Dr. René Nahmías Albala
“No sólo hay que pensar en los niños, sino en toda la comunidad”
El pediatra René Nahmías Albala, especialista en problemas nutricionales, formó en un sector populoso de La Serena la única institución dedicada exclusivamente a la malnutrición que existe en Chile: el Centro de Atención Integral de la Malnutrición (C.A.I.M.). En el establecimiento trabaja un equipo multidisciplinario, que atiende a niños de escasos recursos con problemas de obesidad y trastornos alimentarios. Éste y otros logros de su carrera profesional, lo llevaron a ser galardonado con el premio Dr. Schwarzenberg 2002, distinción que entrega la Sociedad de Pediatría a profesionales “con una marcada preocupación por la salud del niño chileno; la abnegación y el esfuerzo; el interés por la familia y la comunidad; por el perfeccionamiento científico y bondad para atender a quienes solicitan ayuda”.
El médico logró materializar el año 2001 el proyecto que surgió de una inquietud personal cinco años antes. “Yo veía que la obesidad era un fenómeno que crecía vertiginosamente en el país, observación que confirmé al leer un estudio de la Organización Mundial de la Salud (OMS) donde se mostraba que a nivel internacional Chile tiene los niveles de obesidad más altos en los niños de entre 2 y 6 años de edad. Eso me produjo una gran preocupación”, explica el médico.
Dado que la atención de los consultorios no permite tratar a estos pacientes de forma multidisciplinaria, el doctor Nahmías decidió que debía hacer algo al respecto. “Está comprobado que los consejos, por sí solos, no sirven. Así que me pregunté ¿cómo lo hacemos?. Entonces, desarrollé un proyecto, donde existiera un equipo compuesto por un médico, una enfermera, una nutricionista, una asistente social, un técnico agrícola, un profesor de educación física y una psicóloga. Es decir, un grupo multidisciplinario, que es el equipo humano que hoy compone nuestro centro”.
- ¿Cuáles fueron los primeros pasos del proyecto?
- Primero elegimos el sector de La Compañía, porque es el lugar con más altos índices de obesidad de la zona. Allí hicimos un catastro, en el cual contabilizamos alrededor de 1800 niños con esta enfermedad, cifra importante para una población que entonces no superaba los 65.000 habitantes. Para realizar esta labor tuvimos que revisar más de seis mil fichas de los consultorios.
- ¿Qué hicieron cuando ya tenían una noción estadística de la realidad?
- Cuando tuvimos esos datos, sentimos que crear el centro era una verdadera necesidad, pero aún no teníamos el lugar, ni el personal. Así que partimos como se consiguen las cosas en este país, es decir, haciendo notar que un proyecto tiene validez por el riesgo que significa un niño obeso y las futuras enfermedades que ello implica, como patologías cerebro vasculares, hipertensión, diabetes, artritis y cáncer, entre otras patologías.
- Y ¿cuál fue la respuesta que recibieron?
- Hay personas que se mostraron muy interesadas en el tema. Sin ir más lejos, quien más ayuda nos brindó fue Claudio Salcedo, Seremi de la Vivienda, a quien le pedimos un sitio y nos dio este terreno enorme de 5.000 metros cuadrados. Luego me encontré con él y me dijo ¿cómo quieres el edificio? No esperaba tanto. Entonces ideé un esquema y el arquitecto hizo un plano. La construcción y la implementación del centro fueron posibles gracias a la ayuda de muchos amigos, gente de ESSCO y del SERVIU. El edificio está situado en una población muy grande, donde inicialmente se había contemplado instalar un consultorio, pero aunque nuestra institución tiene un matiz distinto, también cubrimos una necesidad muy importante de la zona. Durante el 2000 realizamos la marcha blanca y el catastro, y el 2001 conformamos el equipo y comenzamos a atender niños.
- ¿Cuál es el perfil que usted quiso imprimir a este centro?
- En el último tiempo, la falta de calidez de algunos médicos ha contribuido a que la gente prejuicie a los profesionales y se critique la relación médico-paciente. Pero contraviniendo esa creencia, una cualidad básica de quienes contratamos aquí fue la calidad de atención, porque los pacientes que presentan esta enfermedad requieren un trato muy particular.
- Y ¿qué cosas hace para marcar esa diferencia?
- Imagínate que tenemos talleres culinarios y huertos caseros. Contamos también con un técnico agrícola que enseña a las dueñas de casa a cultivar hortalizas en pequeños huertos que mejoran la economía de la casa y la calidad de la alimentación.
