Análisis forense a una mente brillante
El cerebro es un órgano muy complejo. Es el centro de control del cuerpo. Se ocupa de los pensamientos, la memoria, el habla y los movimientos. Encerrado en el cráneo, tiene la misma estructura general que los cerebros de otros mamíferos, pero es tres veces más grande que el tamaño típico de un organismo equivalente.
La mayor parte de la expansión proviene de la corteza cerebral, una capa de tejido neural complicado que cubre la superficie del cerebro anterior. En él se amplían especialmente los lóbulos frontales, que están involucrados en las funciones ejecutivas como el autocontrol de la planificación, el razonamiento y el pensamiento abstracto.
Controla y regula las acciones del cuerpo y reacciones: el tronco cerebral interviene en la respiración, frecuencia cardiaca y otros procesos autonómicos; el neocórtex es el centro de pensamiento de orden superior, el aprendizaje y la memoria; mientras que el cerebelo es el responsable del equilibrio del cuerpo, la postura y la coordinación del movimiento.
Aunque pueda parecer curioso, la morfología del cerebro puede estar relacionada con la inteligencia de cada persona. Así lo propone un reciente estudio desarrollado por la Universidad de Florida que pone de manifiesto que el cerebro del científico Albert Einstein no era como el de la mayor parte de las personas, sino que poseía características únicas o especiales las que, por ejemplo, podían observarse en su corteza cerebral. Es decir, el cerebro de una de las mentes más lúcidas del siglo XX era diferente.
Albert Einstein es mundialmente reconocido como un genio, pero lo que aún no se sabe es cómo logró obtener dicha categoría. Muchas investigaciones habían asumido que sólo una mente especial habría podido llegar a establecer una teoría como la de la relatividad y otras ideas que formaron la base de la física moderna.
Gracias al estudio de 14 fotografías, recientemente descubiertas, del cerebro de Einstein, que fue preservado para el estudio después de su muerte, se llegó a la conclusión que el cerebro del científico era inusual en muchos aspectos. Pero los investigadores todavía no saben exactamente cómo esas diferencias se transformaron en asombrosas habilidades.
La historia del cerebro de Einstein es una saga que comenzó en 1955, cuando el físico ganador del Premio Nobel murió en Princeton a los 76 años. Su hijo Hans Albert y su albacea, Otto Nathan, autorizaron al patólogo Thomas Harvey preservar el cerebro para posteriores estudios científicos. Éste fue removido, fotografiado desde distintos ángulos y seccionado en 240 bloques para preparar 2000 cortes histológicos.
En los años siguientes estos testimonios, fotografías y diapositivas fueron entregados a 18 investigadores del mundo. Con la excepción de las diapositivas que Harvey guardó para sí, nadie está seguro dónde está el resto y qué pasó con los investigadores. Es muy probable que estén perdidos y que muchos de ellos retirados o muertos.
Durante las últimas décadas, a partir de estos materiales dispersos, sólo se realizaron seis publicaciones. Algunos estudios encontraron interesantes características del cerebro de Einstein, incluyendo una mayor densidad de neuronas en algunas partes y una proporción más alta de lo normal de las células que ayudan a las neuronas a transmitir los impulsos nerviosos. Dos estudios de la anatomía del cerebro, incluyendo uno publicado en 2009 por el antropólogo Dean Falk de la Universidad Estatal de Florida, encontraron que los lóbulos parietales de Einstein, que podrían estar vinculados a su notable capacidad para conceptualizar los problemas de física, tenían un patrón inusual de surcos y crestas.
Este estudio sólo se basó en un puñado de fotografías que habían sido puestas a disposición del investigador por Harvey, quien murió en 2007. En 2010, los herederos del patólogos se comprometieron a transferir todos sus materiales al U.S. Army’s National Museum of Health and Medicine en Silver Spring.
Gracias a esta donación, Dean Falk pudo realizar un nuevo estudio, publicado 16 de noviembre en la revista Brain (Brain. 2012 Nov 16:1-24) junto con el neurólogo Federico Lepore, médico del Robert Wood Johnson Medical School de New Jersey; y con Adrianne Noe, directora del museo.
En esta oportunidad analizaron las 14 fotografías de todo el cerebro de la colección de Harvey que nunca habían salido a la luz pública. El documento también incluía una hoja de ruta, elaborada por el propio patólogo, que unía las fotografías a los 240 bloques y a las diapositivas microscópicas preparadas a partir de ellos, con la esperanza de que otros científicos las utilizaran para seguir investigando.
El equipo comparó el cerebro de Einstein con el de otras 85 personas y encontró que el gran físico sí tenía algo especial entre las orejas. Aunque el tamaño y la forma asimétrica del cerebro del genio eran normales, el prefrontal, el sistema somatosensorial, el córtex motor primario y las cortezas parietal, temporal y occipital eran extraordinarios.
Las regiones del lado izquierdo del cerebro, que facilitan las entradas sensoriales y el control motor de la cara y la lengua eran mucho más grandes de lo normal, y la corteza prefrontal, ligada a la planificación, atención y perseverancia, también se expandía en gran medida.
Los lóbulos frontales, que fueron los que más llamaron la atención de los investigadores, están vinculados a la planificación y el pensamiento abstracto. Asimismo, destacaron que los pliegues adicionales descubiertos le habrían permitido realizar más conexiones entre las células de su cerebro, lo que habría sido el factor de desarrollo de ideas complejas, como su teoría de la relatividad.
Para el autor esa diferencia “puede haber proporcionado las bases neurológicas de algunas de sus habilidades viso espaciales –la capacidad de distinguir por medio de la vista la posición relativa de los objetos en el espacio- y matemáticas, por ejemplo”.
El físico alemán Albert Einstein, mundialmente conocido por la publicación de la teoría de la relatividad, por haber recibido el premio Nobel de Física y por sus estudios sobre energía nuclear que llevaron a la construcción de la primera bomba atómica, hoy vuelve a dar que hablar por haber sido capaz de programar su propio cerebro.
A juicio de Falk, “cuando la física estaba madura para nuevas ideas, Einstein tenía “el cerebro justo en el lugar y en el momento correcto”. Es de esperar que estas nuevas aproximaciones sobre una de las mentes más brillantes del siglo XX nos puedan ayudar a desarrollar nuestra capacidad neuronal, tal como el genio de la cabellera cana lo hacía.
De este estudio se siguen desprendiendo preguntas: habrá tenido Einstein un cerebro normal que a medida que se fue introduciendo en la física y las matemáticas fue expandiendo ciertas partes de él. Habrá tenido un cerebro especial que lo predispondría a ser un gran físico. Habrá sido su genialidad la combinación entre un cerebro especial y un ambiente que le permitió desarrollarlo.
A lo mejor estas preguntas tendrán respuestas cuando se compare el cerebro de este genio con el de otros físicos con talento, para ver si las características especiales son exclusivas de Einstein o también se observan en otros científicos.
