a la enfermedad con un componente mental, señalando que en estos pacientes existía una negación perversa a comer. Lasegue, por su parte, observó que el cuadro que el llamó “inanición histérica” ocurría principalmente en mujeres adolescentes y comenzó a investigar la conducta de la familia ante el rechazo a ingerir alimentos.

Las estudios siguientes continuaron enfatizando el carácter femenino de la patología. El propio Sigmund Freud fue el encargado de completar la descripción del cuadro con sus anotaciones de las neurosis histéricas, haciendo hipótesis psicológicas dentro de sus planteamientos psicoanalíticos, según los cuales todos los apetitos eran manifestaciones de la libido o impulsos sexuales, por lo que asoció comer o no comer a la presencia o ausencia de impulsos sexuales básicos.

A mediados del siglo XX, los investigadores fijaron su atención en las distintas formas y grados de la enfermedad, para posteriormente centrarse en la distorsión de la imagen corporal, en la fobia al peso y el temor del desarrollo sexual presentes en los pacientes de anorexia nerviosa, así como la disfunción hipotalámica asociada a esta patología.

Al igual que la anorexia, y asociada a ella, la bulimia tiene antiguas raíces históricas que muestran como algunas personas pensaban que debían eliminar los alimentos consumidos mediante purgantes, sustancias para provocar el vómito o autoinduciéndose este último, todo ello para cumplir con ciertos cánones sociales en cuanto al ideal de belleza. El fenómeno se ha visto exacerbado en la actualidad por los medios de comunicación y campañas publicitarias donde se asocia la delgadez a la hermosura. Estos patrones, unidos a una baja autoestima, conforman la base de gran parte de los casos, como lo demuestra el hecho de que la anorexia y la bulimia se concentran en los países de la abundancia y en los sectores de las clases medias y altas de los países más pobres, que se identifican cultural y socialmente con las grandes metrópolis económicas.

Intervienen también factores individuales, como son los cambios que el cuerpo experimenta durante la adolescencia. Esto lleva a la persona a fijar la atención sobre el propio cuerpo, imagen que también es comparada con el modelo estético presente en su medio social. Es en este momento donde la familia puede tener un rol en la aparición de la anorexia pues, aunque no es algo específico en la enfermedad, se ha observado que hay un predominio de un estilo educativo sobreprotector y también excesos de trastornos alimentarios, afectivos y de ansiedad en los familiares de anoréxicos.

Así, en un entorno exitista social y/o familiar, quienes padecen la enfermedad ven el hecho de perder peso como un extraordinario esfuerzo de autodisciplina, donde el hecho de mantenerse o engordar es percibido como una debilidad de este autocontrol. De este modo, además de practicar ejercicios en forma excesiva, los individuos desarrollan una dieta que los depriva de importantes nutrientes como hierro y calcio, lo cual puede afectar su salud y, en personas jóvenes, su crecimiento y desarrollo físico y mental. A esto se añaden problemas como depresión, confusión, histeria, psicosis y, eventualmente, muerte por desnutrición.

Se trata de un cuadro donde las preocupaciones por el alimento se hacen auténticamente obsesivas. Los pensamientos y actitudes relacionados con el cuerpo, el peso y la alimentación, y la evolución de la enfermedad indican que después del diagnóstico, un 25 por ciento de los pacientes siguen siendo anoréxicos, un 40 por ciento tiene síntomas depresivos y un 25 por ciento obsesivos. La mortalidad se sitúa entre el 8 y el 10 por ciento pero cuando la enfermedad dura más de 30 años este dato se eleva al 18 por ciento. Asimismo, los expertos consideran prácticamente imposible la curación de la enfermedad en personas que la han padecido por más de 12 años.

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