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15 Septiembre 2003

Dr. Hernán Ramírez

Científico y artista

Por Paloma Baytelman

Junto con ser un importante dermatólogo, el doctor Hernán Ramírez Ávila es además un connotado compositor de música clásica, cuyas creaciones han sido interpretadas por numerosos artistas. Si bien algunas de sus piezas están disponibles en seis discos compactos, su obra es tan amplia que podría abarcar otras 10 producciones musicales.

Desde pequeño Hernán Ramírez se acercó al mundo de la música, pues en su familia todos eran seguidores de la tradición musical española y el canto de estas melodías formaba parte de la vida cotidiana. Mientras su madre y su abuela entonaban los sonidos de la península, su padre prefería el tango. Así llegó a participar como solista en el coro de su colegio y, posteriormente, tomó clases de piano. “Mi mamá siempre quiso que yo estudiara ese instrumento, porque ella no pudo hacerlo. Con el correr del tiempo me di cuenta que tenía que ser músico y a los 14 años empecé a componer pequeñas piezas, actividad que me resultaba mucho más interesante que el canto”, explica.

En esa época lo que más le gustaba eran las obras de Mozart. “Yo pensaba que para componer había que ser un genio, cómo él, y yo claramente no lo era. Eso me entristecía mucho, hasta que comencé a leer sobre la vida de otros compositores y descubrí que en todas las historias decía que el artista había estudiado armonía con fulano, composición con mengano y orquestación con sutano. Al principio no podía creer que era algo que se estudiaba, pero decidí que si muchos grandes músicos lo habían hecho, yo también tenía que hacerlo. Así empecé a estudiar formalmente teoría, solfeo y armonía”, recuerda.

Como estaba adelantado, terminó el colegio a los 16 años, estudió un año Veterinaria y luego se cambió a Medicina en la Universidad de Chile. “Entré a la carrera con unas ganas locas por ser médico y, si volviera a nacer, estudiaría lo mismo. Sin embargo, en algún minuto pensé en dejar la carrera para dedicarme a la música, pero me pareció una falta de respeto con mis padres, así que los primeros tres años me dediqué sólo a estudiar medicina y luego retomé lo otro en forma paralela”.

Desde entonces el profesional ha llevado, literalmente, una doble vida que lo mantiene entre la música y la medicina, pues explica que ambas cosas son esenciales para sentirse como un individuo completo. “Es como si estuviera casado con una mujer que quiero mucho y apareciera otra a la que quiero más todavía. Aún no decido con cuál me gustaría quedarme” (ríe).

- ¿Cuál sería la señora y cuál la amante?
- Sin duda, la amante es la música y la señora la medicina (ríe). Por eso a partir del tercer año de Medicina me organicé para hacer las dos cosas, pero fueron tiempos duros, porque la carrera es muy intensa y casi no hay tiempo libre como para practicar deporte o aprender otra cosa. Si uno quiere tener “mente sana en cuerpo sano” o ser más culto, estudiando idiomas o música, hay que hacerlo a contrapelo. Así fue que por las noches comencé a estudiar Composición Musical en la Universidad de Chile.

- ¿Cómo logró sobrellevar el peso de dos carreras de tan alta exigencia en forma paralela?
- Fue muy complicado. Es más, a mí me echaron de la Escuela de Composición por inasistencia, pero seguí yendo a las clases que podía, porque los profesores se dieron cuenta de mi gran interés. Además, los sábados por la tarde algunos de ellos me hacían clases en sus propias casas. Finalmente, hice toda la carrera sin dar ningún examen y compongo mucho más que varios de mis compañeros que tienen título de compositor. Pero fue duro, tenía que dividir mis fuerzas y dormía muy poco. Cuando tenía una hora libre en la universidad, mientras mis compañeros iban a comer un sándwich, yo corría a la biblioteca a estudiar música y, antes de que partieran las clases que tomaba en el Conservatorio, me sentaba en las escaleras a repasar la materia de oftalmología. Sentía que en ambas partes me miraban como a un bicho raro, pero después descubrí -porque me lo dijeron- que en realidad me admiraban.

- Desde que comenzó a estudiar composición hasta ahora ¿cómo han evolucionado sus gustos musicales?
- En un comienzo me gustaban mucho Mozart y Chopin, y posteriormente descubrí a Verdi. Después tuve la oportunidad de escuchar algunas obras de Stravinsky y al principio sentí que era la porquería más grande que había oído. Un año más tarde estaba almorzando en la casa de mi amigo Jaime Henríquez, puso el disco de “La consagración de la primavera” y lo encontré muy bueno. Lo mismo me pasó cuando fuimos juntos a ver Madame Butterfly, sin yo tener idea de cómo era Puccini. Pensé que era como Verdi y me quedé toda la obra esperando escuchar una melodía, pero para mí no hubo ninguna, así que salí del teatro completamente frustrado y confundido. Pero más adelante, esas mismas experiencias y esos mismos autores, incomprendidos por mí en un primer momento, me inspiraron para componer en un estilo más moderno. En ese sentido, el ejercicio de la medicina, además de darme grandes satisfacciones, me permite la holgura económica necesaria para realizar la música que me de la gana, le guste o no a la gente.

