Doctor Hernán Lepez:
Trabajando con el Sida
El internista es una de las personas que más sabe sobre VIH-Sida en Chile. Corría el año 1984, cuando al doctor Hernán Lepez le tocó atender algunos de los primeros casos de contagios que se presentaron en nuestro país, debiendo buscar una forma efectiva para enfrentar el miedo y la conmoción social que esta enfermedad creó en la opinión pública de la época.
No resulta un ejercicio fácil volver la memoria a ese período de aprensión y desconocimiento. “Cuando partimos en este tema, éramos todos ignorantes. Resultaba dramático escuchar a la gente que nos pedía auxilio, porque no contábamos con las herramientas necesarias para ayudarlos”, señala el doctor Lepez.
Cuando la prensa de la época abordó el tema, el profesional cuenta que no tardó en cundir la alarma pública. “Se comenzó a correr la voz sobre los infectados. En un diario apareció un titular que decía Primer caso de Sida en Chile e inmediatamente se comenzó a conformar un panorama tétrico. Muchos dentistas suspendieron sus consultas y algunos médicos tenían miedo de infectarse”.
Cuando han pasado 20 años de aquellos sucesos, la situación con respecto a la enfermedad en el país y en el mundo es bastante distinta. Aunque se ha registrado un preocupante aumento de los infectados con el virus, sobre todo en los países en desarrollo, la mayor cantidad de información sobre el tema es un aspecto a todas luces positivo.
El Programa Conjunto de las Naciones Unidas sobre el VIH Sida (ONUSIDA), estima que en el planeta hay unos 38 millones de personas infectadas con el virus de inmunodeficiencia humana (VIH), avanzando a un promedio de 3 millones por año. En Chile, las cifras de la Comisión Nacional del Sida (CONASIDA) muestran que hay unas 5 mil personas enfermas de Sida y una cantidad similar viviendo con el virus, aunque estadísticas no oficiales triplican las cifras.
Gracias a los avances médicos de los últimos años, ha sido posible entregar a los infectados una posibilidad de sobrevida mucho más alta, situación que dista bastante de la realidad que debieron enfrentar en 1984 el doctor Lepez y su equipo del Hospital Clínico de la Universidad Católica, al hacerse cargo de forma imprevista de una enfermedad que no parecía tener control.
- Al contar con tan poca información ¿Cómo se enfrentaron los primeros casos de personas con Sida en Chile?
- La verdad es que en 1984 no sabíamos casi nada sobre esta enfermedad, entonces los diarios comenzaron a crear conmoción y ni siquiera los pacientes querían colaborar. Sólo atinábamos a enviar muestras de sangre a Estados Unidos, donde se realizaba un examen que podía tomar varias semanas.
- ¿A qué se refiere cuando dice que los pacientes no colaboraban?
- Lo único que teníamos claro, era que se trataba de una enfermedad que contraían los homosexuales. Entonces cuando atendía a los pacientes, ellos me decían: “por favor, no le cuente a nadie que soy homosexual”. Y yo les contestaba: “tiene que decirlo, porque es la única forma de encarar lo que tiene”. Además, como estábamos en un clima de gran pavor, hacíamos las cosas más locas con tal de no infectarnos: nos poníamos un uniforme sobre otro, doble mascarilla, dos pares de guantes y doble protección en los zapatos. ¡Parecíamos astronautas! Después de la atención, toda esa ropa la quemaban. Lo único que lográbamos era poner a los pacientes en un estado de temor inmenso. Venían a buscar ayuda y terminaban peor.
- Pero sin duda, debían buscar formas de protegerse…
- Sí. De hecho, una de las situaciones más dolorosas de esa época es que algunos especialistas terminaron contrayendo el VIH. Eran mártires que murieron tratando de buscar una cura desesperadamente.
- Y ¿Cuáles fueron las primeras luces sobre el tema?
- Recuerdo que acudíamos a muchos laboratorios buscando posibles soluciones. Así, uno de los primeros fármacos que conocimos fue el AZT, también es conocido como Zidovudina, que comercializaba Laboratorios SAVAL con el nombre de Retrovir. Aunque ese fue un gran aporte, aún muchos pacientes fallecían por procesos que desconocíamos, mientras que otros morían simplemente porque nadie quería atenderlos. Había enfermos que incluso eran abandonados por sus familias. En una oportunidad fui a la casa de un muchacho enfermo de Sida, al que le habían construido una caseta aparte al fondo del patio y allí tenía que vivir. Una vez al día sus padres le llevaban un poco de comida y agua para que se lavara. Ese era el único contacto que tenía con otras personas. Uno de los peores efectos de la aparición del Sida en Chile, fue que los enfermos fueron objeto de una fuerte discriminación.
Sin barreras
El doctor Hernán Lepez comenta que la experiencia de esos difíciles años, fue muy útil tanto para él, como para otros profesionales que lidian con esta patología, pues les enseñó a tratar de conseguir mucho con pocos recursos. Actualmente el médico se alegra de que existen muchas más herramientas para tratar el Sida, pues se ha demostrado que cualquier persona que se exponga a una conducta sexual de riesgo puede contagiarse.
“Por mucho tiempo se pensó que esta era una enfermedad que afectaba sólo a los homosexuales, pero con el tiempo se demostró que no tiene ningún tipo de preferencia. De hecho, en los últimos años se han dado dos fenómenos muy particulares en el avance de la patología. Por una parte, la transmisión del VIH se ha feminizado, atacando a las mujeres con casi la misma frecuencia que a los hombres. Por otro lado, se ha producido una situación de verticalidad, pues el virus se proyecta a los hijos de las personas infectadas. Ahora existe una gran cantidad de niños con VIH, que han sido contagiados por sus progenitores”, explica el doctor Lepez.