- ¿Cómo han financiado el proyecto?
- En un primer momento me acerqué a la Municipalidad de La Serena, pero carecen de presupuesto para costear este tipo de iniciativas. Entonces decidí pedir ayuda a la Universidad de La Serena y ellos se han hecho cargo de los gastos operacionales del centro. Nos apoyan con un presupuesto mensual y el rector nos ha acogido muy bien.
- ¿Cuáles son los principales problemas que deben enfrentar?
- Hacer un centro como éste es bastante difícil, sobre todo en un sector de nivel educacional bajo, porque el problema básico de la nutrición pasa necesariamente por la educación. Por eso trabajamos con el niño, su madre, la familia y la comunidad en general. Nos acercamos a las escuelas, centros de madres, juntas de vecinos y así nos hemos dado cuenta de que es inútil dar un par de conferencias y punto. Todo debe ir acompañado de un trabajo educativo hacia la comunidad y hacia la familia. De este modo hemos tenido éxito con muchos niños, pero también hemos tenido fracasos, ya que este tema implica un trabajo educacional importante al medio en que viven.
Un cambio de problema
Si bien en un comienzo el doctor René Nahmías se vio atraído por el campo de la neurología pediátrica -donde fue motivado por su maestro, el doctor Mariano Latorre- al poco andar se abocó por completo a otro tema: la desnutrición, que por esos años afectaba a un importante número de niños chilenos. “Fui discípulo del doctor Benjamín Viel, profesor de Medicina e Higiene de la Universidad de Chile, quien estaba trabajando para solucionar este problema, gracias a lo cual la tasa de desnutrición y de mortalidad infantil estaban bajando considerablemente. En vista del éxito del programa, él me sugirió que yo hiciera un CAPI (Centro de Atención Pediátrica Integral) en La Serena. Volví e inmediatamente comencé a materializar el proyecto, aunque no fue fácil, porque había que hacerlo con fondos locales”. El CAPI de La Serena duró cinco años (1968-1973).
- Doctor, ¿cómo ha cambiado el escenario nutricional desde entonces?
- Ahora la cosa es al revés. De desnutridos pasaron a obesos. En el centro de desnutrición el trabajo era más fácil, porque lo que debíamos hacer era alimentar bien a los niños. Ahora lo difícil es cuando hay que quitarles la comida. La publicidad de alimentos también juega en contra de la formación, porque todo influye al decidir los alimentos que se les dan a los menores. Imagínate que existen empresas que publicitan comida chatarra, que incluso ha sido cuestionada sanitariamente.
- Y ¿qué se puede hacer para contrarrestar la fuerza de estas campañas publicitarias?
- Para luchar contra esto, hemos hecho nuestras propias campañas en las escuelas contra la comida chatarra, indicando además una dieta saludable, donde no sólo hablamos de comida sana, sino también de aspectos tales como lo mal que hace el tabaco en las personas. Uno de estos establecimientos es la Escuela Alonso de Ercilla, que ya ha sido acreditada como Escuela Saludable. Ahora estamos trabajando en la Escuela Arturo Prat, donde estamos trabajando también contra el humo del tabaco y la comida chatarra.
- ¿Cuántos niños atienden actualmente?
- No tengo la cifra exacta, pero son alrededor de 1800 niños, a lo que se deben sumar sus familias. Es relevante destacar que éste es un proyecto que puede durar mucho tiempo, porque el problema de la educación en nutrición, que es lo que nos importa, requiere de un trabajo a largo plazo, porque lo que hay que cambiar son conductas.
Las dependencias del centro incluyen las oficinas de médico, enfermera, nutricionista y asistente social; una sala de reuniones para 15 personas, una sala de capacitación para 30 personas, dos cocinas para talleres culinarios, comedor, baños para niños y adultos, duchas y sala de toma de muestras, para realizar exámenes como el perfil lipídico. “También contamos con el trabajo de un profesor de educación física que hace clases de gimnasia a un grupos de niños; un técnico agrícola, que realiza los talleres de cultivo de huertas en los hogares. Sin ir más lejos, aquí en el terreno tenemos dos áreas de cultivo: una con claveles que se venden y parte de la ganancia es para el centro, y también hay un cultivo de frutillas. Ya vamos en la segunda producción, pero aunque las ganancias no son muchas, se cumple el objetivo que es enseñar el cultivo de flores, frutas y hortalizas como una ayuda a la comunidad tanto en capacitación como en ingresos.
- ¿Cuáles son sus planes a futuro?
