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01 Agosto 2005

Dr. Jaime González

Hombre de arte y ciencia

Al igual como de niño descubrió la magia de la medicina, también se sintió atraído por la paz que trasmitían los pinceles al deslizarse por la tela. Hoy mezcla en su vida la inspiración que encuentra en ambas actividades.

El neurólogo Jaime González es un hombre alegre. Esta es sin duda una descripción breve, pero refleja su riqueza plagada de historias, de gestos y color. Mientras como médico se ha preocupado de imprimir la preocupación social en su quehacer, en el ámbito artístico encuentra la tranquilidad a través de la belleza de los paisajes. Sin embrago, no está ajeno a la obsesión clásica de los creadores, dada por la búsqueda de lo perfecto. Estos dos ámbitos que guían la vida del doctor González tuvieron su génesis cuando el tenía cerca de ocho años.

“Mi abuela era diabética y a veces tenía crisis. Entonces una doctora que vivía al frente de nuestra casa venía a atenderla y yo observaba cómo la hacía revivir. Para mí era algo espectacular, casi mágico… Entonces decidí que quería ser como ella, como la doctora, pues me provocaba una profunda admiración”, recuerda el médico.

Nacido en la localidad de Quillota en 1945, a temprana edad Jaime González se trasladó con sus padres a vivir a Santiago, ciudad en la que pasó por varios colegios pues confiesa que era muy inquieto y algo desordenado, aunque siempre tuvo buenas notas. De hecho, como poseía grandes aptitudes matemáticas en un principio decidió estudiar ingeniería civil, carrera que dejó en el segundo año, para seguir el camino “mágico” que había soñado en su niñez.

Entró a la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile en 1967, interesándose por la neurología y, en especial, la neurofisiología. “Encontré que era un área más concreta y que podía relacionar con mi formación matemática, porque allí había más exactitud, más relación entre los síntomas y las patologías que en otros campos de la medicina. Me apasionó el tema y realicé mi beca en el Servicio de Neurología del Hospital del Salvador”, cuenta el médico, explicando que se abocó a la docencia desde mediados de los ’70 hasta el 2000, año en que decidió dedicarse por completo a atender pacientes es su consulta privada que se ubica a pocas cuadras del Palacio de La Moneda, en el centro de Santiago.

- En la labor docente ¿qué aspectos trataba de inculcar en sus alumnos?
- Para mí lo importante es dedicarse a la profesión a través de una entrega social; atender a los pacientes en forma personalizada. Nunca admiré a los médicos endiosados y prepotentes, porque en esa actitud veía un signo de debilidad. Por eso, siempre a los alumnos les decía que para ser buen médico había que ser persona y que una persona es un ser simple, un individuo que se entrega a la vocación que eligió a través de una entrega humana y social.

- ¿Con treinta años de profesión sigue pensando lo mismo?
- Sí. Sigo pensando lo mismo, porque la medicina es una sola.

- ¿Qué aspectos destacaría de la evolución de la especialidad en estas últimas décadas?
- La especialidad ha evolucionado notablemente, incluso ha ido disgregándose. Van quedando pocos clínicos que abarquen todo, pues los profesionales han ido especializándose en distintas disciplinas relacionadas, por ejemplo, con demencia, enfermedades de los nervios periféricos, en epilepsia, enfermedad de Parkinson y en otras patologías. Me parece bien que haya gente que lidere en estas distintas áreas, aunque al dividir la neurología se están perdiendo los clínicos generales, que también son profesionales muy valiosos.

- ¿Qué recomendaría a los médicos interesados en seguir esta especialidad?
- Aconsejo que si van a dedicarse a la neurología, antes se preocupen de formarse como buenos médicos internistas abocados a todas las patologías, para que así tengan una visión general antes de abordar lo que va a ser su especialización, porque todo está relacionado. Por ejemplo, si hay un paciente en coma es necesario indagar en todos las disfunciones que pueden provocar ese cuadro. Puede ser una insuficiencia hepática, una insuficiencia renal, una insuficiencia metabólica, una alteración tóxico-metabólica general, etcétera. Es necesario indagar y saber mucho para dar un diagnóstico. Independientemente que el médico cuente con exámenes complementarios y el apoyo de especialistas de otras áreas, un buen neurólogo debe tener ese conocimiento general.

La paz del paisaje
Así como el doctor Jaime González se interesó en la medicina a través de la magia que significaba para el la posibilidad de curar las enfermedades de las personas, su temprana aproximación al mundo del arte está vinculada a la incansable búsqueda de calma que tienen las almas inquietas. “Cuando yo tenía unos ocho años mi padre conoció a un hijo del gran pintor chileno Juan Francisco González, quién pese a tener el mismo nombre de su padre, prefería que le dijeran Huelén González para diferenciarse. Cuando era ya un señor de unos 80 años, Hulén González, quien también era pintor, vino a nuestra casa para hacer un retrato de mi hermana. A mí me llamó mucho la atención la paz y la tranquilidad que tenía este señor”, señala.

