Lactancia, muy buena para nuestra evolución
Hoy en día nadie pone en duda las bondades de la lactancia materna. La Organización Mundial de la Salud (OMS) la recomienda en exclusividad por lo menos durante los seis primeros meses de vida del recién nacido, y continuarla en combinación con otros alimentos hasta los 2 ó 3 años de edad. La leche, por ejemplo y entre otras muchas características positivas, puede ser tremendamente beneficiosa para el crecimiento de nuestros huesos, pero además, ahora se sabe que también ha tenido un poderoso efecto en la evolución de los mamíferos. Parece ser que todavía queda mucho por conocer al respecto.
Un nuevo análisis genético apoya la idea de que el amamantamiento surgió antes de que los mamíferos renunciaran a la puesta de huevos; de hecho, la leche pudo haber promovido los cambios biológicos necesarios para la transformación de los ovíparos a vivíparos. Y la leche pudo haber contribuido a conducir los cambios biológicos que hicieron posible el desarrollo embrionario de crías dentro del cuerpo de la madre y salir vivos al exterior en el acto del parto.
Los mamíferos aparecieron por primera vez hace unos 200 millones de años. Con el tiempo, la mayoría de ellos sustituyeron la cáscara de los huevos obligados a alimentar al feto mediante una placenta en el útero. También se inició la nutrición de sus crías con leche. Las excepciones son los monotremas (orden de mamíferos que ponen huevos como las aves, tienen patas palmeadas, mandíbulas alargadas en forma de pico y cuyos descendientes se alimentan de leche materna), como el ornitorrinco (platypus), que producen leche, pero aún mantienen la puesta de huevos.
Con la finalidad de analizar los cambios genéticos que permitieron tal transformación, y saber cuando ocurrieron, David Brawand, Walter Wahli y Henrik Kaessmann (Centro de Investigación Nacional en Genética de la Universidad de Lausanne, Lausanne, Suiza), evaluaron tres genes de pollo que codifican para las proteínas esenciales en la puesta de huevos, denominadas vitelogeninas. A continuación, registraron las secuencias de los genomas de cuatro mamíferos: seres humanos, zarigüeyas, perros y ornitorrincos. En los humanos, perros y zarigüeyas, seguían presente los tres genes, pero las mutaciones los habían convertido en secuencias no operativas, uno de ellos había dejado de funcionar 30 a 70 millones de años atrás. Un tercer gen es aún funcional en ornitorrincos. Esto tiene sentido porque los huevos de los monotremas tienen menos yema de la que se suele encontrar en huevos de aves y reptiles.
Los resultados confirman anteriores hipótesis de que la lactancia sería la fuerza impulsora de la desaparición de la oviposición en los mamíferos, ya que no necesitarían apoyarse en el huevo como fuente de nutrición para sus descendientes. Esta transición tiene sentido ya que la lactancia confiere numerosas ventajas. Por ejemplo, los padres no tienen que traer alimentos a un nido cada vez y pueden dedicar más tiempo a la crianza, permitiendo en los mamíferos, entre otras cosas, un mejor desarrollo cerebral.
En resumen, los genes para las vitelogeninas parecen representar los únicos marcadores que reflejan el cambio de desarrollo de los recursos alimenticios de los mamíferos. Estos análisis sugieren que, si bien la placentación, surgida a raíz de la evolución de los mamíferos vivíparos, parece haber permitido la pérdida total de los recursos provenientes de la yema de huevo en los euterios y marsupiales, la aparición de la lactancia finalmente, pudo haber disminuido la presión selectiva sobre la alimentación en base a la yema en un ancestro común de los mamíferos. Así, la primera fuerza motora para la reducción en el contenido de nutrientes de los mamíferos sea probablemente la lactancia, nuestra característica fundamental.
El equipo de investigadores publicó recientemente estos resultados en la revista de acceso libre PLoS Biology (PLoS Biol. 2008 Mar 18; 6(3):e63).
