Nietzsche: la locura más allá de la razón
Friedrich Wilhelm Nietzsche es probablemente uno de los intelectuales alrededor del cual se han edificado más historias y mitos que lo construyen como uno de los pilares fundamentales de la filosofía del siglo pasado y como una suerte de monstruo que anunció la muerte de Dios y que justificó la emergencia de los absolutismos políticos y, en especial, del nazismo.
Más de 112 años después de su muerte, sigue siendo una de las más polémicas figuras de la historia de la filosofía. Sus escritos contienen las declaraciones más profundas del siglo XIX, que influenciaron de manera excepcional a los intelectuales que prolongaron su pensamiento. Sin embargo, su figura también expresa ambigüedades y contradicciones, que aún deja perplejos a académicos acerca del significado e intensión de su pensamiento.
Tales ambigüedades se reflejan no sólo en la vida de Nietzsche, sino también en su enfermedad terminal y muerte. La historia señala que en los últimos días de 1888, Friedrich Nietzsche se levantó una mañana y corrió a abrazar a un caballo que se había lastimado en las calles de Turín, una ciudad italiana ubicada en las estribaciones de los Alpes italianos. Esa fue la primera muestra de locura a la edad de 44 años. Escribió una carta tremendamente incoherente a su amigo Franz Overbeck, profesor de teología en la Universidad de Basilea, quien alarmado por las desconcertantes palabras del filósofo alemán decidió viajar a Turín. La mente del autor de La genealogía de la moral; Así habló Zaratustra y Más allá del bien y el mal, había colapsado.
Franz Overbeck, al llegar a Turín lo encontró fuera de sí, por lo que decidió ingresarlo al Hospital Psiquiátrico de Basilea y llamar a Franziska Oehler Nietzsche, la madre del filósofo, para que se hiciera cargo del asunto. Ella decidió transferirlo al asilo mental de la ciudad de Jena, donde permaneció recluido hasta su muerte: el 25 de agosto de 1900.
Allí el doctor Ludwig Wille hizo un diagnóstico de parálisis general progresiva, el estadio final de la enfermedad sifilítica. Si bien, jamás se pudo confirmar el diagnóstico por no existir entonces pruebas de laboratorio, era ésta la enfermedad psiquiátrica más común de su tiempo. Tan común que se convirtió en el paradigma de la locura.
“La súbita caída en picada de Nietzsche desde el pensamiento más avanzado de su tiempo a la más desesperada demencia se ha dicho a menudo que es como si hubiese sólo una separación muy sutil entre la locura y la sífilis terciaria, como si aquel 3 de enero de 1900, un numeroso ejército de espiroquetas se hubiese despertado de repente después de décadas de dormir profundamente y hubiese atacado su cerebro, en lugar de la realidad biológica que la paresia es un proceso gradual presagiado durante muchos años”, describió la filósofa Deborah Hayden en su libro Pox: Genius, Madness and the Mistery of Syphilis.
El tiempo que faltaba para acabar el siglo, que fueron los últimos 11 años de su vida, Nietzsche lo pasó en un estado de locura incoherente; pasaba la mayor parte del tiempo acurrucado por cualquier rincón y se bebía su propia orina. El año inmediatamente anterior al brote psicótico, 1888, había sido el más productivo de su carrera. Completó su proyecto filosófico: El atardecer de los dioses, El anticristo, Ecce homo y El caso de Wagner.
Nietzsche sufrió de sífilis durante toda su vida adulta. Había sido diagnosticado en una época en la que los médicos estaban muy familiarizados con esta enfermedad. Se dice que habría pasado por cada una de las tres etapas de la sífilis: el chancro de la sífilis primaria, inmediatamente después de la infección; la terrible aparición de un exantema generalizado, fiebre y dolor de la sífilis secundaria, que se desarrolla meses o años más tarde; y la temida tercera fase: la paresia.
La paresia, es la manifestación tardía de la neurosífilis, caracterizada por trastornos de la personalidad, alteraciones afectivas, hiperactividad refleja, trastornos oculares, deterioro intelectual y dificultad en la articulación de las palabras. Suele comenzar con un episodio delirante súbito, pero en los meses y años siguientes la demencia alterna con períodos de completa normalidad que pueden hacer pensar que la enfermedad ha sido superada. Muchos estudiosos de Nietzsche aseguran que la paresia incipiente fue la causa de los excesos de estas últimas obras que estuvieron marcadas por lo apocalíptico, profético, incendiario y megalómano.
Sin embargo, hace algunos años los doctores Michael Orth de la Universitätsklinikum Hamburg-Eppendorf y Michael Trimble del Instituto de Neurología de la University College de London, revisaron los expedientes médicos del Nietzsche y realizaron un interesante estudio (Acta Psychiatr Scan 2006; 116: 439-45) en el que plantearon que la verdadera causa de la demencia del filósofo alemán no se debía a una parálisis general luética, sino más bien a una demencia frontotemporal que se presenta en un paciente cuando éste tiene un cambio de personalidad o conducta con alteraciones de comportamiento o del lenguaje, sin que necesariamente haya un compromiso importante de la memoria.
Para los investigadores la productividad literaria de Nietzsche en 1888 es incompatible con una persona afectada por una parálisis general, pero sí posible con una demencia frontotemporal en que se ha descrito la aparición de una creatividad excesiva en sus primeras etapas.
Las conclusiones del trabajo de los doctores Orth y Trimble sugieren que es poco probable que la última enfermedad de Nietzsche pudiese haber estado relacionada con una infección sifilítica. Ellos consideraron que lo que causó la demencia y posterior locura del filósofo alemán que revolucionó el pensamiento occidental fue una demencia frontotemporal hereditaria, de acuerdo a lo descrito por sus familiares y contemporáneos.
Para Werner Ross, filósofo, biógrafo de Nietzsche y ex director de Goethe Institut de Munich “a menudo los ejercicios teóricos provienen de personas sensibles a quienes no les ha ido muy bien en la vida, viven en las esferas de la cultura, el intelecto y el arte, y no quieren pasar como ingenuos; al contrario, quieren ser considerados como realistas implacables. Hay ciertamente un conflicto entre la valentía ejemplar de Nietzsche en el campo del pensamiento puro y una angustia profunda, de una naturaleza delicada, casi infantil. Trató, sin duda, de hallar una identidad sólida, pero la búsqueda de este encuentro consigo mismo también le producía miedo. La locura fue como una liberación para él”.
El filósofo alemán sufrió de migraña sin aura que comenzó en su infancia. En la segunda mitad de su vida padeció de enfermedad psiquiátrica con depresión. Durante sus últimos años, una progresiva declinación cognitiva lo envolvió y terminó en una profunda demencia y accidente cerebrovascular. Murió el 25 de agosto de 1900 de neumonía.
Es un error atribuir la genialidad de su obra a la locura. Sin embargo, no se puede excluir la demencia por completo, ya que el mismo Nietzsche estableció una conexión esencial entre el pensamiento y la existencia. A 112 años de su muerte por neumonía, el 25 de agosto de 1900, se puede decir –todavía- que su pensamiento, trabajos y escritos fueron producto de una mente lúcida y de la gran inteligencia de un apasionado defensor de la individualidad.