- ¿Entonces podríamos decir que gracias a la medicina usted tiene libertad creativa?
- ¡Absoluta! Porque no tengo ningún problema para componer, ni siquiera de tiempo, como sí me ocurría cuando dictaba clases.

- Ese es un plano de su vida que quedó suspendido…
- Efectivamente. Hice clases de dermatología en la Escuela de Medicina durante cinco años y luego de composición y análisis musical en la Universidad Católica de Valparaíso y en la Universidad de Playa Ancha. Me llamaron principalmente, porque era una de las pocas personas de la V Región que sabía de música dodecafónica, lo que se hizo público cuando realicé algunas charlas sobre el tema en los institutos Chileno-Francés y Chileno-Alemán de cultura, que se llenaron de gente joven. Entre estas dos actividades, estamos hablando de casi 15 años de docencia y ya no tengo deseos de seguir haciendo clases.

- Pero recordando el tiempo que fue profesor ¿Cuáles son para usted los aspectos más gratificantes de la docencia?
- Saber, por ejemplo, que muchos alumnos míos son profesores. Incluso, quienes actualmente dirigen el Conservatorio pasaron por mis clases. Confieso que enseñar no es algo especialmente grato para mí, pero debo admitir que me sirvió mucho. Preparar y exponer una charla me produce un gran cansancio, en cambio, cuando compongo me siento como pez en el agua. Sin duda, eso es lo que verdaderamente me llena.

- ¿Cómo desarrolla su proceso creativo?
- Primero uno imagina más o menos lo que quiere hacer. A veces es algo muy elaborado y otras, muy sencillo. Por ejemplo, hace un tiempo fui de vacaciones a La Serena y aproveché de visitar Vicuña. Allí comencé a recorrer los lugares donde vivió Gabriela Mistral. La imagine en esos parajes y me empezó a dar vueltas "la hora de la tarde, la que pone su sangre en las montañas", al ver el color de los cerros. Entonces, como sabía de memoria la poesía en que aparece este verso, le puse la música sin escribirla, la recordé y la transcribí cuando regresamos a la casa. Sin embargo, esto ocurre sólo excepcionalmente. Lo más frecuente es que los trabajos sean muy elaborados, que uno parta con un esquema general y que en el camino le vaya agregando cosas nuevas, que a veces hacen torcer el rumbo de lo que se había planeado originalmente. Uno va probando. Pero no compongo sentado al piano, como indica la clásica imagen cinematográfica del compositor, sino que una vez que tengo clara la idea en mi cabeza, pongo las notas en el papel. Antes escribía mi música a mano, pero ahora lo hago en el computador.

- Absolutamente tecnologizado…
- Así es, más ahora que hay programas especiales para escribir música. Imagino, escribo y después puedo hacer que el computador toque al tempo que quiero y elegir la intensidad y el instrumento que necesito para dar vida a una determinada pieza musical. Esto significa una gran ayuda, pues me permite mostrar a otra persona cómo me gustaría que toque una partitura, lo que muchas veces es complicado si el músico sólo lee las notas sin saber cómo deben ser interpretadas, sobre todo considerando que mis trabajos son muy particulares y la gente está acostumbrada a tocar sólo cosas en la línea de Chopin. Además el computador permite optimizar muchos recursos.

- Imagino que en algún minuto también toca su música y que no todo el proceso es virtual…
- Por supuesto. Hace poco me compré una clavinova que conecto al computador y me permite ir grabando mientras interpreto mi música. Como no se utiliza micrófono, no importa que ladren los perros, maúllen los gatos o pasen las micros, el sonido se graba directa y limpiamente. Se pueden hacer cosas bastante complejas y, además, como todo el sistema es electrónico, nunca se desafina. Un piano, en cambio, hay que estarlo afinando con regularidad. Así fue que comencé a hacer la distinción y al poco tiempo de la visita del técnico ya sentía que mi piano estaba desafinado nuevamente, en comparación con el sonido que obtengo a través del sistema computacional. Por eso cada vez lo usaba menos hasta que, finalmente, decidí venderlo e invertir ese dinero en recursos tecnológicos que me otorgaran más herramientas para componer e interpretar mi música.

