Hospital Salvador conmemora centenario del doctor Raúl Etcheverry
Poeta, amigo, maestro. Médico de real vocación, formado por grandes próceres como Eduardo Cruz Coke y Emilio Croizet, defiende y promueve entre sus muchísimos alumnos la preocupación por los pacientes, e insta a tratarlos con cariño como si fueran parientes.
La comunidad del hospital del Salvador celebró recientemente el siglo de vida del doctor Raúl Etcheverry.
Los médicos y personal de colaboración de la unidad, liderados por la doctora María Elena Cabrera, se reunieron para festejar como una gran familia esta ocasión irrepetible, destacando la trayectoria académica y valía personal del padre de la hematología chilena, maestro de la medicina interna y profesor emérito de la Casa de Bello.
En la celebración, la doctora Cabrera recordó los grandes aportes clínicos del doctor Etcheverry, como ser el iniciador de la citología en el país, demostrando que por medio de punciones de tumores o ganglios se podía hacer el diagnóstico de cáncer, o sus estudios de los grupos sanguíneos de la población aborigen nacional, junto al doctor Ricardo Cruz-Coke. También se destacó su generosidad, al compartir con todo el equipo su testimonio de un siglo de la historia de la medicina chilena; su buen humor, caballerosidad y su faceta poética, pues se describe a si mismo como "un pájaro cantor que se posa solo en árbol que da flor".
En la oportunidad, el doctor Ricardo Vacarezza, yerno del doctor Etcheverry, dio lectura a dos de sus poemas, dedicados al amor y a la mujer.
El propio homenajeado recordó, emocionado, los versos “Qué es el alma, me preguntas, niña mía/ ¿Quieres que te responda el médico o el poeta?/ Porque el alma, un misterio aún en Psiquiatría/ es una síntesis de todo lo bello en poesía./ Amado, esta vez prefiero el verso a la receta/ Alma es el espíritu de los seres y de las cosas/ Es el soplo con que Dios iluminó la arcilla humana/ es el color, el matiz, el perfume de las rosas/, de su poema "El alma”.
El encuentro finalizó con una muestra fotográfica de los últimos años del doctor Etcheverry en el servicio y con una vela en cada una de las tres tortas que le prepararon para soplar.