- Queremos instalar dos cabañas, que nos permitan dar alojamiento a personas que vienen de zonas del interior -como Salamanca e Illapel- a aprender, para luego seguir con este sistema en sus propias comunidades. El trabajo es enorme y sin duda tenemos muchos proyectos futuros. Estamos seguros de continuar por este camino, porque pensamos que es el correcto.
Al servicio de la comunidad
- ¿Qué es lo que más le gusta del trabajo que desarrolla en el centro de malnutrición?
- Me gusta el trabajo con la comunidad, porque es muy gratificante. Esa es en realidad la verdadera acción de un médico. No sólo limitarse a atender a los niños, hay que pensar en toda la comunidad. Así lo creo yo, que me gusta la clínica, pero con proyección a la comunidad.
- Y ¿Qué se puede hacer para fortalecer ese aspecto?
- Para dar un ejemplo, puedo contar una experiencia que tuve cuando por un encargo de la Universidad de La Serena fui a conocer escuelas de medicina de varios países. Estuve en México, Estados Unidos y España y no encontré nada especial en la enseñanza. Finalmente llegué a Israel, donde mi apreciación seguía igual hasta que fui a la Universidad Ben Gurion, que queda en el desierto. Allí me llamó la atención profundamente que desde el primer año de medicina cada alumno debía hacerse cargo de 10 familias. Si bien a esas alturas no saben nada de medicina, les encargaban hacer reportes de salud y medio ambiente familiar: cómo comían, cuántos eran, qué tipo de enfermedades presentaban, etcétera. Luego, durante los siete años de estudio, seguían a cargo de las mismas familias, por lo que al cabo de un tiempo toda la comunidad estaba cautiva. Entonces, una vez recibidos, se había generado un lazo afectivo muy fuerte con la comunidad. Por ello, en este lugar la gente es muy bien atendida por estos médicos.
- Debe ser bastante complicado atender pacientes en medio del desierto.
- Sí claro, pero los habitantes eran atendidos maravillosamente. De hecho, a mí me tocó ir a un consultorio, dependiente del hospital, que era un edificio en medio del desierto donde los médicos eran israelíes y el director era beduino. Una situación muy curiosa, porque era un árabe educado en la Universidad de Jerusalem, sin embargo, todos se llevaban muy bien. Tenían un completo equipamiento y conexión directa con el hospital para la entrega de exámenes. Es un sistema mucho más avanzado y humano que el que hay acá. Me impresionó tanto que lo pensamos aplicar en un futuro proyecto para crear la Escuela de Medicina de la Universidad de La Serena, que aún está pendiente, pero que fue de gran interés para el decano de la Facultad de Medicina de la Chile, doctor Jorge Las Heras.
- ¿Qué otros proyectos ha impulsado?
- Trabajé bastante tiempo para traer un centro de la Teletón a la Región. Traté de reunir gente e incluso en 1998 mi hijo, que fue médico personal de Vivi Kreutzberger, consiguió que Mario me invitara a almorzar en su casa en Miami. Allí él me dijo que en el 2000 habría un centro aquí, se demoró un poco más, pero hoy es una realidad.
El doctor René Nahmías Albala tiene tres hijos de su primer matrimonio y cinco nietos. “Son muy bonitos e inteligentes”, cuenta orgulloso. Está casado con la asistente social Daisy Rozas, directora regional de SENAME. “Ella es una mujer muy inteligente y buena moza. Tiene todas las cosas que a los hombres nos gustan. Aunque hay algunos hombres que no les gustan las mujeres inteligentes, porque las ven como competencia, pero no es mi caso. Daisy se ha destacado mucho, siempre sale en la prensa. Su dirección regional la maneja con puño de hierro, pero también con diplomacia”.
Además de la admiración que siente por su mujer, el doctor Nahmías es un apasionado por la contingencia, motivo por el cual publica sus opiniones regularmente en el diario El Día de La Serena. “Me gusta escribir ensayos, cosas un poco irónicas, generar algo de polémica. Por ejemplo, me interesé en el tema de la siesta que propuso el diputado Seguel. ¡20 minutos de siesta! Es increíble. En Chile somos muy buenos para sacar la vuelta, llegar tarde, irse temprano. Y ahora más encima, después de la colación, dormir 20 minutos. ¡Por favor! Yo escribí en el diario, preguntándome ¿cómo será el descanso? ¿Habría que dormir sobre el escritorio, poner una almohada en la silla o un catre de campaña al lado del escritorio? De lo que sí estoy convencido, es que habría que separar los sectores de siesta por sexo o si no aumentarían los prenatales”(ríe).