- ¿Por qué este aspecto lo sorprendió tanto?
- Porque en esa época yo era un joven muy hiperquinético. Esa tranquilidad era algo distinto, algo que no había visto en ninguna parte y me causo cierta admiración. Entonces comencé a dibujar, a tratar de aprender y rallaba en todos lados. Creo que fui uno de los primeros grafiteros, pero sólo usaba los muros de mi dormitorio. Esa historia se consolidó con una gran paliza que me dio mi madre. Ahí aprendí rápidamente, porque en esa época las terapias de aprendizaje eran bastante punitivas (ríe). Entonces comencé a hacer croquis, bocetos y dibujos. Más tarde mi profesora de artes plásticas del colegio vio que esto me interesaba mucho y me llevó a ver unas clases de pintura al óleo que se dictaban en el Museo Nacional de Bellas Artes. Yo iba a contemplar la técnica que tenían los estudiantes y cómo manejaban la magia del óleo.

- Por esos años debe haber sido un ambiente muy bohemio…
- Sí y me di cuenta que me gustaba tanto la pintura como el ambiente que se generaba en torno a esta actividad. Era gente que le daba un toque pintoresco a la Escuela de Bellas Artes. Eran unos “pre hippies”. Me hice amigos y me invitaron a participar en un taller, tras lo cual comencé a comprar mis propios óleos y mis pinceles. Estuve metido en ese mundo entre los 15 y los 17 años, pero a mi madre no le gustó la vida que yo estaba llevando y me pidió que me concentrar en los estudios tradicionales. Le hice caso y hubo un tiempo en que sólo pintaba muy de vez en cuando. Pero con los años retomé mi trabajo con las telas.

- Y ¿qué inspiraba entonces sus cuadros?
- Siempre pintaba temas de paisajismo siguiendo a los maestros clásicos y seguí llenado al Museo de Bellas Artes porque era un lugar que me inspiraba paz y tranquilidad. Me quedaba horas mirando esos cuadros, los analizaba, observaba las brochadas y todo los detalles para tratar de aprender de pintores como Pedro Lira, Juan Francisco González, Enrique Swinburn, todos los clásicos. También una vez en Puerto Montt tuve la suerte de conocer a Pacheco Altamirano mientras él estaba pintando una marina en Angelmó. Me acerque a observarlo y fue una clase magistral del uso de la espátula en la pintura.

- ¿Qué siente cuando pinta?
- Pinto porque es una recreación del espíritu, del alma. Cada vez que me enfrento a una tela aparece el desafío de sacar de mí algo bello y plasmarlo en la tela. Por eso pinto la naturaleza, bosques, caminos, ríos y rincones. Además, Chile es un país privilegiado en este aspecto, pues es rico en belleza natural. Incluso, sin que sea necesario estar en un determinado sitio, esa belleza está plasmada en la memoria, en el recuerdo y también puede trasmitirse. Por eso me gustan las expresiones figurativas, impresionistas a veces con toques de realismo, porque a uno lo trasladan. Cuando pinto encuentro un momento de tranquilidad espiritual que me permite entretenerme con algo bello.

- ¿Se considera un perfeccionista?
- Sí. Cuando estoy pintando me provoca una gran paz, pero también siento la necesidad de detallar algo y si no logro hacerlo como quiero entro en ciertos grados de obsesión con la obra. Y no descanso hasta que llego a esa meta. Es algo que a uno lo atrae y lo hace desafiarse.

- ¿Cuál es su relación con la crítica?
- Como no tengo una educación formal en pintura, yo sé que mi trabajo no es perfecto. Pero cuando artistas profesionales han visto mis obras me han dicho que sí soy un pintor y que en efecto mi trabajo podría haber llegado más alto si hubiera tenido una enseñanza más profunda en términos artísticos. Yo respondo que no pinto para ser un gran artista ni para ser reconocido. No pinto para museos, pinto para la gente. Así como ejerzo la medicina de una forma simple mediante una entrega social, me gusta que mi arte sea captado por la gente y le trasmita algo. Es posible que mis cuadros tengan muchos defectos, pero pueden ser puestos en un ambiente familiar y entregan tranquilidad. Eso me halaga.

- ¿Cómo conjuga su tiempo entre la medicina y el arte?
- Hay personas que ha escrito odas al ocio y pienso que el ocio es un elemento necesario, pero mucho ocio también es dañino. El tiempo libre hay que invertirlo en cosas que sean recreativas, realizadoras y que expresen el aspecto emocional del ser. Siempre le recomienda a la gente que lea un buen libro, realice deportes, salga a hacer caminatas en contacto con la naturaleza, aprenda a tocar un instrumento, o bien, que pesque un pincel y pinte, que se exprese. Es importante llenar ese tiempo libre y en la sociedad moderna estamos enfocados hacia una competencia intelectual y laboral, pero no dejamos tiempo para nuestras realizaciones personales y es por eso que el ser humano ha ido perdiendo algunos aspectos de la emotividad, la sensibilidad y todas estas sensaciones que no se compran con dinero. Esto es una recreación en lo emocional y en lo espiritual, por eso para mí tiempo libre significa arte, significa recreación. Esto se los trasmití a mis hijos y con ellos y con mi mujer compartimos esta pasión.



Por Paloma Baytelman

Mundo Médico

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