- Usted tenía un piano de cola en su casa, lo que sin duda es una gran presencia ¿No lo extraña?
- Claro que sí. Yo me encariño mucho con mis cosas. Por eso grabé con mi cámara de video cuando se lo llevaron, para hacer un registro de todo el proceso. Es una pequeña película, en la que al final se me ve tocando el piano y, chiquititos, se ven los hombres del camión llevándose el piano, pero esa imagen la puse tres veces mas rápido, así que se ve como si fueran dibujos animados. Finalmente el camión se lleva el piano y ahí se acaba la película. Sí, me dio mucha pena que se lo llevaran.

- ¿Cuál es su relación con la crítica?
- Los que dicen que no les importa la crítica ajena, son todos unos mentirosos, porque a todo el mundo le interesa. A mí me gusta que me encuentren esbelto, joven, simpático y buen mozo (ríe). ¡Pero es verdad! Uno lee el diario para ver que dijeron de bueno y te picas si hablaron mal de tu obra. Hasta ahora me han tratado excelente. Por ejemplo, Federico Heinlein, que fue un gran crítico chileno, siempre me recibió muy bien. En sus columnas hablaba de mí como un músico talentoso, lo que a veces provocaba envidia en alguna gente.

- Y ¿Cómo maneja la autocrítica?
- Es un factor muy importante, pero tiene que estar lo suficientemente dosificada para trabajar bien sin bloquearse. Pues quienes tienen una autocrítica demasiado intensa, nunca van a hacer nada. En el momento de la creación uno debe pensar que lo que esta haciendo es fantástico y, una vez que lo termina, puede tomar distancia y ver si realmente la obra es tan buena, requiere algunos arreglos o no tiene solución. Pero, sin duda, la autocrítica excesiva es paralizante.

- Doctor ¿Cuál es su creación favorita?
- Siempre es la ultima que escribí (ríe).

- En uno de sus discos varias de las piezas se llaman pichintún ¿A qué se debe el nombre?
- Es una palabra mapuche que significa chico, muy poquito o trocitos pequeños. Son piezas que escribí para que los niños entiendan la música dodecafónica, que es trabajada con los 12 sonidos, pero no tiene tonalidad. Es decir, se usan todos los sonidos, pero sin que haya una escala.

- ¿Cómo describiría usted a Hernán Ramírez como interprete, como compositor y como médico?
- Como interprete: aficionado, nada más que aficionado. Como médico: un profesional que hace lo que debe hacer y lo hace bien, pero sin fanatismo. Como compositor: profesional y fanático (ríe).

- ¿Cómo complementa música y medicina?
- Sin duda hay una relación creativa. Además la medicina me da la tranquilidad económica necesaria para componer. Otra cosa significativa es que no hago mucha vida social; me dedico sólo a mi consulta, a leer mucho, a la fotografía y a la música. Cada día, cuando vuelvo a mi casa me transformo en Hernán Ramírez el músico. Por eso digo que soy un fiel exponente del signo géminis (nací el 10 de junio), pues quienes nacen bajo este signo suelen tener dos personalidades y ese es mi caso. Tengo dentro de mí un científico y un artista.


El doctor Hernán Ramírez es casado con Mónica Bobbert a quien conoció cuando ambos participaban en el Coro de la Universidad Católica de Chile. “Ella es hija de alemanes y era la única que sabía tocar guitarra en el coro. Lo divertido es que salía a tocar disfrazada de huasa, con la tremenda pinta de gringa que tiene (ríe). Pololeamos cinco años, nos casamos y tuvimos a nuestros hijos Verónica y Cristián, cada uno de los cuales nos ha dado un nieto: Benjamín e Isidora”, dice señalando orgulloso las fotografía de los pequeños, que ocupan un lugar privilegiado en su consulta.

Al poco tiempo de terminar su beca de dermatología el profesional, oriundo de Santiago, decidió emigrar con toda su familia a Viña del Mar. “Un día vine a dar un concierto y me gustó. Entonces le dije a Mónica, ella estuvo de acuerdo y nos vinimos. Cuando llegué había cuatro dermatólogos y ahora somos más de 20, pero me va muy bien y soy bastante conocido. Tanto así, que le podría ganar a la Raquel Argandoña si me presento para alcalde (ríe).

- ¿Y lo ha pensado?
- No. Yo no me meto en política. ¡Si no sirvo ni para director de colegio, ni de hospital! Incluso en la orquesta le pido a mis alumnos que dirijan.


Actualmente es posible encontrar varios discos con la obra del doctor Ramírez, dos de los cuales contienen sólo obras del autor: "Música para piano" y "Antología". Si desea conocer más sobre este "científico artista" o comunicarse con él, puede visitar el sitio web: www.hernanramirez.com

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