- ¿Qué tan importante ha sido en este escenario el avance de las terapias disponibles?
- Desde que nació la triterapia dimos un gran salto en el tratamiento de los pacientes. Si los enfermos cumplen con sus prescripciones durante todo el año, es más fácil poner el VIH a raya, porque se puede detener la multiplicación del virus. Además, en la actualidad es posible cambiar los esquemas terapéuticos y los efectos de los medicamentos a través de una genotipificación, que consiste en un proceso a través del cual estudiamos el abanico de retrovirales en una muestra infectada y observamos si el virus resiste o no un determinado medicamento. Lo malo, es que aún no tenemos un indicador definitivo, puesto que el virus se hace resistente a las terapias. Pero al menos estas técnicas nos orientan sobre cómo enfrentar el VIH.
- Específicamente ¿cómo se ha desarrollado el combate contra el Sida en Chile?
- El cambio ha sido impresionante con respecto a 1984. Ahora disponemos de un gran equipo médico que realiza investigaciones de punta sobre el tema. En este campo Chile cuenta con reconocimiento internacional.
- ¿Qué tipo de iniciativas está desarrollando su equipo en la actualidad?
- Pensamos crear una red médica que sea capaz de cubrir todo Chile, iniciativa en la que estamos trabajando con los infectólogos Carlos Beltrán y Marcelo Wolf, entre otros expertos. La idea es realizar una cadena de información entre los médicos que tratan el Sida en el país y, de esta forma, incrementar conocimientos que de otra forma sería difícil recopilar. Nos gustaría realizar un catastro de todos los pacientes con Sida en Chile, para efectuar estudios específicos, como por ejemplo, la relación que existe entre el Sida y la tuberculosis. Así nos podremos mantener mucho mejor informados.
Un trato más humano
Pese a los grandes avances médicos para enfrentar el VIH, una de las deudas pendientes es la discriminación que sufren los enfermos de Sida. El mismo infectólogo Carlos Beltrán ha señalado que no en todos los lugares estos pacientes reciben el tratamiento adecuado, menos aún en el caso de los enfermos terminales.
A juicio del doctor Lepez, el problema se debe a que hay pocos médicos especializados en esta patología y poco interés de las nuevas generaciones en el área. “Para tratar a un enfermo de Sida se necesita mucho más que el equipamiento médico. También se requiere una gran calidad humana. Además de médico tratante, hay que tener un poco de elementos de la psiquiatría, para ser capaces de comprender los temores y angustias de los pacientes, con el fin de acompañarlos”.
- ¿Qué le diría a un médico de una zona remota que se enfrenta a un caso de VIH y no tiene las herramientas necesarias desde el punto de vista humano?
- Que tome al paciente y siga las guías clínicas. Para tratar a los pacientes de VIH hay esquemas completos que se deben seguir, de acuerdo a los síntomas que presenten, por ejemplo, en el caso de la meningitis. Pienso que también depende mucho de los aportes que sean capaces de entregar los familiares y amigos del paciente.
-¿Qué nos falta aprender para asumir mejor este problema?
- Falta que la comunidad comprenda que esta enfermedad puede afectar a todos, sin excepción. También se necesitan políticas más claras, que digan las cosas por su nombre. De otra forma, seguiremos teniendo personas infectadas, con todo el problema social que ello involucra. Los enfermos ven truncadas muchas de sus expectativas de vida, como no poder tener hijos, y dado que no tenemos un medicamento capaz de acabar con el VIH, es importante aprender a prevenir acciones de riesgo.
- La prevención, entonces, es fundamental…
- Por supuesto. Es un mecanismo importante para detener esta pandemia y debe partir desde una edad temprana. La comunidad tiene derecho a ser informada; los niños y jóvenes deben conocer las secuelas que puede provocar el Sida y que el contagio se puede producir hasta con un pequeño contacto. Lamentablemente, conozco jóvenes de 15 años infectados, entonces ¿qué futuro les espera? Los medios de comunicación deben jugar un rol clave en esta campaña.
- También en el tema de la no discriminación hacia los enfermos…
- A una persona no se la puede condenar por padecer el Sida, tampoco por sus preferencias sexuales. Existen diferencias que deben ser respetadas. Sin embargo, en la última década he notado una actitud y una aceptación mayor al respecto, lo que también nos permite trabajar de mejor forma con nuestros pacientes. Por ejemplo, veo con gran satisfacción cómo las madres son capaces de involucrarse en los tratamientos. Hoy, por lo menos, hay un abrazo, pero aún nos falta mucho por hacer.
- ¿Cree que estamos cerca de encontrar una vacuna contra el VIH?
- No tengo grandes expectativas. Se han desarrollado vacunas, pero no son muy efectivas, porque el virus siempre está mutando.
- ¿Cuál es su mayor anhelo?
- Tras haber vivido tantas experiencias dolorosas; después de ver a tantas personas despedirse en llanto, después de ver a tantas familias destrozadas, el premio más bello sería escuchar que hay una vacuna efectiva. Eso sería maravilloso.
Pese a que el sueño del médico se ve cada día más lejano, con la ayuda de profesionales como él, los infectados con el virus por lo menos cuentan con un apoyo en el difícil proceso que significa vivir con VIH-Sida.
Por Francisco Bustos y Paloma Baytelman
