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26 Septiembre 2005

Tras la huella de lo Mágico

El doctor José Retamal Soto, destacado médico general de la ciudad de Linares, nació en Lebu el 28 de octubre de 1953. A muy temprana edad adquirió el interés por la arqueología. Cuando se trasladó a vivir a Putagán, lugar ubicado a 10 kilómetros de Linares, encontró las primeras piedras horadadas, y, posteriormente, en el sector de Melado, comuna de Colbún, se encontró con el arte rupestre de pueblos aborígenes.
El doctor Retamal se ha definido como un aficionado por rescatar las raíces de la idiosincrasia nacional. Dentro de este gusto se ha dedicado a recopilar cuentos y leyendas. Asimismo, ha publicado sus “Cuentos y Leyendas al sur del Sol” y entre sus proyectos futuros está el difundir un nuevo volumen de cuentos titulado “Tras la huella de lo Mágico”, que recopila las historias de los seres míticos de la región del Maule.

En este contexto, el doctor Retamal ha querido compartir algunos de sus relatos.

Tras la huella de lo mágico
Por Dr. José Retamal

La tradición oral ha sido, durante muchos siglos, la manera de traspasar los conocimientos de una generación a otra. El antropólogo Jorge Sanderson al respecto señala que “generación tras generación, los padres van transmitiendo a los hijos conocimientos orales, por existir un alto índice de analfabetismo, la gente no lee y, como no lee, son los códigos orales los que prevalecen”.

Sin embargo, esta realidad ha cambiado, el acceso a la educación obligatoria ha disminuido el analfabetismo; los medios de comunicación llegan a los lugares más escondidos. Esto ha permitido al ser humano ser y vivir de manera más aislada, lo que ha contribuido, en cierta forma, a la pérdida de la tradición oral.

“Tras la huella de lo Mágico”, reúne una serie de relatos que se enmarcan en un realismo fantástico rural, donde seres míticos como: el tué tué, el culebrón y el diablo, cobran vida nuevamente, gritando desde el inconsciente infantil, en silencio.

El fin último de esta edición es rescatar las historias, cuentos y tradiciones de épocas pasadas e invitar al lector a recorrer este mundo casi olvidado por nuestra memoria colectiva.

El torito de los cachos de oro

Hace muchos años en los cerros de la Cordillera de la Costa, especialmente en el sector del cerro y las ciénagas del Name, vivía un majestuoso animal: un toro de porte imponente, con ojos enormes y expresivos, cuerpo esbelto y de pelaje lustroso donde se reflejaba el sol.
Su enorme cabeza estaba coronada por dos magníficos cachos de oro puro, que al caminar llevaba levantados en actitud desafiante.

En ese tiempo, los cerros estaban cubiertos de flora nativa, con bosques inmensos e impenetrables y las praderas cubiertas de abundante pasto donde se alimentaban miles de vacunos libremente.

El torito de los cachos de oro se paseaba atento cuidando su rebaño. Si presentía algún peligro sus bramidos alertaban a toda la manada, la que corría a refugiarse a su lado y éste, en actitud amenazante, agachaba la cerviz enfrentando sus cachos que destellaban al sol, mientras lanzaba bramidos y hacía retumbar el suelo con sus pezuñas.

Este sólo acto bastaba para amedrentar a cualquier enemigo. En otras ocasiones, el torito bramaba enojado y espesos nubarrones negros comenzaban a formarse en el cielo cubriendo los cerros del sector y desencadenando la tormenta y la lluvia. Actualmente, persiste esa tradición entre los vecinos de la zona: si se cubren de nubes los cerros de Caliboro y Name, es señal que va a llover.

Cuando los últimos rayos del sol se reflejaban en sus cachos, los mugidos del torito resonaban en los montes y campos, llamando a la manada a reunirse e internarse por los senderos ocultos de los bosques impenetrables de los cerros, cuyos recovecos, entradas y salidas sólo las conocía el torito. Bajo su guía, el ganado se preparaba para pasar la noche protegidos por el soberbio animal que nunca dormía.

Los habitantes del sector, con el deseo de atrapar al toro y a su enorme manada comenzaron a talar el bosque; pero, por lo impenetrable, el trabajo rendía poco así que utilizaron el fuego. Los brujos del sector andino también habían puesto sus ojos en el torito, deseosos de atraparlo, por lo que al ver las columnas de humo que se levantaban hacia la costa se juntaron para emprender su misión.

Una madrugada, los lugareños lograron cercar al torito y su manada en el cerro; creyeron que al fin lo atraparían. Había sido un trabajo de meses. De improviso una enorme y espesa nube cubrió el cerro, ocultos en su interior estaban los brujos. Los primeros rayos del sol se reflejaron en los cachos de oro del torito, el que fue subido a la nube junto con las mejores vacas. Llevada por el viento, la nube se alejó hacia la Cordillera Andina.

Los animales que quedaron se dispersaron y fueron atrapados; la gente hizo charqui en abundancia hasta que se agotaron los animales. Lo mismo sucedió con los pastizales que se secaron y sólo crecieron los espinos: los extensos bosques nunca más se renovaron.

Todo lo contrario sucedía en los contrafuertes cordilleranos. Bajo la protección de los brujos y del torito, comenzó la abundancia. Con el paso del tiempo, las manadas de animales se reprodujeron rápidamente. Inmensos rebaños eran fáciles de ver pastando en los valles y al borde de los bosques, bajo la atenta mirada del toro y los brujos. Así mejoró la vida de toda la gente de ese sector: había comida en abundancia, el hambre fue desterrado y se pudo asegurar la carne hecha charqui para pasar el invierno.

Esta vida, casi paradisiaca, se transformó en envidia para los brujos del otro lado de la cordillera andina, quienes comenzaron a planear la manera de robarse al torito. Sabían que los brujos que le custodiaban se turnaban día y noche para no dejarlo solo en ningún momento. Pero descubrieron que esta custodia se relajaba un poco antes de la llegada del invierno, cuando se aperaban de carne y charqui para pasar la temporada. Entonces decidieron que ese era el momento preciso para robarse el codiciado animal.

El día estaba amenazante. Los árboles desnudos habían dejado caer su capa de hojas ocres y amarillentas. Parte del ganado, aquél destinado a ser faenado, se encontraba en los corrales. Todos estaban reunidos para participar en la repartición.

De pronto, una nube espesa empezó a acercarse lentamente desde la cordillera y llegó al sitio donde estaba el rebaño. Comenzaron a caer los primeros copos de nieve que empezaron a cubrir el paisaje, pero cada vez fue más intensa haciendo imposible la visión a unos cuantos metros.

Lo que había comenzado como una simple nevazón, se transformó en una tormenta que duró muy poco tiempo, pero cuando se dieron cuenta que algo raro pasaba, el torito se encontraba mugiendo sobre la nube que se internaba sobre los picachos cordilleranos hacia el oriente, que se encontraba custodiado por los brujos argentinos ante la impotencia de los encargados de su protección. Lo último que vieron sobre la nube fueron los destellos del sol, reflejados en sus cachos de oro.

Desde ese día en las pampas al otro lado de la cordillera comenzaron a aumentar los piños de vacunos sin que hasta la fecha se pueda recuperan el mítico “torito de los cachos de oro”.

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