Cerebro espiritual y evolución cognitiva de la religión
Todas las grandes religiones del mundo – el cristianismo, el judaísmo, el islam, el budismo y el hinduismo- han sido objeto de innumerables estudios por parte de antropólogos e historiadores, ya que a lo largo de la historia éstas han cumplido una infinidad de papeles –la mayoría fundamentales- para el desarrollo de la humanidad, pues siempre estuvieron estrechamente vinculadas con las bases morales de los pueblos, dirigiendo el accionar de las personas.
Hasta el momento, se han desarrollado tres teorías que explicarían el origen de la religión: la teoría subjetiva, que enseña que se origina con el hombre y no son el resultado de realidades o interacciones externas con dicho ser, sino que derivarían de la psiquis; la teoría evolucionista, que propone que la religión se origina con el hombre y es el resultado de un proceso evolucionista en la cultura humana; y la teoría del monoteísmo original, que postula que la religión surge cuando Dios se revela a sí mismo al hombre. La primera forma que asume la religión es el monoteísmo, y a partir de ahí se desvía.
Por otra parte, las bases biológicas de la religión han sido desde siempre objeto de un amplio debate en distintos campos, desde la antropología y la genética pasando por la cosmología. Las teorías psicológicas contemporáneas consideran que estas creencias forman parte de un fenómeno cerebral complejo que emergió en la especie humana con el objetivo de ayudar a los individuos en sus relaciones sociales.
En cuanto a las redes neuronales de la religiosidad, poco se sabía hasta ahora. Los primeros estudios al respecto se centraron en manifestaciones concretas de la fe relacionadas con ciertas patologías. Por ejemplo, la hiperreligiosidad mostrada por algunos pacientes con epilepsia motivó algunas hipótesis que relacionaban las creencias religiosas con las áreas cerebrales responsables de la enfermedad. Lo mismo ocurrió con otros trastornos. No obstante, ninguna de las teorías fue capaz de proponer una arquitectura psicológica y neuronal firme sobre las bases que subyacen a estas creencias.
Sin embargo, recientes investigaciones en el campo de la neurología han permitido develar una capa subyacente más simple que considera al pensamiento y comportamiento religioso como parte de las capacidades naturales humanas, como la música, los sistemas políticos, las relaciones familiares o las coaliciones étnicas. Es decir, para interpretar las intenciones y sentimientos de Dios las personas se valen de las mismas regiones cerebrales recientemente evolucionadas que usan para entender los sentimientos e intenciones de las demás personas.
Un trabajo conjunto del National Institute of Neurological Disorders and Stroke de Bethesda, del National Institute on Aging de Baltimore y del Department of Psychology de la Georgetown University de Washington concluyó que la creencia en un ser superior está “profundamente anclada en el cerebro humano, el cual estaría programado para la experiencia de la religiosidad”.
El estudio Cognitive and neural foundations of religious belief, publicado en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS 2009; March, 106(12): 4876-4881), realizado por los investigadores Dimitrios Kapogiannisa, Aron K. Barbeya, Michael Sua, Giovanna Zambonia, Frank Kruegera y Jordan Grafman señala que la “fe y el comportamiento religioso son rasgos de la vida humana que se encuentran en todas las culturas y que no tienen equivalente en el reino animal”.
Para los científicos nuestro pensamiento religioso está mediado por regiones del cerebro que han evolucionado con el paso del tiempo y que sirven para otras funciones, entre ellas la de reconocer las intenciones de las personas. Además están relacionadas con las emociones y la memoria, por esta razón “la creencia religiosa forma parte de un proceso cognitivo mucho más amplio, del que no se pueden separar”, destacó Jordan Grafman.
Mediante diversos test e imágenes de resonancia magnética se analizó cómo percibían la implicación de Dios con el mundo, la emoción provocada por la fe y las propias experiencias religiosas en un grupo de 66 personas a las que, además, se les midió la función cerebral de los participantes ante afirmaciones como Dios guiará mis actos, Dios está siempre presente o Nos castigará o recompensará al final de la vida, entre otras. Así observaron que las áreas cerebrales que se activaban al escuchar cuestiones de religión se situaban en el lóbulo temporal (que desempeña un papel importante en el reconocimiento de las caras y en el lenguaje) y el lóbulo frontal (implicado en la memoria y el juicio).
Notaron, entonces, que de la misma manera en la que se juzga a los demás y a uno mismo, se evalúa a Dios, pues las áreas cerebrales implicadas en ambos procesos son las mismas. Así, dependiendo de si un individuo cree en Dios o no, entran en funcionamiento unas regiones de nuestro cerebro u otras, como sucede con el resto de los sentimientos.
Además, descubrieron una relación entre el aprendizaje religioso de una persona y la actividad en el lóbulo temporal, región involucrada en la memoria y el habla. Según el equipo, el proceso de adopción de creencias religiosas depende de interacciones cognitivo-emocionales que se dan en la ínsula anterior, por ello la religiosidad estaría relacionada con funciones adaptativas cognitivas que se han desarrollado a lo largo de la evolución humana.
El hallazgo no disminuye el significado y el valor de esas experiencias ni tampoco confirma o descarta la existencia de Dios, sólo nos entrega un entendimiento fascinante en torno a cómo el cuerpo humano, la mente y el espíritu se interconectan. Tampoco quiere decir que la experiencia religiosa sea sólo una actividad cerebral, porque –para muchas personas- va más allá de los límites normales de la psicología humana y de la conciencia: tiene que ver con los misterios de la fe.
