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05 Junio 2006

Thomas Sydenham y el nacimiento de la clínica

En los siglos XVII y XVIII la facultad de la razón era totalmente esencial para el ser humano, basada en la observación y en un marcado sentido humanista. La iatromecánica y la iatroquímica eran las dos escuelas de pensamiento que existían, basadas en equiparar al organismo con una máquina o con procesos químicos, respectivamente.

El período histórico conocido como Barroco corresponde al siglo XVII, más específicamente a los años 1600 y 1740, donde el concepto estilístico de las artes plásticas, la poesía y la música fueron marcando a la época.

Es en este momento donde la filosofía y la ciencia estaban marcadas por dos corrientes opuestas: el racionalismo y la experimentación, que a mitad de siglo se complementaron y dieron paso a la forma básica de pensamiento científico moderno de las ciencias naturales.

Apareció el método experimental y cambió el concepto del mundo con Copérnico, Kepler, Newton y los nuevos instrumentos como el microscopio y el termómetro.

La ciencia y la medicina se beneficiaron enormemente con el predominio de la razón, de la observación sistemática y de los comienzos de una investigación científico-médica basada en una incipiente experimentación.

Durante el Barroco la mayor preocupación fue conocer las causas de las cosas y, por supuesto, de las enfermedades. Luego de la Revolución Industrial comenzó una nueva era en Europa que se tradujo en todas las actividades humanas, las que se hicieron sentir en el desarrollo de la medicina general y, en particular, de la clínica donde el médico inglés Thomas Sydenham introdujo el concepto ontológico de enfermedad como “entidad morbosa abstracta, pero abstraída de la observación real de los pacientes”.

Thomas Sydenham nació el 10 de septiembre de 1624 en Windford-Eagle, condado de Dorset, Inglaterra. Inició sus estudios en Oxford, los que se vieron interrumpidos por la guerra civil, en la que intervino como capitán en el ejército de Oliver Cromwell, político inglés que encabezó el enfrentamiento entre el Parlamento inglés y el rey Carlos I por problemas políticos y religiosos.

En 1645 retornó a Oxford y tres años después alcanzó el título de bachiller en Medicina. Completó su formación en Montpellier, Francia, y a su regreso a Inglaterra ejerció la profesión en Londres, donde alcanzó notorio éxito social. En el desarrollo de su pensamiento influyeron los importantes logros científicos alcanzados en su tiempo y también, de modo más directo, su amistad con John Locke –el mejor representante de la corriente filosófica denominada empirismo- y Robert Boyle, gran defensor de los métodos científicos y uno de los fundadores de la química moderna.

Sydenham representó un cambio radical en la conducta del médico ante el paciente. Con él se retornó a la idea hipocrática de la observación cuidadosa de los síntomas y al concepto de qué representan los esfuerzos del organismo para librarse de la enfermedad. Él también contribuyó, de manera fundamental, a la consolidación de la idea de la historia natural de las patologías.

A su juicio, era posible distinguir la existencia independiente de las enfermedades a partir de los síntomas y su desaparición. Se necesitaba dejar de lado las hipótesis y sistemas filosóficos que pretendían explicar el problema. Había que limitarse a describir los fenómenos patológicos con la “misma fidelidad con que un pintor realiza un retrato”, señalaba el inglés. Su interés se centró en saber en qué consistían las enfermedades y cuál era el curso natural de ellas. Deseaba “exponer con nitidez los fenómenos de cada enfermedad, sin fundarlos en hipótesis alguna ni reunirlos de manera forzada”.

El médico inglés tuvo la oportunidad de hacerse una clara idea de los síntomas de muchas enfermedades que, por aquella época eran epidemias. En el libro Observaciones medicae reunió una amplia experiencia clínica, donde expuso un programa para construir una nueva patología basada en la descripción de todas las enfermedades, ordenando los casos en especial igual como lo hacían los botánicos.

Fue así como estableció una distinción entre las enfermedades agudas y las crónicas, estas últimas resultaban menos factibles de reducirlas a especies, debido a su prolongado curso y a que dependían de la individualidad de la persona que la padecía. Si bien no desarrolló un estudio total de los modos de enfermar, de algunos procesos hizo descripciones muy particulares. Entre ellos destacan los estudios sobre la sífilis, infección congénita o de transmisión sexual causada por la bacteria Treponema pallidum; la gota, enfermedad metabólica caracterizada por los depósitos de ácido úrico en las articulaciones, especialmente de los pies y piernas, que provoca artritis dolorosa.

También investigó sobre la hidropesía, trastorno del oído interno que afecta el equilibrio y la audición, caracterizado por una sensación anormal de movimiento, mareo, pérdida de audición en uno o ambos oídos, y ruidos o repiqueteo; la corea, trastorno del movimiento que se asocia con la fiebre reumática; y los procesos febriles. Sus observaciones también lo llevaron a ser el primero en distinguir el sarampión de la escarlatina.

Los aportes de Sydenham no sólo se limitaron al campo clínico, sino que abordaron también la terapéutica, donde utilizó el hierro en el tratamiento de la anemia, la quina en el paludismo, el antimonio, el mercurio, los purgantes salinos, el gálbano y la asafétida. Además, ideó varios derivados opiáceos como el láudano que lleva su nombre.

A Sydenham se le reconoce el haber vuelto a las enseñanzas hipocráticas que se basaban en el contacto constante con la realidad del enfermo tal y como se muestra a los sentidos. Para él era muy importante tomar nota de los síntomas de la enfermedad, porque era “el esfuerzo que hacía el organismo para contactarse con el médico para que lo ayudara a liberarse de ella.”

Comparaba el quehacer médico con el oficio de una cocinera, quien “debe su destreza para cocinar y hervir a su estudio de los elementos y que sus especulaciones sobre el fuego y el agua le han enseñado que el mismo líquido humeante que endurece el huevo reblandece a la gallina”, comentaba.
Sydenham, el Hipócrates inglés de su siglo, no fue un erudito ni un escritor fecundo, fue un médico práctico que le corresponde el mérito histórico de haber reformado la medicina interna en el siglo XVII. Su propuesta de individualización y clasificación de las enfermedades sentó uno de los principios básicos de la medicina moderna: que el diagnóstico correcto de una enfermedad es el requisito indispensable en el tratamiento adecuado del enfermo, que es el fin último de la medicina.

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